En nada nos ayuda cargar con tanta pena. No nos hace bien. Es cierto que en el lugar que estamos ahora se respira con más tranquilidad, con más holgura, pero, pero, pero, pero…, ese olor a mar, ese sol y esa brisa con brazos de mujer les aseguro que no los vamos a sentir en ningún otro lugar de este mundo.
“Ponme la mano aquí Macorina…”
Realmente éramos un pueblo feliz, un pueblo trabajador, amigo, soñador, gente buena que creía en Dios, en la Virgen y en las potencias “salvajes” del cielo, el mar, los ríos y la tierra.
Éramos personas pacíficas, decentes, nos gustaba el arroz con leche con una pizquita de canela, un trago de ron y la cerveza fría, bien fría. Reuníamos centavo a centavo para el par de zapatos en las rebajas de Fin de Siglo, para el “sanguisi” de jamón y queso, para el pan con timba o para el arroz frito de la fonda del chino sin ninguna vergüenza y con la frente bien alta.
Éramos personas humildes pero honradas, limpias, literalmente limpias.
Nos gustaba mirar a la mujer de Antonio porque no había nadie que caminara como ella.
Amábamos a nuestra ciudad porque crecía, se desarrollaba, competía con los ángeles por dominar el espacio sideral a la par que nos brindaba oportunidades para que fuéramos nosotros mismos, para que el sacrificio de nuestros padres rindiera sus frutos con aquel título de “doltol”, tan anhelado, enmarcado y colgado en la pared,
Éramos un pueblo valiente, doblegamos al imperio más poderoso de su época y construimos una República hermosa, con una Constitución de las más avanzadas y humanas del mundo y con una democracia envidiable que, muchas potencias del primer mundo de hoy, ni siquiera podían soñarla.
Pero: “Éramos muchos y parió Catana…”, “llegó el comandante y mandó a parar…”, “en cada cuadra un Comité…”, “jorobita, jorobita lo que se pega no se quita ni con la saya de tu madrina…”. Así mismo, nos convertimos en el gran disparate de la humanidad.
Fidel Castro, esa maldad que quedará postrada en nuestras memorias por varias generaciones, nos condenó al destierro de nuestra patria, al destierro de nuestros amores y a un exilio obligatorio porque “sencilla y llanamente” nos convirtió la vida en un terrible infierno.
Este miserable barrió con todo cuanto habíamos logrado como nación, algo tan elemental como el par de zapatos de Fin de Siglo, el sanguisi, el pan con timba y el arroz frito de la fonda del chino se fueron al carajo y los sustituyó por un miserable cupón de la libreta de productos industriales una vez al año, un pan con croquetas de subproductos de “pollo” y, bueno, el arroz, bien, gracias, cinco libras al mes por persona y patria o muerte, venceremos.
A la mujer de Antonio la vistió de miliciana, de constructora, de machetera en perdidos cañaverales, de vigilante de pueblos y le arrebató su gracia y su aire obligándola a repetir consignas y cantos revolucionarios.
¿Qué por qué no nos enfrentamos a Fidel Castro y lo aplastamos como a una cucaracha?
Esa es la respuesta más difícil y complicada del mundo pero será tema de un próximo análisis.
Según la historia la mayor condena que podía aplicársele a un ser humano era ser desterrado de su pueblo, de su tribu, de su comunidad o de su Patria. Son muchos los ejemplos de culturas ancestrales donde este era el peor de los castigos y de grandes patriotas de nuestra geografía que también sufrieron ese calvario, por sólo citar dos ejemplos: José Martí y Simón Bolívar.
El cubano es el único ser de este mundo que cuando decide marcharse al exilio, por la política asfixiante impuesta por la dictadura de los Castro, no sabe si podrá regresar alguna vez. Esta es la “terrible pena del mundo” y la dolorosa realidad que nos toca enfrentar diariamente…
Continuará…
ME GUSTA: EXCELENTE Y VERAZ ESCRITO. MUY COHERENTE Y BIEN REDACTADO. TRATARE DE SEGUIRLO HASTA EL FINAL. GRACIAS.