Yo digo que lo que más nos afecta, a nosotros los cubanos, es la pérdida, en un noventa y nueve por ciento, de nuestros valores como seres humanos, de nuestras tradiciones culturales como nación, de nuestra decencia de toda la vida, de nuestra educación de pobres pero bien educados y de nuestro patriotismo, de nuestra hidalguía y de nuestra lealtad, sentimientos que nos han sido arrancados, casi que de raíz, por asumir, asimilar o incorporar, en nuestras vidas, a una maldita revolución de los humildes que nos dejó en el puro hueso y nos puso a bailar como esqueletos rumberos.
El ser cubano, desde el mismísimo 1 de Enero de 1959, en una significativa e importante mayoría, permitió que entraran en su casa, en su conciencia y en su existencia misma, a veces consciente y otras inconscientemente, los códigos mortales de una ideología que basa su funcionamiento, desafortunadamente, en el falso colectivismo, en la lucha de clases, en un supuesto poder del pueblo y en el antimperialismo, motor impulsor de nuestra guapería barata, a niveles estratosféricos, y que, de muchas maneras, definieron nuestra nueva “cubanía” como pueblo “indomable”, sacrificado y valiente, que tenía al frente, arriba y abajo, a un “invicto” comandante en jefe.
Por desgracia para nosotros, esta insólita actitud asumida a golpes de zafras azucareras incumplidas, de planes agrícolas generadores de hambre y dolor de estómago, de construcciones civiles defectuosas y con goteras, con muchas goteras, de un sistema de sanidad pública desprovista hasta de las elementales aspirinas, de una educación fundamentada en la mala palabra y en un desapego total de nuestras raíces culturales históricas, fueron resquebrajando paulatinamente nuestra realidad como seres cubanos y nos transformaron, y esto puedo asegurarlo en un cien por ciento, en un pueblo chapucero, indolente, ajeno al buen gusto, mal educado, propenso a la chusmería y a la vulgaridad, consumista de lo peor y acostumbrado a la mendicidad estatal.
La vida en Cuba, tras más de sesenta y cinco larguísimos años de persistencia revolucionaria, se ha tornado miserable, ruinosa, los seres cubanos nos hemos acostumbrado tanto a la escasez, al racionamiento y a la indolencia nacionales, que no reparamos en lo que de verdad nos está matando, que perdimos el sentido práctico para saber, o entender, las verdaderas causas de nuestro deterioro como nación y como raza, y terminamos, a la altura de tantos años de miseria e indigencia sostenidas, culpando a terceros de nuestra desgracia cuando, el verdadero culpable, el único responsable de nuestro apocalipsis urbano y rural, es esa dictadura asesina y es, también, nuestra gran comemierdería histórica.
Pero, en realidad, a nosotros los cubanos no nos destruye solo el hambre, la miseria o esa maldita revolución de los miles de apagones, no, nosotros los cubanos sufrimos algo mucho peor que la manoseada crisis económica con la que esa inmunda tiranía intenta justificar nuestra desgracia y su incompetencia, nosotros como pueblo somos el resultado de una demoledora inhumanidad generada por años y años de pérdida de valores éticos, de principios morales y de códigos existenciales, por décadas enteras alimentando la violencia, el odio y la envidia entre nosotros mismos, por tanto tiempo de querer ser revolucionarios sin saber, a ciencia cierta, qué carajo significa esa mierda y por no haber tenido, en estos sesenta y cinco larguísimos años, ni un solo segundo de prosperidad, ni un solo momento de abundancia y ni tan siquiera un simple minuto de gloria.
Y lo peor de todo es que hacemos apología de nuestras groserías, de nuestra mala conducta social, de horribles cánones adquiridos durante nuestro profundo adoctrinamiento comunista y salimos al mundo, escapamos de aquel maldito infierno, cargando con nosotros tan desagradables lastres, queriendo imponer donde quiera que llegamos nuestra falta de principios y de lealtad, asumiendo que el mundo nos pertenece comportándonos de manera errónea y queriendo imponer, como mismo nos impusieron a nosotros en Cuba, una manera de ser que nada tienen que ver con el mundo civilizado.
Por eso he dicho, muchas veces, que, a veces, ser cubano es una vergüenza muy grande, que haber nacido en aquella isla casi hundida en el mar es una desgracia y que haber apoyado, durante un tiempo importante de mi vida, a aquella mierda de revolución castro-comunista, es el peor error que he cometido, es el más grande bochorno con el que tengo que vivir por el resto de mi vida y es esa parte de mi existencia que no le quiero legar ni a mis hijos ni a mis nietos.
Ricardo Santiago.