Bueno, bueno, bueno este es uno de los temas más polémicos que podemos tratar porque, mirándolo bien y pensándolo mejor, nosotros los cubanos, como nación, después del 1 de Enero de 1959, “arrastramos” los genes de la discordia, de la agresión personal, de las ofensas, de la falta de respeto hacia nuestros compatriotas, del empuja-empuja, del quítate tú pa’ ponerme yo y de sálvese quien pueda.
Triste pero cierto.
Esta es una muy terrible condición humana que nos hemos empeñado en desarrollar y en mantener a costa de nuestra propia involución como pueblo, como cultura, como país y como seres humanos.
El cubano nunca fue así. ¡Y que alguien me desmienta! El cubano era un tipo afable, solidario, amigo, hombre, respetuoso, cívico, caballeroso, le abría los brazos a cualquiera y bastaban dos palabras sin conocerse para que gritara a voz en cuello: “Este tipo que está aquí es mi hermano.”
El cubano era un pueblo al que todos querían y respetaban porque, conformado por un tín a la marañín de habitantes, en una isla pequeña del Mar Caribe, supo convertirse en la quinta economía en importancia de todo un continente, en parir grandes genios del deporte, las finanzas, el arte, las ciencias, la literatura y la música. Dicen que hasta la Reina de Inglaterra, en sus buenos tiempos, tiró sus pasillitos con un sabroso Mambo y se deleitó con unos buenos tostones hechos de plátano verde. A mí no me crean.
Yo sé de muchos países, diez veces más grande que el nuestro, con una población cinco veces mayor, que no pueden jactarse de tener un Capablanca, un Font, un Benny Moré, un Pérez Prado, un Lam, un Finlay o un Cabrera Infante.
En la vida real éramos un pueblo que daba gusto, que despertábamos la envidia de países que hoy son “muy desarrollados” y que muchos, pero muchísimos de ellos, querían venirse a vivir a nuestra Cuba por las excelentes condiciones de vida, de prosperidad, de desarrollo y del respeto que mostrábamos hacia todo el mundo, sobre todo por esto último.
Pero, como siempre se dice, llegó el comandante y mandó a parar, emergió una serpiente venenosa de los confines del infierno o un buitre medio imbécil resbaló en el cielo y se estrelló de cocote contra la Plaza Cívica de La Habana.
Yo siempre me pregunto por qué los cubanos celebramos los primeros de Enero como “un triunfo de”, cuando, a mi juicio, es una fecha en la que no tenemos que aplaudir nada, más bien todo lo contrario.
Si nosotros fuéramos realmente objetivos nos diéramos cuenta que el 1 de Enero de 1959 marcó el inicio del fin de todo cuanto habíamos logrado como República, un punto de inflexión en la historia que estábamos construyendo como nación y un retroceso de cuanto habíamos logrado en materia de democracia, de civismo, de constitucionalidad, de desarrollo económico, político y social.
Fidel Castro, entre muchísimas barbaridades, invirtió, a su conveniencia, los conceptos de decencia y de respeto entre los cubanos.
La supuesta revolución social que él inventó y nos hizo creer a la fuerza que era de “los humildes y para los humildes”, tenía que conseguir también un nuevo modelo de “ser humano”, diferente y “muy revolucionario”, que fuera capaz de enfrentarse y derrotar al cubano de toda la vida “porque un comunista siempre gana aunque la mierda le dé hasta el cuello”.
Con su asquerosa politiquería Fidel Castro dividió a los cubanos en dos grandes grupos, en muchos medianos grupos y en infinitos pequeños grupos.
De un plumazo ideológico los nuevos Einstein de la “tropicalidad socialista” barrieron con la sabrosura del cubano y tiraron pa’ la calle al famoso “hombre nuevo de la revolución”, un tipo derechito, derechito, peladito al corte cuadrado, con un bigotico arrepentido, con camisitas a cuadros y calzoncillos de pata larga pa’ que el imperialismo sepa: “que tiene Fidel que los imperialistas no pueden con él”.
¿Alguien en la vida real se ha detenido a mirar bien a uno de estos hombres nuevos de Fidel Castro?
En esencia este nuevo-nuevecito-hombre, o androide HN, es lo mismo, tenía la misión de combatir con su imagen, con su verborrea y con su “rectitud”, a todo aquel que tuviera rezagos del capitalismo, manifestara diversionismo ideológico o sencillamente no estuviera de acuerdo con los principios de un comunismo que muchos no entendían qué coño era y que además nos había llegado como un fantasma.
Resulta imposible que en una comunidad todas las personas piensen de la misma manera, es muy absurdo, muy estúpido creerlo además de aburrido.
Las divisiones, separaciones, rupturas y ausencias que creó entre los cubanos esta degenerada revolución socialista fueron tan dañinas, lacerantes e irreconciliables que a veces pienso que necesitaríamos otra vida para re-armarnos como nación y como pueblo.
Continuará.
Ricardo Santiago.
fueron 50 años de aislamiento y de adoctrinamiento,desde el pre-escolar,toda la propaganda comuista,noche y dia,crearon falsos conceptos que tardaron años en que sedieran cuenta de todo,ademas el control de la comida por parte del govierno,fue significativo,todos solo se preocupan por sobrevivir,por tener un bocado de alimento para la familia,y ademas forjaron in equipo represivo vien leal a los castro
La unión era la solidaridad mutua, nacida del orgullo por una nación de triunfadores, apegados a la familia, a los riquisimos valores de una Patria forjada por hombres que la pusieron siempre por encima de sus intereses personales y dieron sus fortunas y comodidades en aras de la libertad.
Al perder ese ejemplo (ahora escondido para solamente hablar de los últimos 50 y perder los 430 anteriores), al no existir otra fortuna personal que ser esclavo del régimen, al dividirse la familia, al vivir en un régimen que solo promueve el odio, la denuncia y la envidia, pues defienden con todo lo que pueden la mísera posibilidad de cualquier cosa material que tiene el camino de vigilarse y denunciarse mutuamente.
La guerra de todo el pueblo es eso: todos contra todos y sálvese quien pueda.