Los cubanos como pueblo, como nación, como país, salvando algunas individualidades, nos hemos convertido, en estos últimos sesenta larguísimos años de nuestra “revolucionaria” existencia, en gente muy extraña, muy difícil de entender, muy complejas a la hora de saber qué pensamos realmente de la “vida”, de la libertad, del patriotismo, de la “economía nacional”, de ser esclavos o “mártires”, de la venta “liberada” de cartones de huevos, del producto interno bruto en el socialismo, de las “causas y azahares” de nuestra maldita miseria, de qué carajo le echan al picadillo “enriquecido” que se pone “verde” y hasta cuando hablamos de quiénes son los verdaderos culpables del atropello, la fragancia agria, los gritos en la oscuridad, la represión, la hambruna nacional, los disparates oficializados, mucha dinamita pero la mechita bien cortica, los cortes del fluido eléctrico, el desabastecimiento, las ilegalidades y del desastre antropológico que llevamos soportando desde hace más, muchísimo más, de medio siglo.
Es una cosa de locos, aplaudimos a nuestro verdugo y nosotros mismo le ponemos el látigo en las manos.
Pero aprendimos a gritarle groserías y a ser “belicosos” con el imperialismo yanqui, con nuestros hermanos del exilio, aunque la vida, el tiempo y el sentido común, después de tanto desfilar, marchar y decir consignas de aquí para allá y de allá para acá, nos han demostrado que ellos nada tienen que ver con nuestro hundimiento, nuestra pudrición, nuestro estercolero insignia, nuestra decadencia y con estas “giardias” que nos comen vivos.
Y es que elevamos la mediocridad ciudadana, individual y social, a escala de “condición humana”. Nos transformamos en una masa compacta de atronadoras voces que no se miden, no se cansan y no se avergüenzan de decir estupideces, de agredir la decencia y faltar a la razón, de decir mentiras y engañar miserablemente a cualquiera con la intención, la pérfida intención, de salvar una revolución, a un invento de socialismo y a un fidel que, todos juntos, mezclados y “entortillerados”, no son más que un cadáver putrefacto muy dañino, maloliente, contaminante y venenoso.
Lo único que hemos conseguido con nuestro empecinamiento “revolucionario” es un país destrozado, lastimoso, fantasmagórico, zombi, perdido en sus recuerdos y humillado por más de seis décadas de abandono, de ineficiencias, de descaros, de tengo la manito quebrada, de incompetencias y de maldades que, aun así, nos damos el lujo de exhibir ante el mundo como un “logro” de la revolución castrista y de esa mierda de la continuidad fidelista.
Podríamos estar horas hablando e incluso elaborar una larga lista de las barbaridades que abochornan a cualquier ser cubano de “ser cubano” y que nosotros, vuelvo y repito, como pueblo, las hemos convertido en bandera representativa de una isla que una vez fue una de las mas educadas y coherentes del mundo.
Pero no, no quiero herir susceptibilidades ni que mi comentario sea mal interpretado. El castrismo nos jodíó no solo la “figura”, también nos dislocó las ideas y hoy nos cuesta mucho trabajo ser tolerantes ante lo diferente, ser respetuosos ante lo ajeno y entender, con total parsimonia, que a algunos le gusta la carne, a otros el pescado y a aquellos de más allá ninguno de los dos, así de simple.
Es cierto que son muchos años de “nacer y morir” dentro de una mal sanidad ideológica como lo es el castro-comunismo. Un bicho malo que nos metieron a la fuerza a casi todos en el cerebro y que desgraciadamente, aun “rompiendo” con esa excresencia disfuncional, la llevamos metida tan adentro que no somos capaces de diferenciar entre un mitin y un homenaje, entre una peseta y un pesa’o, entre una rata y una jutía y entre Patria, libertad y vida y patria o muerte, venceremos.
Yo digo que tanta chusmería, tantos desatinos sociales, tantos disparates existenciales, tanta violencia militante, tanta insolencia, tanta mezquindad, tanta obediencia, tanta disciplina correctiva, tanta represión y tanta agua maldita, sumados a una deficiente o escasa alimentación, a la desinformación, a un adoctrinamiento programado, a unas pésimas condiciones de vida, a un calor que raja las piedras, al aroma de tu sobaco mi amorcito, a una carestía de la vida nunca vista, a unos apagones “programados” y a un esto no hay quien lo soporte, nosotros, los seres cubanos, perdimos el rumbo y borramos la línea divisoria entre el bien y el mal, la indecencia y la virtud, el amor y el odio, la Patria y un latón de basura hasta convertirnos en un país que lo mismo arremete contra sus ciudadanos en el exterior que suplica, mendiga y se arrastra, por una “recarguita” pa’l “telefonito, rin, rin, óyelo sonando, rin, rin…”.
Ricardo Santiago.