En Cuba, en esa isla maldita, vivir la vida del día a día se ha convertido en un calvario, pero eso todo el mundo lo sabe, de eso todo el mundo es consciente porque basta con mirarle a los ojos a cualquier ser cubano que deambula por la calle, que se deja llevar por la inercia de su agonía, para darnos cuenta la profunda pena y la honda tristeza, que envuelven su corazón, su mente, sus manos y sus pies, tal como si arrastrara, como un castigo celestial, una terrible carga mucho más pesada que su honradez o que sus aspiraciones.
El cubano dentro de Cuba nunca llega a ser consciente de su desgraciada realidad. Al cubano dentro de Cuba se le va la poca vida que le han dejado en conseguir una latica de arroz, un platanito maduro o un cachito de pan para alimentar a sus hijos, para poner algo sobre la mesa y que la inanición no le clave las garras en sus escuálidos estómagos y la muerte, los patria o muerte venceremos que tanto gritó, no lo arrastren al fondo del amargo abismo que ayudó, con todo su esfuerzo y sacrificio, a construir en nombre de una falsa revolución, de un asesino como fidel castro, de un socialismo parasitario, de un partido comunista abusador y de un futuro prometido que nunca le ha de llegar.
Pero el cubano dentro de la isla, insisto en esta idea, tiene muchos miedos y él tampoco lo sabe, él no entiende que cualquier diligencia que hace, que cualquier decisión que toma o que cualquier sueño que tiene, por muy simple que sean, son aventajados por el pánico, son sustentados en el temor y son dominados por un sobresalto innato, inculcado e inoculado, que muchas veces, o la mar de veces, ni siquiera él sabe porqué, de dónde vienen o a qué se deben.
Porque al cubano dentro de la isla, a los que nacimos y crecimos en ese pedazo de tierra anegado en racionamientos, en escasez, en crisis de todo tipo, en enfermedades, en miseria física y espiritual, en indigencia del alma, en corrupción, en represión y en espanto, nos indujeron desde chiquitos, desde que éramos chiquiticos y de mamey, que nosotros somos culpables de lo que nos pasa por no apoyar a esa maldita revolución, que somos responsables de la infección en que vivimos porque somos unos puercos y unos asquerosos, que somos merecedores del hambre que pasamos porque no nos gusta trabajar y que no tenemos luz, es decir, ni luz eléctrica ni luz divina, porque al primer chance que nos dan salimos corriendo pa’l Norte a morir como traidores en aire acondicionado.
Yo digo que esa trepanación conceptual que nos hacen cuando nacemos en Cuba, tiene mucho que ver con la falta de entendimiento que tenemos, la mayoría de nosotros, a la hora de entender nuestra realidad y la del mundo en que vivimos. Hay una fuerte tendencia a la superficialidad por parte de muchos de nosotros para no aceptar que las limitaciones, las absurdas restricciones que padecemos todos, están directamente relacionadas con la permanencia en el poder en Cuba, de una detestable revolución socialista afincada, sembrada y sentada eternamente en el tibor del poder, quien es la que nos ha conformado, a nivel espiritual, de principios y de complejos esenciales, como unos eternos pecadores que tienen que ser castigados, por los siglos de los siglos, por no obedecer, por no someternos incondicionalmente, a papá Estado.
Y es que la revolución castro-comunista, dicho sea de paso, la revolución de los apagones más largos del mundo, para subsistir, para mantenerse gravitando sobre la clave de nuestra cubanía, tiene que sembrarnos el miedo hasta en las entrañas, tiene que plantarnos en la médula espinal el susto constante de sentirnos vigilados, de saber que nos espían, de tener que mirar hacia todas partes antes de hablar y de que cada cosa que hacemos, si no está dentro de la revolución, es una ilegalidad y una felonía contrarrevolucionaria que merece ser castigada con presidio, con destierro o con la muerte.
Incluso cuando logramos escapar de aquel maldito infierno el temor nos acompaña, nos secunda como aurora boreal imaginativa porque fue tanto el adoctrinamiento, pero tanto el terror que cargamos en nuestros equipajes de emigrantes, que no nos deja ni pensar, pues parece que a muchos de nosotros un ratoncito nos comió la lengua cuando de hablar de libertad para Cuba se trata…
Ricardo Santiago.