La miseria y la indigencia cubanas: ¿Premio o castigo para el pueblo?

Yo digo que esa es una pregunta que no se le debe hacer a ningún ser humano o cubano de este planeta. La pregunta, en sí misma, es bien denigrante porque nadie, absolutamente nadie, en este mundo marcado por el desarrollo tecnológico, las lucecitas que suben y bajan, los cajeros automáticos dispensando el verde que te quiero verde y la comida chatarra que está más cara que el carajo, debería vivir en un estado tan miserable, pasar hambre por la mañana, por la tarde, por la noche y por la madrugada, morirse porque no tiene ni esta aspirina para el dolor de cabeza y perderse, en cualquier basurero de las esquinas de mi barrio, porque la oscuridad no le permite ver más de un palmo hacia adelante.

En el caso de nosotros los seres cubanos, es decir, en Cubita la revolucionaria, la miseria y la indigencia, tanto física como mental, se apoderó, de la vida y de la muerte nuestras, desde el mismísimo instante que, como sentencia condenatoria para toda la eternidad, nosotros, como pueblo aguerrido, justiciero y miliciano, decidimos apoyar a una revolución socialista, la de los apagones más largos de la historia, con los objetivos, número uno, de hacerle el juego a un asesino como fidel castro y número dos, para intentar provocarle cosquillas a los Estados Unidos de América.

El caso que, en ninguno de los dos casos, salimos beneficiados en nada, el cambolo de Santa Ifigenia se convirtió, tanto él como su familia, en verdaderos potentados de la carne con papa, de la guachipupa de fresa y de los tornillos sin rosca, los americanos ni se enteraron de nuestra rebeldía sin causa ni de nuestra guapería barata contra ellos, mientras lo que sí funcionó de verdad, lo que sí logramos como combatientes sin fusil, fue hundirnos, nosotros solitos, en la letrina del socialismo y en el lodazal de la idiotez del proletariado incauto, por anodinos, por lambones, por envidiosos y por comemierdas.

Por Eso Me Fui De Cuba, por eso estoy más que convencido, cien por ciento seguro, que la primera miseria que tuvimos los seres cubanos, después del 1 de Enero de 1959, fue la miseria espiritual. Una virulencia contagiosa, muy contagiosa, que nos atacó, como nación y como sociedad, cuando decidimos apoyar los fusilamientos de nuestros hermanos, cuando aceptamos sin chistar delatarnos entre nosotros mismos, cuando consentimos vigilar al vecino por si tomaba más leche condensada de lo habitual, cuando accedimos, sin saber, a colgarnos el cartelito de comunistas y cuando, por total estupidez del ojete lúcido, levantamos la mano por unanimidad para aceptar el socialismo.

Porque, amigos míos, sepa usted que ahí fue cuando empezaron a soplar con mayor fuerza los huracanes de nuestra desgracia existencial, fue ese el preciso instante en que perdimos nuestra capacidad de prosperar, de crecer y de desarrollarnos como país y como pueblo y fue, a los cantos de la Internacional y de todos esos himnos patrioteros, a las marchas tras ese ideal de mierda y metidos hasta el cuello en aquellas trincheras de porquería, que le dimos el espaldarazo a la luz, que negamos para siempre el chicle y la Coca Cola y nos convertimos, para vergüenza de nuestros Padres Fundadores, en el país más miserable, más pordiosero y más humillado del planeta Tierra.

De ahí que crea, un “poquito”, que la tan deleznable situación, la tan lastimosa vida que hoy tenemos y la mala muerte que estamos padeciendo los seres cubanos, tanto en el orden físico como en el espiritual, es consecuencia de nuestras erradas actitudes, de nuestra incondicional reverencia y sumisión a un régimen que nos racionó hasta el agua de Milordo, que nos apagó el brillo hasta de los ojos y que nos utilizó, para sus fines tiránicos, como pioneritos obedientes en la total destrucción de un país que era ejemplo de capitalismo creciente, de prosperidad, de educación, de decencia y de abundancia de sanguisis de jamón y queso.

Hoy los cubanos humildes, por desgracia y por tristeza, vivimos y morimos la peor tragedia de nuestra historia, nos enfrentamos a nuestro presente con absoluta indefensión pues somos víctimas de nuestra propia mala vida revolucionaria, estamos perjudicados por la desidia, la codicia y la corrupción de una tiranía totalitaria y somos vistos, y esto es lo peor de todo, lo más perverso, lo más absurdo y lo más vergonzoso, como la morralla nacional por una nueva clase de cubanos apoderados en el exilio que nos utiliza lo mismo para denigrarnos, que para acusarnos, que para incitarnos a protestar cuando todos saben que en Cuba, solo murmurar, aunque sea bajitico, bajitico, es reprimido y machacado con la peor de las violencias…

Ricardo Santiago.

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