Nosotros los cubanos, como pueblo, digo, somos el resultado, el producto externo e interno bruto, lo queramos o no, de más de sesenta y cinco larguísimos años de mala educación, y cuando digo mala educación me refiero al uso sin lógica y sin sentido de las malas palabras para comunicarnos cotidianamente, al uso de la chabacanería hasta para intentar transmitir la “belleza” de nuestra mala vida, a la degradación casi total de la lengua castellana y a la normalización del verbo violento, como forma de interactuar con nuestros semejantes, aunque sea para pedir un vasito con agua o un “buchito de café”.
De la instrucción ni hablar. El pueblo cubano, tras más de seis décadas de recibir un profundo, repulsivo y sostenido adoctrinamiento, ha devenido en una especie de pueblo trabalenguas donde los estragos de una ideología, como es ese socialismo de alcantarillas, se hacen notar en nuestro falso discurso triunfalista, en la defensa a ultranza del disparate de la dictadura del proletariado, en la exaltación sin razones a un régimen que solo produce miseria, hambre y desesperación, en la “santificación” de caudillos asesinos, criminales, corruptos y ladrones y en perpetuar, a toda costa, mediante discursos babosos y retóricos, sin temor a hacer el ridículo, la peor mentira de toda la historia de la humanidad, es decir, que el socialismo es lo mejor y el capitalismo es lo peor.
A mi siempre me ha sorprendido profundamente ver a ciertos personajes, a los que se pueden considerar hombres y mujeres inteligentes, por encima de la inteligencia común incluso, defender con cierto orgullo “patriótico” aquella mierda. Nunca he podido explicarme tamaña aberración neuronal pues la ineficacia, la improductividad, lo inhumano, lo corrupto y lo destructivo de esa maldita revolución de los apagones, son visibles, muy visibles, en cada esquina de mi barrio o del tuyo, en cada edificio y en cada casa donde habita el ser cubano común, en las instituciones desabastecidas al punto de la muerte, en el estado cavernícola de la salud publica nacional, en la falta de los servicios más elementales para la vida y lo peor, lo que resulta aun peor, en el rostro de cada ser humano o cubano que deambula por las calles de Cuba persiguiendo, literalmente, un triste bocado, de cualquier cosa, para intentar alimentar a sus hijos.
Yo digo que nuestra gran mala educación, esa que sustituimos por nuestros ancestrales valores nacionales o por los buenos modales de toda la vida, es el resultado de muchos años de degradación moral impulsados desde una supuesta revolución de los humildes que, a costa de la creación de un hombre nuevo nuevecito, es decir, diferente al cubano de siempre, implantó en nuestros cerebros la vulgaridad como una nueva forma de lenguaje, la violencia verbal como la ratificación de una supuesta valentía revolucionaria y el discurso retrógrado, vacío, falso y grandilocuente, para cautivar y someter a débiles mentales, a parásitos sociales y a oportunistas de izquierda o de derecha.
Yo soy un tipo que no me adapto a las groserías, me cuesta mucho trabajo entender lo terrible en que se ha convertido la comunicación entre nosotros los cubanos, la forma en que en cualquier contexto sonamos una buena mala palabra, lo fácil que emitimos un grito o un escándalo para transmitir cualquier idea, cómo nos hacemos eco de las mentiras y las falsedades esgrimidas por ese régimen castro-comunista para justificar su insuficiencia y la elevación, a planos de cultura general, de los peores valores de una sociedad decadente, en crisis apocalíptica y condenada a desaparecer.
Y ver a cubanas normalizando esta realidad tan destructiva, expresándose públicamente con notoria desfachatez, con manifiesta vulgaridad y con tantas groserías, me resulta aun más deprimente, más vergonzoso y más lastimero, pues qué podemos esperar en la formación de las nuevas generaciones cuando esos niños reciban, por ejemplo, tanta leche materna agria y amarga.
Dice mi amiga la cínica que las malas palabras, a veces, son necesarias, son válidas, son un recurso para expresar desesperación y que también nos sirven para defendernos de agresiones ultrajantes o para manifestar nuestra inconformidad contra algo o contra alguien que nos tiene la leche hecha cuadritos.
Pero no, yo hablo de lo otro, de lo mal educados que hoy somos los seres cubanos, de lo chabacanos que somos en nuestro andar cotidiano y en la forma vulgar en que, muchas veces, actuamos como si eso fuera lo más natural del mundo.
Nada que tantos años de revolución de apagones nos trastornó las entendederas y nos pudrió la lengua de forma, parece, irreversible, digo yo…
Ricardo Santiago.