La historia, la de verdad, la que no sufre manipulaciones de ningún tipo, la que no es manoseada o tergiversada con intenciones mezquinas u oportunistas, siempre sale a la luz y se nos presenta como una verdad irrefutable desnudando y ridiculizando a cuantos mentirosos, sinvergüenzas, parásitos o descarados existen en este mundo.
La historia es como el agua de un manantial cristalino, busca un agujero, un mínimo, pequeño e imperceptible orificio en la superficie para brotar sin que pueda ser detenida. Emerge potente, lúcida y transparente de las entrañas de la tierra y salpica a los incrédulos de “vista gorda” con las verdades del mundo que nos ha tocado vivir.
Los cubanos sabemos mucho de esto. Los seres cubanos somos expertos en entender, porque lo vivimos de cerquita, cómo una dictadura, disfrazada de revolución social, trastocó los hechos más trascendentales de la historia de una nación, caracterizó o descaracterizó a nuestros próceres y mártires a su conveniencia, se apropió y manipuló las palabras y el pensamiento del más grande de todos los cubanos y así, sin ton ni son, convirtió a una rata inmunda como fidel castro, a fuerza de cánticos, consignas y letreritos de “se vende maní a peso”, en un “invencible” comandante del reverbero, el quinqué y la chismosa.
La vida ha demostrado que cuando una dictadura del proletariado “toma” el poder descuajeringa la historia y donde decía ocho, pone te pongo el mocho, donde decía arriba, pone abajo y donde decía allí corrió, pone allí murió valientemente defendiendo los ideales de todo un pueblo.
Porque, en la vida real, a una dictadura como la que soportamos los seres cubanos no le interesa realmente sobre qué cimientos se fundó una nación, quiénes y que aporte hicieron sus Padres Fundadores, cuál es el verdadero mensaje de las palabras del Apóstol, cuánto se logró como República en materia de Constitución, Civismo, Cultura, Democracia y cómo fue posible que “nuestro histórico y máximo líder”, el cual participó según él en tantas batallas, nunca recibiera ni este arañacito.
Pero la realidad es que el castrismo, con su empedernida manía de censurarlo todo, con su puñetera arrogancia de cambiar el significado de las palabras, nos trastornó a todos los cubanos con sus cambios de conceptos, de sentido y hasta de policías y bandidos.
Son muchos, muchísimos, los ejemplos que pudiéramos citar para demostrar la insolencia, la mala intención, el desprecio, la subvaloración y la prepotencia de la revolución castrista cuando, después de 1959, “oficializó”, a fuerza de repeticiones y repeticiones, una nueva historia de Cuba donde los “salvadores” de la Patria en realidad son todos unos ladrones, unos criminales y unos asesinos.
En ese orden recuerdo, como si fuera ahora, cuando en la escuela nos prohibieron decirle a nuestro José Martí, Apóstol, es decir, teníamos que llamarlo Héroe Nacional pues, según el comandante, era el autor intelectual del asalto al Cuartel Moncada, el acto terrorista más violento de nuestra historia nacional. También que la revolución del picadillo había erradicado el analfabetismo, que los cubanos éramos “libres” con el socialismo y que raúl castro era todo un hombre porque se fajó como un león en la Sierra Maestra.
Yo digo que son tantas las mentiras, las manipulaciones y las tergiversaciones que hizo esa vulgar dictadura de nuestra historia nacional que, hoy por hoy, una de las tareas más grandes en la reconstrucción de la nación cubana será reescribirla desde antes, desde mucho antes de 1492, porque, a estas alturas del partido, ya nadie sabe si a nosotros nos “descubrieron” o aun estamos como Martín perdida en el bosque.
Pero, a mi juicio, la burla más grande, más diabólica y más tragicómica de todas las realizadas por los castro y sus “pensadores”, en un momento en que el desinterés, la desilusión y la apatía del pueblo iban en ascenso, fue cuando montaron el teatro de que habían encontrado los restos del che guevara y se bajaron con el cuento de que un antropólogo forense cubano, “de fama internacional”, fue a Bolivia y, después de un cuidadoso, meticuloso y revolucionario esfuerzo, identificó los restos del “guerrillero heroico” y los mandó para Cuba dentro de una cajita de dulce guayaba.
Dice mi amiga la cínica que la osamenta en realidad pertenecía a un boliviano que murió de un coma alcohólico y que los cubanos, incluyendo a muchos extranjeros a los que cogen de comemierdas, van allí, a Santa Clara, al “famoso Mausoleo”, a honrar la tumba del borracho desconocido.
Ricardo Santiago.