Irme de Cuba no fue una decisión sencilla aunque, sin saberlo exactamente, estaba dando el paso más importante para mi y para mi familia. No fue una acción impulsiva, ni tomada a la ligera, reconozco que me tomó tiempo y convencimiento, pues emigrar, en cualquier caso y por cualquier motivo, requiere de una enorme valentía y mucha concentración. Tampoco fue, como muchos suponen, una huida cobarde ni una traición a la tierra que me vio nacer aunque un poquito sí. Fue, simplemente, una necesidad, una urgencia existencial que se fue gestando con los años, alimentada por la frustración, por el desencanto y por la falta de perspectivas.
Nací en una isla donde, desde que era chiquitico y de mamey, tuve que aprender a resistir, a reír escondido en medio de la escasez, de le represión, del terror y de la vergüenza, a inventar lo que no había y a celebrar lo poco que teníamos como si fuera mucho. Aprendí a querer a mi familia, a mis amigos, a admirar la capacidad de resiliencia del ser cubano, su ingenio, su humor irreverente y su humildad. Pero también aprendí a callar, a esquivar, a no decir todo lo que pensaba, a ocultar mi verdadero yo por miedo al látigo del mayoral, al cepo y a la tortura. Aprendí que había una línea invisible que no se podía cruzar sin consecuencias pues la revolución de los apagones más largos del mundo no perdona a sus ovejas descarriadas ni a quienes le plantan cara por abusadores, por criminales y por hijos de puta.
Con el tiempo esa línea comenzó a asfixiarme, se me enredó hasta en el alma y empezó a jalar, primero de a poquito, después me partió al medio y por último fue tanta la falta de oxígeno y de luz que, sin otro camino para salvarme, tuve que largarme, para siempre, de aquel maldito infierno.
Me fui porque estaba cansado de vivir con miedo. Porque no quería acostumbrarme a la doble moral, al “sí, pero no”, al “haz como que trabajas y te pagan como que te pagan” o al “haz lo que yo digo y no lo que yo hago”. Me fui porque no quería resignarme a ver mi talento desperdiciarse, a ver cómo mis sueños se marchitaban en una cola, en un apagón, en la espera eterna de un “futuro” que nunca llegaba.
Me fui porque ya no podía mirar a los ojos a los más jóvenes y decirles que todo iba a mejorar porque sabía que les mentía, porque sabía que todo, que absolutamente todo, era una gran estafa, una falsa puesta en escena donde, a cambio de nada, te piden más y más sacrificio, más entrega a un socialismo vacío que no es otra cosa que la mismísima muerte y donde cada cubano, cada ser cubano, después de más de sesenta y seis larguísimos años de condena y de martirologio socialista, no ha recogido otra cosa que no sea miseria, enfermedades, desesperación, tragedias, hambre y mucha locura.
No me fui porque odiara a mi país, al contrario, me fui porque lo amo tanto que no soportaba verlo en ruinas. Porque el amor a veces implica distancia y, a veces, partir es la única forma de no romperse por dentro, de no morir en vida con cada derrumbe citadino, con la muerte de un niño por la negligencia dictatorial, con los gritos de los hijos del vecino por un hambre agonizante y porque se sabe, se ve a la legua, que Cuba, la otrora isla más hermosa del mundo, es una tierra estéril y una isla sin futuro.
Aun así extraño mucho a Cuba todos los días de mi exiliada existencia. Extraño su mar, su diente de perro y sus olas sin espuma, su música altisonante y sus versos hermosos de todos los tiempos, sus olores y sus sabores a tamales y a plátanos fritos, el sonido de las voces en la calle, los gritos de los niños jugando a las cuatro esquinas, las sobremesas eternas del el arroz con frijoles, el “mi hermano” del alma, el mi amigo querido y cada rincón cubano donde hay un “asere” o por donde camina la mujer de Antonio.
Pero también sé que, desde donde estoy, tengo más libertad para pensar, para crear, para vivir y, con suerte, ayudar a quienes aún siguen allá.
No me fui por cobardía, aunque un poquito sí, pero, más que nada, me fui para no morir respirando y para, como siempre digo, salvar la vida de mis hijos, Por Eso Me Fui De Cuba.
Ricardo Santiago.