Hoy Cuba tiene que estar de luto. Los cubanos todos, sin distinción, tenemos que estar tristes, apesadumbrados, alterados, berreados, encabronados y “empingados” porque tres niñas, tres inocentes niñas, fueron las inútiles víctimas, una vez más, de la depauperada, destartalada y podrida ciudad que, por la negligencia, el abandono y la ineptitud consciente del régimen castro-comunista, está devorando en vida a todos los seres cubanos.
Por eso grito que yo no quiero un país así para mis hijos ni para los hijos de nadie, no quiero un país donde el dolor, la frustración y el desconsuelo se convierten en politiquería y se utilizan las catástrofes para enarbolar banderas a favor de un putrefacto socialismo.
La Patria se derrumba, mata a nuestros hijos, y la dictadura del General de la pamela sembrando mucho odio entre los cubanos y culpando al “bloqueo económico” de sus mariconadas.
Así quieren que nos traguemos el cuento de la “felicidad” de los niños cubanos, de que es superior a la de los infantes en otros países, fundamentalmente en los Estados Unidos. Mienten y defienden descaradamente el timo de que la niñez en Cuba es la más feliz del mundo porque, entre algunas “facilidades” que otorga ese maldito régimen, pueden jugar en las calles sin supervisión de los padres hasta altas horas de la noche, reciben “educación gratuita”, vacunación de igual forma y otras estupideces más.
A mí particularmente tantas idioteces me asustan, me hacen sentir vergüenza ajena, me lastiman y me encabronan, por lo que considero necesario replicar esas porquerías para que la retórica de los “vanguardias” no se transforme en las “verdades castrista”, en el lema de la revolución del picadillo y en los ridículos “gracias fidel” que le dan la vuelta al mundo.
Yo digo que la niñez en Cuba es el segmento generacional más afectado por el castrismo. No existen argumentos, de ningún tipo, para defender, salvar, valorar u apoyar, ni de refilón, a una dictadura que lastima la infancia a diario con sus políticas absurdas, su funesta planificación económica, su desastre nacional y la imposición a la fuerza de un apellido “in saecula saeculorum” en el poder.
Hay que ser muy imbécil para creer que un niño puede ser feliz en un país donde se le prohíbe tomar leche después de los siete años, al que se le obliga a abrazar una ideología sin saber exactamente qué coño significa, al que sólo le dieron la oportunidad de tres juguetes al año (o ninguna), al que privaron de estar junto a sus padres porque estos fueron a cumplir misión, movilizados por el ejército o para trabajos voluntarios, al que vive en una ciudad sucia, destruida y maloliente, al que le bombardean constantemente el cerebro con consignas patrioteras, al que sufre por escasez de medicamentos, por no tener una alimentación bien balanceada, al que tiene que “ver” en la oscuridad porque se fue la “luz”, pasar sed, al que le quitaron todas las opciones para disfrutar su inocencia, vivir rodeado de excesiva violencia provocada por el Estado, cantar “a la rueda, rueda de pan y canela” con temor a ser enjuiciados por actividad económica ilícita, al que tiene que vivir hacinado, jugar con muñecas y esconderse, no poder comer las golosinas que le gustan y, sobre todo, no soñar despierto sin que lo acusen de estar “loco”.
Por otra parte el cacareado, manoseado y baboso criterio, lanzado por los castro, como una de las conquistas del socialismo, de que en Cuba los niños reciben la educación y las vacunas gratis, es una de las más grandes falacias de esa inmunda dictadura y se puede destrozar con miles de argumentos. Para empezar en la mayor parte de los países decentes del mundo la educación escolar, hasta el nivel pre-universitario o high school, es gratuita, con independencia de que exista la educación privada, las principales vacunas para prevenir enfermedades ancestrales, de estación y virales, se aplican de forma gratuita y programada, así que ese cuento de “los logros de la revolución del picadillo”, se los pueden meter en el c…
Pero lo más terrible, más allá, incluso de la falsa imagen de “preocupación por la infancia” con la que quieren estafar al mundo, está el hecho de que nuestros hijos en Cuba nunca están seguros porque son acechados por una “muerte silenciosa” camuflada detrás de cientos de derrumbes, de cientos de “turistas” pederastas, de un país destrozado por una desgarradora crisis existencial “del cuerpo y del alma” y por una ideología que convierte en muerte la inocente vida de todos los niños cubanos…
Ricardo Santiago.