Lo más terrible de estos últimos 60 años de la historia de Cuba es que nosotros, los cubanos, aceptamos y nos acostumbramos a sobrevivir en un país donde hasta el aire que respiramos lo inhalamos, lo aspiramos, lo “consumimos” y lo exhalamos de forma violenta.
La violencia se ha arraigado en la sociedad cubana enfermizamente porque un país que sufre una eterna crisis económica, por culpa de las malas políticas “administrativas” de una dictadura comunista, no puede aspirar a funcionar en paz sin que medien los gritos, los gaznatones, los jalones de pelo, el hurto, la corrupción y el dale a quien no te dio.
Por eso la violencia en Cuba, la que se ha apoderado del sentido común de sus habitantes, ha convertido hasta las relaciones interpersonales en una batalla campal cuando los seres humanos pensamos de forma diferente.
Yo siempre he dicho que la violencia en los seres humanos es expresión de quienes carecen de argumentos para defender una idea, obtener lo deseado a través del esfuerzo y del sacrificio, sentirse realizado con su proyección personal o, sencillamente, lograr cumplir metas a corto, mediano o largo plazo.
En Cuba nada, absolutamente nada, de lo que cualquier ciudadano común se proponga puede lograrlo porque Cuba es un país donde todo está diseñado para impedir la prosperidad de las personas, esta “organizado” para frenar la capacidad emprendedora de los individuos y estructurado para coartar cualquier intento creativo que no esté dentro de lo estrictamente legislado por los “teóricos” de una revolución absolutamente retrógrada, pedestre, represora e involutiva.
Dice mi amiga la cínica que por todo eso Cuba es un país que vive y que va a morir con las “chancletas” puestas, que es imposible lograr cualquier tipo de funcionamiento racional cuando el absurdo ha alcanzado la condición de vanguardia nacional y se aceptan como públicos los “valores” que están creados para presumir en la intimidad de nuestras “conciencias”.
Pero nosotros no éramos un país así, recuerdo que de muchacho mi madre me recriminaba cuando yo quería salir a jugar con aquellas “cutaras” plásticas que vendían por la libreta y me decía que no, que a la calle no se sale en chancletas porque es una vulgaridad y además no hay razón para exhibir ante el mundo los dedos untados de Micocilen.
Por eso esta vez apoyo a la cínica y reafirmo que sí, que las “chancletas” de la patria vinieron con fidel castro y con la revolución del picadillo como una prueba de que ese desagradable torbellino de hijos de puta llegaron para violentar una sociedad que tenían la decencia, el civismo, el respeto y la pulcritud como sus mayores logros republicanos.
Algunos teóricos plantean que nosotros, es decir, el pueblo cubano, somos un sádico experimento de la Internacional Socialista al cual el castrismo se prestó para poder consolidar sus apetencias dictatoriales y tener el camino libre para robar y dar riendas sueltas al sentimiento sociópata, criminal, delincuencial y corrupto de los castro y compañía.
Es por eso que en Cuba la vida es extremadamente violenta, desde conseguir los alimentos para servir la mesa diaria, obtener las medicinas para curar el cuerpo y el alma, arreglar la casa que se está cayendo y nos va a aplastar un día de estos, comernos un cachito de pan sin aceite porque es un lujo, tomarnos una cervecita fría sin que esté adulterada y que no nos roben el puerquito de fin de año, hasta lograr coexistir en un país donde todo está absolutamente politizado, donde tenemos que ser revolucionarios de sí o sí, donde estamos obligados a compartir esa absurda ideología y donde nos exigen gritar patria o muerte si aspiramos a tener méritos para obtener una vivienda.
Por eso digo que la violencia en Cuba, esa que hoy expresan nuestros jóvenes matándose con una rabia incontrolable, que se respira en el inhumano transporte público, en las colas para obtener los escasos alimentos, en el odio, la envidia, la intolerancia, en los escombros de las calles, en las ruinas de una ciudad podrida y miserable, en la falta de futuro, en un café sin su auténtico aroma y en la vida misma de los cubanos, es consecuencia directa de la permanencia ilegal en el poder de una criminal dictadura paramilitar que no hace otra cosa que matarnos de hambre, de humillaciones, a golpes, de desilusión y de vergüenza.
Hasta este exilio nuestro es violento.
Ricardo Santiago.