La chusmería y la vulgaridad son los rasgos más representativos de la cubanía “moderna”.

Ah, bueno, parece, tal parece, que a los cubanos de “ahora”, a la inmensa mayoría de nosotros, lo que más nos gusta, lo que más creemos que nos resalta del resto del mundo fino y educado, son la vulgaridad manifiesta, la chabacanería redundante, la chusmería de gritos, gesticulaciones excesivas y jalones de pelos, las malas palabras altisonantes, las ofensas a granel, los descalificativos por feo, por puercos o por comunistas, los insultos de la cadena transporte, economía interna y denigrar a terceros por el aspecto físico, por los defectos “invisibles a los ojos”, por los impedimentos mentales e, incluso, hasta por la actitud y el comportamiento que tienen las madres ajenas para enfrentar con “dignidad” la carestía de la vida.

Yo digo que los cubanos modernos, es decir, los nacidos después de la tremendísima crisis existencial del 1 de Enero de 1959 que hoy padecemos el noventa y nueve por ciento de nosotros, hemos devenido en una especie de “raza” de nuevo tipo, en una nueva estirpe de “salvajes con taparrabos» enchumbados en las emanaciones de aquel terrible hombre nuevo, diseñado y fabricado, por carretillas y carretones, para distinguir a la nueva “alcurnia” de proletarios, de obreros, de estudiantes y de campesinos socialistas que, tras un ligero enjuague bucal, perdón, tras un intenso y criminal lavado de cerebro, de materia gris y de las neuronas de pensar, cerraban filas, cagaban parados, se torcían intolerantes y juraban lealtad eterna a una maldita revolución, a un maleante comandante en jefe y a un satánico partido comunista que, lejos de garantizarles un futuro luminoso, los condenaba, por los siglos de los siglos, a la más absoluta oscuridad, a transformarse en verdaderos monigotes, a convertirse en exquisitos tontos útiles, a reducir su espacio vital a carne de cañón racionalizada y a dejar de ser seres humanos, y cubanos, para ser tristes borregos obedientes y displicentes ante las absurdas, las ridículas y las improductivas leyes de un socialismo de alcantarillas y de un castro-comunismo de pacotillas que, ni fu ni fa, nunca reaccionaron positivamente ante sus problemas, ante sus dolores y ante sus vergüenzas.

Porque de nada, de absolutamente nada, nos sirvió tanta utópica educación gratuita, tantos aburridos planes para fomentar la “buena” cultura de masas, tantas Bibliotecas andantes y rocinantes por las guardarrayas de la vida, tantas Casas de Cultura con la poesía y el teatro de aficionados exaltando al fidel de la montaña, tanto “intelectual” arengando a diestras y siniestras sobre la rica obra de la revolución de los humildes, tanto comisario político vigilando y censurando a quien se atreviera a pensar por su cuenta, tantos actos patrióticos-militares marchando, uno, dos, tres, cuatro, comiendo mierda y rompiendo zapatos y tantos, pero tantos, pero tantos, tantos, tantos, discursos kilométricos de nuestro “invicto” líder, al resistero del sol, soportando una sed y un hambre de tres pares de c…, recuerda que aquí hay niños maldito hijo de puta, para intentar convencernos de que somos un pueblo libre, un pueblo culto, un pueblo jorobita, jorobita, lo que se da no se quita y un pueblo que camina, a paso de conga y tragando buches amargos, hacia el futuro de los sanguisis, de los jugos de guayaba, de la raspadura y del melocotón en lata, vendidos por una libreta de racionamiento vitalicia.

Yo digo que ese mismo racionamiento educativo, con el que nos mal educaron a los seres cubanos, es el responsable de la vulgaridad, de la chusmería y de la mala educación que hoy manifestamos en nuestra conducta individual y social. Somos el reflejo de la prepotencia y la mediocridad de un régimen que se esforzó más en adoctrinarnos y amaestrarnos que en propiciar que accediéramos a una formación como Dios manda y a una instrucción basada en el desarrollo de nuestras aptitudes individuales, de nuestras potencialidades, del respeto hacia los demás y del civismo por la Patria.

Y, desgraciadamente, esta es la triste realidad que hoy nos representa como pueblo, que hoy nos distingue como nación pues no hay más que oírnos hablar, que ver cómo nos expresamos, que observar cuando gesticulamos, para darnos cuenta, rapidito, rapidito, que algo no anda bien en nuestro comportamiento cubano y que de lo que fuimos como pueblo, de la educación que teníamos antes de 1959, del civismo que nos caracterizaba y de la inteligencia que ostentábamos, no queda nada, no se salvó nada y no existe nada, ni un poquitico así, ni tan siquiera un tincito así, en este triste corazoncito de ser cubano avergonzado.

Ricardo Santiago.

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