La cola del “pollo”, los baches en las calles de Miami y la revolución de los humildes.

El tema de Cuba, si usted no es muy despistado y le alcanzan las neuronas de pensar para “ver” con los ojos del alma, raya, roza y se difumina, entre lo ridículo, lo macabro, lo estrafalario y lo surrealista. El caso es, pienso yo, que no hay forma de entender cómo, nosotros los seres cubanos, hemos llegado a tal punto de depauperación cuando se suponía, casi que era más que evidente, que teníamos, antes de 1959, todas las condiciones para ser una isla magnífica, un país a punto de caramelo o una nación muy, pero muy, próspera.

Porque tenemos que estar muy escasos de materia gris, de esa parte del cerebro que se usa para pensar, analizar y comprender, para creer que esa porquería de revolución de los apagones más largos del mundo, que ese socialismo de fosas reventadas en medio de la calle y de basureros en cada esquina de mi barrio, funciona, es viable, pica y se extiende o, en algún momento de estos sesenta y seis larguísimos años, dará, aunque sea, algún pequeño fruto, algún tipo de bocado, algún que otro rayito de luz o algún chorrito de agua, que a los cubanos, que a nosotros los seres cubanos, nos ilumine, nos llene la barriga o nos calme la sed.

Muchas son las pruebas, los hechos, te parto la cara con mi verdad, para demostrar, para evidenciar ante el mundo, que esa revolución, que ese socialismo y que esa maldita dictadura criminal y asesina, son un Estado fallido, un régimen involutivo que cambia con total impunidad el pescado por pollo y los “pecados” humanos, los más simples y sencillos, por delitos contra la seguridad del Estado, por agresiones al sistema socialista y por contravenciones a la política del partido o a la absurda doctrina, escrita con nuestra sangre, de la diarrea mental de fidel castro y del General de la pamela.

Sin rodeos, al duro y sin guante, la verdad como debe ser dicha, ese sistema que nos impusieron, que nosotros en masa compacta aprobamos por entretenidos, por ignorantes y por cobardes de alma, es una pura cagada, es aullido de lobo en medio de la madrugada y es, con todas sus letras, el resultado a nuestra blandenguería política, la consecuencia de ser tan mediocres como pueblo, el final de un adoctrinamiento feroz y la estupidez de creer que con el colectivismo, las gratuidades, la vulgaridad, la chusmería y la indecencia, un país, un pueblo o una sociedad, pueden avanzar.

Por eso yo afirmo, con total responsabilidad, que no hay nada más parecido a la revolución castro-comunista, a esa dictadura del proletariado sin derecho a decir la verdad o a esa tiranía de criminales, esbirros y traidores, que una fila para comprar cualquier cosa, que una cola para comprar el pollo racionado o que seres cubanos, uno detrás de otro, para ver si alcanzan alguna ilusión de las que promete el socialismo e intentar así llenar la barriga de sus hijos o las suyas propias.

Y es ese el surrealismo improductivo o la nefasta idea de que Cuba avanza y a alguien, no sé a quién, le duele. Porque, eso sí, en materia de consignas, de lemas y de elucubraciones escritas hasta en el fondillo de cada cubano, nosotros estamos sobrados, se nos cae la babita de tanto repetir y repetir aquello que dijera cualquier comemierda con ínfulas de filosofo castro-comunista o este u otro cantinflero que se ve, a sí mismo, como un portento de la propaganda al más rancio estilo de la Alemania fascista.

Lo terrible de esta situación, sigo pensando yo, es que nosotros los cubanos, tras más de seis décadas de ser ex-pioneros, ex-comunistas, ex-antimperialistas y ex-internacionalistas, hemos asumido tanto, pero tanto, nuestra bobería intelectual, política y cultural, que la cargamos, que nos la llevamos a donde quiera que vamos y que, con total orgullo revolucionario, plantamos bandera en las calles de cualquier ciudad con tal de sobresalir, de destacarnos, de levantar las manos por unanimidad o de que nos tengan lástima para mantenernos viviendo de gratuidades y no tener que trabajar.

De ahí que no me queden dudas, es decir, por nuestra forma de ser, por la materia prima con que nos hicieron, que nos convertimos en una plaga perniciosa extendiendo por el mundo, sueltos y sin vacunar, toda la mierda que aprendimos como ex-revolucionarios y que hoy repletamos, con tremendos perros huracos, las calles de Miami o de cualquier otra ciudad del mundo.

Ricardo Santiago.

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