Luis Alberto García, según sus propias palabras, es un “mambí” irredento. Hasta ahí la payasada “contestataria” le funciona pues este gran actor, y eso es innegable, ha tirado “la piedra” en varias ocasiones aunque siempre termina, y es su derecho a la supervivencia viviendo dentro de la más cruel dictadura del cuerpo y del alma que ojos humanos han visto, escondiendo la mano como aquel que dice sí, que sí, que sí, pero no, que no, que no.
Y yo lo entiendo, es muy difícil, pero extremadamente difícil, casi imposible, aspirar a vivir dentro de Cuba, y “no morir en el intento”, sin arrancarse, o desprenderse totalmente, la mentalidad de “racionamiento” que el castrismo, desde que nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos, nos ha inoculado en nuestros cerebros-“mambises” durante más de 60 años.
Este excelente actor “a veces”, y es su soberano derecho, ejerce la crítica “constructiva” señalando algunos errores dictatoriales que, según su opinión, deben ser erradicados para que la revolución, esa m… de “revolución”, sea más “justa”, más “democrática” y más…
Esta vez el actor cubano, o castrista, ¡vaya usted a saber!, se sobresalta con soberbia indignación porque el gobierno de los Estados Unidos, haciendo uso de su también soberano derecho, ha decidido suspender las visas para cubanos por cinco años, con entradas múltiples, y limitarlas a tres meses y una sola entrada.
Yo siempre digo que otra terrible “virulencia” que nos introdujo, en nuestros “corazones”, esa maldita revolución fue la incapacidad que hoy tenemos para aceptar que todas las medidas tomadas por las administraciones norteamericanas contra “Cuba”, son respuesta a nuestros “disparates” revolucionarios que van desde la nacionalización, confiscación y robo de las propiedades de ciudadanos estadounidenses, después de 1959, hasta el diarreico descaro de muchísimos “cubanos” que, amparados en ese invento de intercambio cultural y en el humanitario concepto de reunificación familiar, hacen insolente uso de esos servicios e inundan el sur de La Florida, y un poquito más al norte también, de personajillos que “no se meten en política”, que mantienen un doble discurso en ambas orillas, que son connotados represores y esbirros escapando como ratas del hambre y la miseria, delincuentes, sinvergüenzas que convierten el corazón del exilio histórico en un CDR “con la guardia más alta que el Turquino” y, para no quedarme atrás, muchas “estirpes” de los principales culpables de nuestra desgracia nacional viviendo allí, en suelo norteamericano.
Por cierto, hablando como los locos: ¿Alguien puede decirme cuántos de los hijos de dirigentes del castrismo llegaron a los Estados Unidos en precarias balsas cruzando el estrecho de La Florida?
Es ahí, justamente ahí, donde Luis Alberto García nos demuestra que de irredento nada y que al final la cabra, como bien reconoce la sabiduría popular, siempre tira pa’l monte y nunca podrá apartarse de los “yerbajos” que necesita pa’ sobrevivir.
Porque hay que ser condenadamente obtuso para no ver que “las uñas sucias de la miseria” que hoy tenemos los seres cubanos no es por culpa de la política del “imperio norteamericano” ni del “exilio recalcitrante”, que el atraso tecnológico que hoy vive Cuba, mucho menos, que la improductividad y el fracaso económico, ni hablar, que la brutal represión a las libertades civiles y a las otras, dime algo, y que el extenso estercolero en que el socialismo nos convirtió la Patria, dale, atrévete…
No, Luis Alberto García, aquí no se trata de quiénes ganan en esta larguísima lucha que mantenemos los cubanos por tener un país decente y de respeto pues todos, absolutamente todos, perdemos mientras mantengamos en el poder a esa criminal dictadura que es, como tú bien sabes, la única responsable, y nadie más, de “las penas que a mí me matan…”.
Y sí, también en eso te equivocas y metes el delicado hasta los mismísimos c…, sí fuimos un pueblo elegido por Dios, yo te aseguro que fuimos hasta el más elegido de todos, el más amamantado, el más sobreprotegido y el más acunado, pasa que en 1959 decidimos dar la espalda al Santísimo, sonarle un masivo y estentóreo acto de repudio a nivel nacional y eso, “hijo mío”, tarde o temprano, también repercute en la espiritualidad de los hombres.
Muy “bonitas” sus palabras, citando el final del magnífico e imprescindible “Cien años…”, pero nada que ver con nosotros los seres cubanos que sí tenemos todas las oportunidades, si acabamos de entender quién es nuestro único enemigo, para ser felices sobre esta bendita tierra.
Ricardo Santiago.