Yo digo, afirmo y recontra aseguro, que la revolución castro-comunista es la “empresa administrativa”, porque en algún sentido esa es su supuesta función principal, que más clientes insatisfechos tiene, con más de un noventa y cinco por ciento de usuarios molestos, hastiados, recondenados y encabronados, en toda la historia de los seres humanos, de los seres cubanos y de la administración pública y privada.
No existe una sola entidad burocrática, en ningún país del mundo, en ningún contexto socio-económico y en ningún área de la vida de vivir que tenga que ser organizada, que tenga que ser legalizada, que tenga que ser ordenada o que necesite funcionar de manera orgánica, que haya acumulado tantos fracasos, que sea tan retrógrada, que haya destrozado tanto una economía, paralizado la industria en general, destruido un sistema de salud a todos los niveles, la educación lógica y las buenas costumbres e involucionado tanto a un país, con su mala gestión, con su incompetencia, con su corrupción y con su perfidia, como este engendro maquiavélico que se hace llamar “revolución cubana”.
Por eso podemos afirmar que la mal llamada revolución “cubana”, porque de revolución y de cubana no tienen absolutamente nada, es un Estado fallido, es un “gobierno” de taburetes y es un régimen más preocupado por mantener a las personas sumidas en la miseria física y espiritual, pasando tres varas de hambre, luchando más por la subsistencia que por la existencia y queriendo largarse de aquel maldito infierno, que crear buenas condiciones de vida y de progreso individual, permitir que los cubanos sean libres para decidir el futuro que más les conviene, crear la infraestructura necesaria para generar prosperidad y promover un sistema de leyes que proteja a los individuos y no a un falso Estado devenido en dictadura criminal, asesina y militar.
Lo más terrible de todo esto es que llevan más de sesenta y cinco larguísimos años sentados en el tibol del socialismo, ese invento ideológico que destruye el alma de quienes lo profesan, esparciendo sus mierdas a diestra, siniestra y contaminando todo cuanto embarran pues las emanaciones de ese diabólico régimen socio-económico, y está demostrado con creces a través de la historia contemporánea, ha sido un rotundo fracaso en cada rincón del planeta donde se ha aplicado, sea con frío o con calor, pues la pudrición de la dictadura del proletariado siempre termina por destruirlo todo, por hacer a los pobres más pobres y dependientes de gratuidades carísimas y por involucionar a países y a pueblos enteros, al punto de que hasta las matemáticas cometan errores y nunca proporcionan lógicos resultados.
Cuba es el mejor ejemplo de lo que significa ser socialista y comunista a cambio de nada. Nosotros los seres cubanos, para vergüenza nuestra y la de muchos seres cuerdos de este planeta, somos el triste estereotipo de que ser “revolucionarios” por excesos de adrenalina injustificada, de que ser socialistas sin saber qué carajo significa realmente “proletarios de todos los países uníos” y de que seguir incondicionalmente a un caudillo de mentiritas, a un falso mesías y a un comandante ladrón, mezquino y asesino, solo conduce a los pueblos a despetroncarse en el amargo abismo de la lujuria, de la cobardía y de la concupiscencia sociales.
Dice mi amiga la cínica que más de seis décadas con el mismo cuento, la misma pituita y el mismo llantén de que el imperialismo me quiere gobernar y yo lo sigo y lo sigo culpando, demuestra la incompetencia de un régimen, devenido en tiranía del cuerpo y del alma, para salvar a un pueblo de la indigencia, de la oscuridad y del hambre.
Nosotros los seres cubanos, la mayoría de los perfectos inconformes que miramos a Cuba con lástima improductiva, debemos tomar conciencia de nuestro papel real en esta mala historia que vivimos y hacer algo, acciones o un mínimo esfuerzo, por salvarnos de una buena vez de esa maldita revolución de los apagones y de esa mierda del socialismo de alcantarillas.
Del nieto cabrón, del cumpleañero del vino espumoso, se ha escrito lo suficiente y se han demostrado todas las verdades alrededor de este desagradable fantoche, solo aclarar que no es el único, que no nos dejemos confundir pues todos los enchufados o protegidos por esa infame revolución gozan de los mismos privilegios, solo que son menos imbéciles como para hacerlos públicos pues el alarde de este anodino personajillo, de bares y cantinas, es un complejo de inferioridad muy grande que sufre el infeliz…
Ricardo Santiago.