Muerto el perro y dos años después la rabia persiste y está enquistada.



Es cierto, muchos pensamos, y yo entre los primeros, que a la muerte de fidel castro las “cosas” en Cuba cambiarían, porque más de 50 años de estupideces “gobernativas”, de absurdos, de estrambóticos disparates y de gigantescos monumentos a la mediocridad demuestran que si algo representaba el “comandante en jefe” era un freno, un obstáculo y una empella, digo, ampolla infectada para el desarrollo económico, social y político de Cuba y de todos los cubanos.
Yo, en mis sueños de demócrata iluso, creía que raúl castro, atormentado por los tantos crímenes cometidos, y en un último acto de soberbia “hombría”, se pondría, él solito, a disposición de tribunales internacionales, echaría pa’lante a todos los sicarios, esbirros y cómplices de la revolución del picadillo para que también fueran juzgados y sentenciados y cumpliría, tarde pero seguro, las falsas promesas que una vez nos hizo su mentiroso hermano cuando engañó y arrastró a todo un pueblo a la miseria, a la destrucción, al hambre, a la locura y a las ruinas de Roma, perdón, de La Habana, que parecen las mismas pero no son iguales.
Pero ni lo uno ni lo otro, el reptil pariente de la piedra sideral se metió diez años con las riendas del poder en las manos y lo único que hizo fue preparar el camino, organizar el tinglado, defenestrar a las dos alas, poner a sus amigotes en los puestos claves del roba-roba nacional, apretar aun más las cadenas de la represión y nombrar a dedo a un presidente figurín que no genera una sola idea y cuando habla es para repetir la misma mierda que hemos estado escuchando los cubanos por 60 larguísimos años.
Hasta un invento de constitución guayabera nos dejó el sala’o ese para que la aprobáramos de mansa paloma, una forma “legal” de meternos esa porquería de socialismo hasta las trancas como si nosotros hubiéramos nacido grandes, hechos y derechos, y no conociéramos o estuviéramos acostumbrados a las mentiras, los tejes y manejes, la raspadura amarga y las manipulaciones de esos hijos de puta que quieren “fachárselo” todo y vivir sin tener que trabajar.
Y, hablando en serio, me quedé con las ganas de ver al General sin batallas y sin historias confesar y chivatear de lo lindo a la partí’a de buitres que revolotean en el comité central, a las “damiselas encantadoras” que por más de medio siglo han vivido del meretricio ideológico, a los cuarenta ladrones de punto cero y a sus modernas clarias tecnológicas con sus revolucionarios chips anal-lógicos.
Pero bien, regresando al tema del perro y de la rabia que no se quita ni con cola, ni con colina, ni con la saya de… Resulta que el causante número uno de las desgracias y el sufrimiento de los cubanos cumple dos años de ñámpiti gorrión y una vez más, pues parece que es nuestra marca distintiva, nos dividimos en dos grandes grupos, es decir, quienes estamos felices de que la “ley de la gravedad” haya empotrado contra la roca de Santa Ifigenia a la bestia de Birán y quienes dicen llorarlo eternamente, se “arrepienten” de no haberse largado con el sádico difunto y se tatúan en la cara, en los brazos, en las nalgas y en el alma “yo soy fidel”.
Pero yo, que viví en Cuba como un cubano de a pie, como usufructuario de tres míseros juguetes una vez al año, como portador de unos insoportables Kikos plásticos, como un “top model” de la ropa cupón, como degustador insignia de la masa cárnica y como tragón desesperado del pan agrio por la libreta, hablo con total propiedad de las atrocidades por las que los cubanos tenemos que pasar, de los tormentos que padecemos, de la gran cantidad de puercadas que nos tenemos que tragar, de las veces que nos prometieron pescado y nos dieron un cuartico de pollo, del tremendo miedo que le cogimos a la bomba atómica, del sacrificio a cambio de nada, de los buches amargos que aguantamos, de tener que limpiarnos en total oscuridad, de las noches de guardia cuidando las caricaturescas bodegas de la revolución, de los baches de las calles, de las fosas sépticas reventadas y de los basureros en cada esquina del socialismo y todo para que nuestra vida fuera más miserable mientras que el muerto al hoyo, el dictador que se partió de viejo el muy desgracia’o, se fuera al infierno como uno de los hombres más ricos del mundo.
Ricardo Santiago.



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