Cuando yo era muchacho, por allá por los 70s y los 80s, recuerdo que estar en contra del gobierno de Fidel Castro era como ser un demonio, un apestado, un degenerado y un “loco”.
La propaganda del régimen era bien sádica a la hora de referirse a estas personas, no escatimaba ofensas ni justificaciones para desmoralizar y sepultar a estos pacíficos opositores. El epíteto más usado y más diabólico era el de agente de la CIA. De hecho muchos de nosotros terminamos por creer que todo cuanto decían los medios oficiales era cierto y que lo mejor era mantenerse bien alejados de estos “espías de la inmundicia”.
Información o desinformación aparte muchos de mi generación crecimos sin conciencia real de que algunos cubanos se oponían abiertamente al gobierno de los Castros, que había todo un movimiento de inconformidad e incluso estaban bien organizados y tenían plataformas y objetivos concretos de lucha.
Pero no, yo no tuve sentido de esta parte de nuestro tiempo, confieso que viví ajeno, por una razón u otra, a la gran gesta opositora que se estaba librando contra este gobierno comunista, a toda la desobediencia civil manifiesta por un grupo importante de hombres y mujeres, algunos hasta entregaron sus vidas en esa lucha, y exigían públicamente, a gritos y de frente, que Cuba necesitaba cambios radicales, una sociedad distinta, inclusiva, participativa y sin los Castros.
Fidel Castro se inventó a sí mismo como un caudillo, se impuso a los cubanos mediante el terror y sus engaños, con sus ideas mal copiadas de cuanto sátrapa había gobernado con anterioridad en la historia y se embadurnó con un trajecito verde olivo, que nunca se quitó, para resaltar eternamente su imagen de guerrillero heroico, no perdón ese era otro, de guerrillero “invencible” y bla, bla, bla… y al final terminó convirtiéndose en un caudillo ensimismado con el poder y creador de la dictadura más atroz e interminable que ha vivido este continente.
Por eso gritaba tanto, hablaba horas y horas repitiendo la misma mierda, hacia discursos interminables que por humanidad y decencia no debió merecer ningún ser en este mundo, mucho menos los cubanos que vivíamos sus locuras a diario en nuestra mesa y en nuestra desesperanza, y todo para reafirmarse como el gran jefe de una tribu aburrida, cansada y cada vez más descreída.
El hermano, el que está ahora, ese ni pa’ caudillo sirve, la gente se burla de él y le dice hasta alma mía, fíjense que cuando dijo lo del vaso de leche no le creyeron y lo cogieron pa’l bonche, pero igual no deja de ser peligroso porque es continuador de una tradición de pandilleros arraigados a la buena vida y al quítate tú pa’ ponerme yo.
Ahora veo con admiración a muchos cubanos enfrentados públicamente a los “carniceros” de La Habana, un gran número de Organizaciones, Partidos, Movimientos, Proyectos y personas alzando su voz y sus ideas tanto en Cuba como fuera de ella, todas válidas y necesarias, oportunas e imprescindibles, por eso tenemos que ser muy cuidadosos con nuestras maneras y nuestras posiciones, no podemos caer en las tentaciones del caudillo, el caudillismo y la gritería, tenemos que imponer el respeto y la verdad como única y mejor arma contra la tiranía, debemos salvar nuestras actitudes para no pecar por lo mismo a lo que nos estamos enfrentando y convertir nuestra lucha en otro relajo más en el diapasón de las “democracias” latinoamericanas.
Repito: cuidado y mucha atención que los caudillos no van al cielo…