El ser cubano nunca fue un tipo vulgar, todo lo contrario. El ser cubano destacó siempre por su educación cívica, su decencia y su buen gusto, extraordinarias cualidades que fueron muy bien reconocidas y apreciadas por ilustres personajes que nos visitaron e incluso se quedaron a vivir entre nosotros, ¡por lo bueno que estaba esto!, antes de 1959, por supuesto.
La bravuconería política, la gritería revolucionaria, los desatinos ideológicos, chofe abre atrás que me apeo, el mal hablar, los insultos mediáticos, las malas palabras como arma de combate, las chancletas, los rolos públicos, las tribunas para gritar y para perder la vergüenza, la corbatica pintada en el pulóver, las ofensas matutinas y la politiquería socialista, son un invento del comunismo, de la revolución castrista y del propio fidel castro, patrocinador de todo lo malo, de lo más malo que existe hoy en Cuba.
La chusmería y la vulgaridad fueron el sello distintivo colgado en nuestras almas por el castro-comunismo para hacernos creer mejores y diferentes que los “seres cubanos de antes”, para romper con la tradición del cubano educado, “trajeado” y elegante porque: Esas son manifestaciones pequeño burguesas y los revolucionarios de “principios” andamos con calzoncillos sin elásticos y con las medias desbembadas.
Las buenas maneras, hábitos y costumbres fueron siempre los atributos más importantes de la nación cubana hasta que “llegó el comandante y mandó a parar”, fíjense que la máxima de toda familia en Cuba era: pobre pero honrado o pobre pero decente.
Los actos políticos masivos sucedidos después del 1 de Enero de 1959, que fueron por cualquier motivo, por gusto, por capricho de quien tú sabes, muchos, demasiados, hemorrágicos, exagerados y repugnantes, despertaron un lado siniestro, nunca antes visto, en el pueblo cubano.
La enajenación popular en torno a supuestas “nuevas” medidas que nos beneficiarían a todos, las llamadas leyes revolucionarias del todo por uno, la guapería tumultuaria ante el vecino del Norte que “nos apuntaba con su bomba atómica”, los cobardes gritos de paredón, paredón, paredón y los histéricos aplausos de casi todos ante el robo descarado de la propiedad privada, fueron conformando, estúpidamente, la nueva idiosincrasia de un pueblo que, hasta hacía muy pocos meses, no hablaba sin antes pedir permiso.
Con la “educación socialista” desaparecieron para siempre de la instrucción pública cubana la enseñanza del civismo, de las normas de urbanidad y el verdadero amor por la Patria y por nuestra historia nacional convirtiendo el arte de leer, sumar, multiplicar y pensar, en una verdadera epidemia doctrinera de comandante en jefe ordene y patria o muerte….
Las ofensas constantes contra el enemigo del norte y sus Presidentes por parte de cualquiera de los principales exponentes de la dictadura: “Eh, a eh, a eh la chambelona, Nixon no tiene madre porque lo parió una mona…”, y contra todo aquel que pensara diferente a: “con la revolución todo, contra la revolución nada”, que se vaya la escoria, gusanos, apátridas, contrarrevolucionarios, etc., etc., etc., propició que a los cubanos nos parecieran muy normal las faltas de respeto entre nosotros o los escándalos en medio de la calle, pues aprendimos con el socialismo que mientras más alto se grite más rápido se escalan posiciones en la jerarquía gubernamental, en los puestos de dirección administrativa dictatoriales y hasta pa’ ganarse una casita en la playa con este calor que no hay quien lo aguante.
Para poner un sólo ejemplo de nuestra historia más o menos reciente, recuerden a aquel mequetrefe que de los 31 y pa’lante, el que no salte es yanqui y las estupideces más alucinantes, “saltó” a Canciller de la República de Cuba.
Con el tiempo, lógicamente, todo eso se hizo normal, los cubanos dejamos de hablarnos para gritarnos, dejamos de razonar para ofendernos y dejamos de dialogar para “matarnos”. Los altos valores académicos que fuimos alcanzando nunca fueron acompañados por verdaderos valores cívicos, por principios de cortesía y respeto, por los excelsos hábitos de conducta de nuestros abuelos que, aunque no tuvieran una instrucción escolar avanzada, eran dignos ejemplos de sabiduría y urbanidad.
La vulgaridad de la Patria hoy excita el llanto en quienes la sufrimos, en quienes vemos con horror cómo nuestros jóvenes, sin saberlo, son herederos de discursos y actitudes totalmente ajenos a nuestras raíces, a nuestra historia como nación y a nuestra cultura como pueblo. Las malas palabras, los gritos y la violencia no son necesarios para manifestar desacuerdos entre personas ni para desear que esa dictadura de mierda se vaya pa’l carajo de una vez y por todas de nuestra Cuba bella y hermosa…, bueno, digo yo…
Ricardo Santiago.