Lo peor en Cuba no es el castrismo, es un pueblo sumiso que no quiere ser libre.



Yo siempre digo que el mayor fracaso, es decir, la mejor prueba de que el régimen castro-comunista es una rotunda estafa, incluyendo su asquerosa doctrina socialista, es que transformó un país próspero y reluciente, con muy buenos olores y sabores, en una sociedad idiota, atrasada, absurda, donde los seres cubanos somos un malísimo reflejo de nosotros mismos y la vida de vivir es un absurdo que, más que todo, lo que provoca es deseo de morirnos.
Morirse en Cuba, como he dicho cientos de veces, miles de veces, tiene que ver más con el ostracismo espiritual que con la “desaparición” física. La revolución de las salchichas, con fidel castro al frente, por supuesto, concentró todas sus malas, sus malísimas energías, en desarticularle, fragmentarle, distorsionarle y mutilarle a la nación cubana, la gran espiritualidad que la caracterizaba y que la hacía parecer como un destino, único en el mundo, donde florecían naturalmente las bondades del alma.
Más allá de las creencias religiosas, el apego a una cultura propia, a una economía en ascendente desarrollo, a valores éticos, cívicos y morales adquiridos en evolucionaria historia de República democrática, con sus altas y bajas, Cuba era un país paradisíaco donde todos querían vivir y del que nadie quería emigrar, donde un capitalismo en franco y continuo desarrollo permitía el avance de la sociedad y donde la propiedad más sagrada de los hombres, es decir, la familia, fuera cual fuera, era respetada y venerada por gobiernos, partidos políticos, ideologías e intereses individuales.
Es por eso que la familia en Cuba, a partir de Enero de 1959, se convirtió en el primer objetivo y en la primera víctima de la barbarie castro-comunista. Un país donde el concepto de familia es manejado por los intereses de una cúpula en el poder, automáticamente, se transforma en una nación fragmentada, disfuncional, manipulable y esclava, muy propensa a aceptar dictaduras totalitarias, a caudillos enquistados en el ordeno y mando, a dinastías familiares ejerciendo el control de todo, de todos, y a la implantación y al sostenimiento del socialismo como justificación para el robo, el asesinato, la corrupción y la represión por parte de quienes dicen defender a los humildes del monstruo imperialista.
Porque, en realidad, el “famoso” socialismo que aplicaron en Cuba, castro y su pandilla, se convirtió en una “canibalesca” forma de “degustación” del hombre por el hombre o, mejor dicho, del hombre por un Estado incompetente, improductivo, represivo y corrupto, que no ha hecho otra cosa, en más de sesenta y tres larguísimos años, que imponernos una sociedad sin consumo, sin esperanzas, sin futuro o, como dice mi amiga la cínica, un país que, hoy por hoy, tiene todos sus números en rojo sangre y donde sus habitantes están condenados a “vivir” una muerte lenta, agónica, humillante, estúpida y descarada.
Así, para lograr su macabro objetivo, fidel castro se propuso, y desgraciadamente lo logró en un altísimo por ciento, idiotizar al pueblo cubano para ejecutar con mayor facilidad sus aspiraciones de convertirse en gran caudillo de la izquierda internacional y que los tontos del mundo le tendieran la alfombra roja de la bobería, la babosería, la guataconería y las mariconadas a los “olvidados de la tierra”.
Y el resultado, la increíble consecuencia de aceptar el socialismo como el “modo de hacer producir” la tierra, el aire y el mar, es que los seres cubanos somos hoy un pueblo de idiotas políticos, nómadas espirituales, hambrientos de todas las hambres y condenados para toda la eternidad a soportar las burlas de la humanidad por cederle a una tiranía, como la castrista, lo único que un ser humano tiene que defender para sí con su honor, con sus manos, con sus pies y con su locura: “la sagrada familia”.
Los pueblos no defienden a sus gobiernos, es al revés, cuando un gobierno resulta incompetente, absurdo, improductivo, involutivo e irracional, los pueblos tienen el deber, el derecho y la obligación de removerlos para no propiciar que destruyan el país y su historia. Pero los cubanos, como casi siempre hacemos con todo, nos excedimos en nuestro “amor” al socialismo.
Por eso unas tras otras nos cayeron encima las leyes del absurdo castrista. Durante más de seis décadas hemos visto pasar por nuestras mesas, por nuestros escaparates, por nuestros refrigeradores, por nuestras calles, por nuestras casas, por nuestros barrios, por nuestras ciudades y por nuestros cerebros, los disparates “funcionales” de una revolución que convirtió la “multitud” en marginales, en hambrientos y en sin Patria con muchos amos, mientras una pandilla de delincuentes disfruta de libertades y libertinajes como burla a la larga hambruna generalizada que padecemos todos los cubanos.
Ricardo Santiago.



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