La dialéctica, el “pan con guayabidad” y yo el castrófobo.

pan

Los seres humanos de niños podemos ser una cosa, en la adolescencia y juventud otra y después, cuando los años empiezan a pesar, ser cualquier otra cosa. Todo depende de las fobias que acumulemos o nos libremos en el transcurso de la vida. Esa es la evolución, la dialéctica y la caradura o carablanda de alguno de nosotros los mortales.
En un grupo de cubanos, para que sea verdaderamente auténtico, tiene que haber de todo: dos inteligentes, dos despistados, dos gusanos, dos defensores del castrismo, cinco oportunistas, seis pacotilleros, un cabrón, un especulador, dos emprendedores y tres o cuatro imbéciles. Es así. Por eso nos cuesta tanto trabajo coexistir, dialogar y comunicarnos, y porque, además, los cubanos no sabemos respetar la opinión o las decisiones ajenas.
El otro día presencie (sin querer queriendo) una conversación entre un grupo de cubanos que hacía años no coincidían y que viven todos en el exterior. Todo iba de lo más bien, muy bonito, incluso interesante hasta que alguien preguntó: “¿eh y fulano?”.
A simple vista la pregunta podía ser inocente, pero la respuesta, sin el menor sentido común y el más mínimo conocimiento de causa, mató la lógica humana y el más elemental sentido de la comunicación: “ahora es anti-castrista”.
Les confieso que mi primera impresión fue de asombro, aunque no tuve tiempo de reponerme porque alguien soltó un segundo comentario: “no quiero caer en su lengua, son de lo peor”.
Nada, eso fue la catarsis, aquí tuve que retirarme pues la lástima que sentí por estas personas confirmaron en mi la tesis del pan con guayabidad, es decir, el cubaneo más vulgar y simplista elevado a las siete potencias ancestrales.
Cuando una persona llama anti-castrista a otra es porque en esencia él es un castrista.
Mi opinión personal es que usted puede ser lo que a usted le dé la gana y nadie tiene derecho a cuestionarlo, eso se llama respeto. Lo otro, lo de “caer en su lengua” es una imbecilidad mayúscula, de las que dan asco, de las que debemos avergonzarnos todos con independencia de la orquesta con la que nos guste bailar y porque, además, es de las que denigra a nuestra especie y nos pone chiquiticos así…
Yo retomo una idea: ¿Cómo se puede vivir en el extranjero y defender al castrismo? Pero lo que es peor: ¿Cómo se pudo sufrir en Cuba la homofobia, la miseria, el hambre y la maldad del castrismo y aun así defenderlo?
Alguien habló del “El Sindrome de la Habana” y creo tiene toda la razón, pero esto es demasiado inteligente, yo prefiero hablar de descaro, imbecilidad, oportunismo, simplismo, mediocridad y “adulterio”, lo otro, lo de decir y repetir idioteces no es más que el pan con guayabidad del que hablaba anteriormente, insisto.
Ser anti-castrista es una decisión personal y una actitud ante la vida que nos toca vivir, algunos dentro de Cuba, los más valientes, otros fuera de ella, pero no menos valientes. Es no querer guardar silencio ante lo que está a simple vista, ante los miles de cubanos que no tienen qué comer o cómo vestir y calzar a sus hijos, un techo digno, decir una opinión que cambie o mejore el sistema y la vida que ellos ni nadie quiere para sí.
No amigos míos, ser anti-castrista es un derecho, lo otro, atacarnos a quienes lo somos, a quienes dedicamos una parte de nuestra vida y nuestro tiempo a denunciar los horrores de un sistema que está acabando con la Patria, se llama complicidad con el régimen, y todo con el objetivo de que los Castros les den permiso de entrar y salir de Cuba, no, ese permiso, al menos yo, no lo quiero.
De todas formas, para que no se desgasten con sus ataques y sus imbecilidades, les voy a ahorrar los calificativos porque ya descubrí que soy en realidad: UN CASTROFOBO EMPEDERNIDO.




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