Los Castros: Un enema para los cubanos.

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La revolución castro-comunista es una revolución con minúsculas, nunca será cubana y mucho menos legal porque llegaron y se apoderaron del poder en Cuba a través de las armas y dando el segundo golpe de estado consecutivo a la democracia cubana.
La revolución de Fidel Castro es un enema virulento, un supositorio de miseria contagiosa que cambió para siempre la idiosincrasia de toda una nación.
Yo no conozco a nadie que permita con gusto que le pongan un enema o le administren un supositorio para las suciedades, las comidas inconclusas, los catarros nebulosos o las calenturas del cuerpo y del alma. La reacción humana ante tales procedimientos es siempre de rebeldía, asco, inconformidad, vergüenza, pánico, llanto y corre-corre.
A los cubanos el castro-comunismo nos lavó el cerebro y el estómago. Nos impuso a la fuerza su mezquindad y su odio. Nos prohibió querernos con libertad y nos obligó a vestirnos iguales y a convertirnos en lleva y trae de una ideología malsana, aburrida, asesina y vulgar.
La vulgaridad castrista nos fue trasmitida a gritos, amenazas, chantajes, coacciones y el famoso quítate tú pa’ ponerme yo tan habitual de la ideología comunista.
La revolución de Fidel Castro es una lavativa en la historia de Cuba. Carretones y carretones de porquería destruyendo un país que pudo ser de los primeros en el mundo, que pudo exhibir un pueblo feliz y tener una economía desarrollada a pesar de ser una isla pequeñita y “caprichosa”.
La maquinaria represiva castrista dividió a los cubanos en dos bandos: quienes aceptan los enemas obedientemente y quienes protestan y se tapan “aquello” con las dos manos.
No existe mayor atropello para una nación que la imposición por la fuerza de un gobierno probadamente insuficiente, inoperante, improductivo y criminal.
Las huestes del diablo se camuflan con uniformes sensuales o como personajes pornos para realizar la malsana labor de destruir la vida.
Fidel Castro siempre supo, porque estudió como nadie a los clásicos del terror, y nada de a Drácula o Frankestein, sino a los clásicos verdaderos, a los que exterminaron a millones y millones de seres humanos, que a un pueblo sólo se le somete si se le “limpia el estómago” constantemente.
Los enemas revolucionarios surgieron desde el mismísimo uno de Enero de 1959. El pueblo cubano enardecido por la huida del General se tiró a las calles a popularizar la histeria “barbuda” y a empezar a rendir culto al hombre que, según se decía, había derrotado a un ejército constitucional muy superior en hombres y armamento.
Hasta los americanos se creyeron ese cuento y apoyaron a Castro para permitirle la entrada triunfal a La Habana. Si este hombre no nos hubiera engañado a todos otro gallo habría cantado: “Maní, maní… Si te quieres por el pico divertir comete un cucuruchito de maní…
La hábil manipulación de la historia, las trampas del lenguaje, los teje-manejes inescrupulosos, las mentiras despiadadas, el cinismo, el secreteo revolucionario, las zancadillas oportunistas, la chusmeria, los crímenes pasionales, la corrupción del alma, el vertedero de la otra historia, el boniato cementoso y las aspirinas sin recetas permitieron que la pandilla castrista nos aplicara a todos el enema nacional de socialismo o muerte.
Tenemos que desmitificar a esta horda de bárbaros y a su cabecilla en jefe, tenemos que demostrarle al mundo que todo este invento del castrismo es lo más antipopular que existe, que los cubanos no lo queremos aunque aparezcamos con llanticos “oportunos” en desfiles de solemnidad obligatoria.
Es urgente.




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