Yo tengo una cruzada monumental, que raya en la locura, para demostrar que nosotros los seres cubanos, por tantos años de revolución sin luz, de socialismo sin alimentos y de baches hasta en el cielo de la boca, hemos devenido en una raza singular, hemos creado nuestro propio estilo para desenredar «caminos» y nos hemos pasado tres pueblos, mejor dicho, tres países, incluyendo uno desarrollado, otro en vías de crecimiento y un tercero sumido en el caos, en la miseria y en el apocalipsis.
Porque nadie me va a contradecir cuando digo que esa maldita dictadura castrista, anclada en el poder en Cuba, durante más de sesenta y seis larguísimos años, ha destrozado de raíz nuestra idiosincrasia, nos ha modificado los genes, «nos ha parido el enemigo», nos ha cambiado el sabor de la carne con papas y nos ha mutilado tanto la individualidad, el deseo del yo soy, con la venia su Señoría, hasta dejarnos totalmente trastornados, hasta dejarnos irreconocibles y hasta soltarnos por la vida como entes incomprensibles que piden limones con escopetas.
Usted puede estar de acuerdo o no conmigo, pero lo cierto es que nosotros los cubanos perdimos el sentido del respeto por nosotros mismos, perdimos la esencia de la responsabilidad, perdimos el buen gusto por lo bello, perdimos la costumbre por las buenas maneras y, si les sigo contando, terminaría diciendo que lo perdimos todo, todo, todo, todo, incluyendo lo que una nacionalidad nunca puede abandonar que es el puñetero patriotismo.
Pudiera mostrar innumerables ejemplos de nuestra falta de consistencia como nación, de nuestra degradación a la enésima bipolaridad de los individuos pero no tenemos tiempo para eso, por lo que prefiero graficar mis aseveraciones con ese ser cubano que deambula por las calles de Cuba repitiendo las estupideces, las anormalidades y la crueldad ideológica de esa maldita tiranía castro-comunista o que, en su defecto, transita a grandes velocidades por las calles de Miami sin entender qué carajo significa ser libre, qué es realmente la democracia y qué son los auténticos derechos humanos.
Yo siento una vergüenza enorme y una pena ajena muy grande por mi comunidad, por mi raza y por mis compatriotas. Por supuesto, y gracias a Dios, a la Virgen y a todo el panteón celestial, no todos mis paisanos son de esa revolucionaria calaña o pertenecen a esa masa compacta de hombres nuevos, nuevecitos, ideados, producidos y defecados, por ese régimen de alcantarillas que, con su brutal adoctrinamiento, con su mala leche, con la ausencia total de ácido fólico en el racionamiento histórico y con sus excesos ideológicos, más pa’llá que pa’cá, nos chupó gran parte de nuestras neuronas de pensar y nos dejó un cerebro carcomido, zombi, calcañar de indígena y sin la capacidad de razonar por nosotros mismos.
Y en este punto, y como consecuencia de tanto desorden emocional y de tanta mutilación cognoscitiva a la que fuimos sometidos por más de seis décadas de yo amo a la revolución, viva fidel y patria o muerte venceremos, nosotros, los seres cubanos, somos hoy un producto devaluado, inservible, multiplicado como una plaga y altamente desagradable, que vamos por el mundo contaminando campos y ciudades con nuestro salvajismo socialista, con nuestro odio de clases o con nuestras deposiciones mentales que no son humanas, que no son de este planeta y que son la triste decepción del pueblo que una vez fuimos.
Si quieren entender lo que yo digo vean cómo piensan la mayoría de los cubanos en Cuba que, viviendo con la oscuridad al cuello, ahogados entre montañas de basura y desperdicios, muertos de hambre, asesinados por las más absurdas enfermedades y sin la menor esperanza de salvarse, dan loas al comunismo, se sienten orgullosos de tener clavada una banderita del 26 de Julio en el mismísimo fondillo y dan gracias a esa maldita revolución y al fantasma de fidel castro, por tenerlos muriendo en esa pudrición y en esa fatiga de los mil demonios marxistas-leninistas.
En el exilio la cosa se complica, mantienen la misma falta de cerebro, la misma incapacidad para detectar al verdadero enemigo que los subyuga y los mantiene en el cepo y la tortura, pero ahora arreciado por el factor dinero, por la competencia de tener más que nosotros mismos y por aparentar un estatus que nada tiene que ver con la prosperidad y sí mucho con la precaria capacidad de nosotros, como raza, para entender que la verdadera vida de vivir se afinca en los designios de Dios, en la simplicidad, en ayudar al prójimo y en auto-liberarnos para siempre de ese pérfido castrista que llevamos dentro.
Ricardo Santiago.