Y llegó el comandante, mandó a parar, y a la mujer cubana la vistieron de miliciana, de machetera, de constructora, de cederista, de federada, de represora, de combatiente, de chivata, de alma en pena y de cuanta mierda se le ocurrió a un régimen que a fuerza de amenazas, de crear enemigos imaginarios, de hacer promesas de un futuro mejor, de fomentar odios, de premiar arrebatos marimachos, de exaltar la chusmeria y el servilismo patriotero, le cambió para siempre la clase y el glamour a las féminas de una nación por la grosera “imagen” del comunismo que, a decir verdad, nada tiene, ni tendrá que ver nunca, con la elegancia que siempre tuvo la mujer cubana.
Yo digo que la revolución del picadillo de fidel castro es la causante de todos los males, absolutamente de todos los males, que padece hoy en día nuestro país. Esa dictadura claustrofóbica es la responsable directa de todas las desgracias que sufre el pueblo cubano porque en 60 años, en 60 larguísimos años, jamás ha hecho nada para propiciar que Cuba se desarrolle económicamente, políticamente, socialmente y humanamente.
El desastre provocado por esa caterva de criminales incapaces ha carcomido a nuestro país desde sus cimientos con muchas opciones de que en cualquier momento se venga abajo. La sociedad cubana en su totalidad es víctima de un descalabro existencial que nos ha destrozado el alma hasta convertirnos en espectadores pasivos de nuestra propia desgracia, ha generado un conformismo tan aplastante que el cubano ha terminado por aceptar que el agua tibia es un “logro” de esa revolución y aplaude mecánicamente para que no le “falte” un día sí y un día no y pueda llenar cuanta vasija, grande o chiquita, ha logrado acaparar en más de medio siglo de racionamientos endemoniadamente calculados.
Se dice fácil, se cuenta rápido, muy rápido, pero la realidad es que nadie entiende cómo un pueblo, es decir, millones y millones de seres humanos, han podido sobrevivir a tanta patraña y, sobre todo, aceptar con total parsimonia que el supositorio del socialismo lo que no mata, engorda, y lo que sobra pa’…
Y definitivamente el sadismo del castrismo, maldito sea, se ensañó, se duplicó, se triplicó y se cinco te hinco contra las mujeres en Cuba. No ha tenido compasión con ellas durante este tiempo que mal vivimos los cubanos, tiempo en que las han utilizado para propagandear las “bondades” de una revolución que las encaramó en enormes camiones para hacer violentos trabajos en la agricultura, en tanques de guerra para “defender” una patria “amenazada”, que las envió a construir, sin ser albañiles, un estúpido socialismo con sus propias manos, que las ha sacrificado en absurdas y corruptas misiones internacionalistas, que les prometió el paraíso y las tiene viviendo un infierno y, si no fuera poco, como si el crimen no fuera de lesa humanidad, les dio la revolucionaria tarea de engendrar al hombre nuevo quien supuestamente salvaría a la patria, al socialismo y…
Y hasta el hombre nuevo de esa tirania fue un fracaso total, una arqueada bulímica, dice mi amiga la cínica que al susodicho “modelito” lo concibieron con mala leche, mucho sudor y tanta baba pendenciera que terminó yéndose pa’l carajo de aquel infierno porque lo que sí está claro para cualquiera, hasta para los comunistas, es que el hambre y la sed que se pasan en Cuba socialista no hay dios que la aguante ni con una vida, ni con tres y ni con las plegarias a la virgen de lo soportable.
Porque, al final de este cuento que nos han querido hacer los comunistas, la esencia de esa criminal dictadura es que la miseria, la destrucción, la pudrición, la dejadez, el mal olor y la cochinada son sinónimos de ser un buen revolucionario, un “hombre” cabal comprometido con el socialismo y un enemigo jurado de las arrogancias capitalistas como la belleza, que es fundamental, la elegancia, la educación, muy importante, el respeto, el buen olor y la gracia de esa mujer que cuando baila, camina o se ríe, el mundo entero sabe, sin ninguna duda, que es cubana.
Las mujeres en Cuba son víctimas mortales del castrismo, son quienes más sufren la tragedia nacional que acompaña a ese pueblo porque tienen la doble carga de vivir y de intentar que otros, muchos, tengan algo de esperanza y no mueran de deshonor y de vergüenza.
Yo…
Ricardo Santiago.