La vulgaridad cubana, otra maldición, otra herencia del castro-comunismo.

Yo digo que a nosotros los cubanos la vulgaridad nos viene como anillo al dedo, es decir, somos chabacanos y groseros por formación, por conducta, por cultura, por instrucción y por ser unos revolucionarios sin una revolución verdadera, por ser unos come en cubo con un hambre de tres varas y por ser unos practicantes confesos de la chusmería, de la ordinariez y de las bajas pasiones…

Por supuesto que existen cubanos decentes, educados, que no soportan la gritería ni la violencia física y verbal pero son los menos, son un buchito así que me cabe en la palma de la mano pues nosotros, como generaciones nacidas posterior al 1 de Enero de 1959, instruidos, criados y formados bajo la influencia del cepillo revolucionario y del bulldozer del socialismo, “alimentados” espiritualmente con la caldosa de una ideología que promueve la traición, la envidia, el odio de clases y la raspadura amarga, somos, por antonomasia, los hijos directos de un régimen que basa su entendimiento en la perversión, en las malas acciones y en las malas palabras.

Como dije, por suerte, hay un grupo de nosotros que escapó de tan destructiva maledicencia en la articulación verbal, en las gesticulaciones físicas y en el comportamiento ciudadano, pues gracias a sus familias, gracias a la espiritualidad, es decir, a Dios, o gracias a ellos mismos, se mantuvieron alejados del apocalipsis del “lenguaje” cubano, tanto gestual como oral, y lograron salvar el alma a tanto desprestigio de nuestra propia raza.

Por eso yo digo, porque lo creo firmemente, que la indecencia cubana, devenida en patrimonio nacional, renglón exportable y parte del producto interno bruto de la revolución castrista, es el resultado directo de muchos años de adoctrinamiento, de décadas enteras de exaltación petulante de los peores valores humanos y de pésimos elementos educativos donde el ser humano o cubano, creció creyendo que quien más grite es más revolucionario, que quien más ofenda es más comunista y que quien más blasfeme es más castrista y más defensor de un sucialismo, sí así mismo, que no cree ni en moral, ni en pudor, ni en decencia y ni en la madre que lo parió.

Pero, no nos confundamos, no nos dejemos engañar otra vez, la vulgaridad no solo está presente en el discurso narrativo del día a día de los cubanos, no señor, esa grosera actitud nuestra, muy difícil de descontextualizar del niño convertido en pionero por el comunismo, engendrado y acunado posterior a nuestra desgracia nacional, subsiguiente a nuestra adoración infecunda a los proletarios de todos los países unios y más allá de nuestra inserción en el ambiente del marxismo-leninismo, es más que palabras soeces, es más que gesticulación agresiva y es más, es mucho más, que te parto la cara si me vuelves a tocar las nalgas.

Dice mi amiga la cínica, por cierto, a ella le encanta cascar alguna que otra mala palabra pues dice que hay ocasiones en que ninguna como ellas, a las malas palabras se refiere, para ejemplificar un hecho o una acción determinados de la vida, que el cubano exageró esa necesidad expresiva e hicimos o convertimos la exclamación cotidiana en una agresión a la decencia, a la integridad de la mujer o al cuidado que aquí hay niños.

Y es así, usted escucha a hombres que se dicen ser muy valientes, muy machos y muy ají picante ellos, proferir malas palabras y expresarse con total ordinariez frente a mujeres o infantas, ver a mujeres que son madres, que son el pilar fundamental de una sociedad, comunicarse, con total normalidad, soltando “flores” amargas por la boca y ve, increíble, triste y muy desesperanzador, a niños y niñas cubanos, aun dentro de cualquier escuela castrista, liberando un rosario de indecencias que escapan a nuestra comprensión y a nuestra vergüenza.

Por eso digo que la vulgaridad va más allá de un lenguaje barriobajero, es más terrible y más dañina que un discurso grandilocuente o gangrenoso y es más, mucho más repugnante, que la mala intercomunicación entre dos, o más personas, con unos genitales, tanto masculinos como femeninos, metidos en tu boquita mami o en tu cerebrito papi.

La vulgaridad, la neo-grosería revolucionaria como forma del lenguaje físico o verbal del cubano, también está presente en las ideas que expresamos, también está en nuestra forma de ver la libertad de Cuba, en cómo adoramos a líderes improvisados y oportunistas y en la manera en que andamos por la vida como si fuéramos un rebaño descarriado de bestias, camino al matadero, ahogados por los gritos de patria o muerte venceremos. Ahí se los dejo, que cada cual grite sus “malas palabras” en cualquier rincón de su alma sin molestar a los demás…

Ricardo Santiago.

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