“Mueve tu banderita que por ahí viene el visitante…”




Cuando yo era estudiante, primaria, secundaria y pre-universitario, a cada rato nos sacaban de la escuela para ir a “recibir” a alguna eminencia ilustre, a un distinguido visitante o al Presidente de algún “país amigo” que venía a ver cómo estábamos y darnos las “buenas nuevas”.
Nos llevaban a la avenida y nos ponían a ambos lados de la calle junto a los alumnos de otras escuelas o trabajadores de los centros de trabajo cercanos. A nosotros nos encantaba porque no teníamos que estar en las aulas y aguantar los “teques” de las maestras (la infinita inocencia de esas edades), pero la verdad era que casi nunca sabíamos a quién en realidad recibíamos y mucho menos lográbamos verlo porque pasaba rapidísimo, casi volando.
Visto así, de golpe, parecíamos un mar de pueblo espontaneo dando la bienvenida al “querido amigo”. Una multitud eufórica que desbordaba pasión y amistad por los cuatro costados y que abría su corazón, su alma y su “alcancía” para que el invitado se sintiera como en su casa: “…arriba, arriba agitando todos las banderitas y gritando bien fuerte que por ahí viene: ¿Mr. Marshall?…”. Al menos esa era la impresión que debíamos causar para quienes nos veían.
Así, como quien no quiere las cosas, les dije adiós a unos cuantos presidentes africanos y a otros tantos de países de la Europa del este (ex socialistas) incluyendo a la “hermana” Unión Soviética, por supuesto. Les mostramos nuestra mejor sonrisa porque, como todos saben, en las edades “limpias y transparentes” el corazón da sin esperar nada a cambio, ja, ja, ja, cursilería aparte.
Yo me maravillaba, por aquella época, de los tantos personajes que visitaban Cuba y pensaba que vivía en un país muy importante. Las noticias con cada visita era que Fidel Castro o alguno de sus eunucos firmaban un montón de convenios de colaboración y ayuda mutua “entre ambas naciones” por lo que las expectativas de bienestar de los cubanos subían igualito a la “mecánica del cachumbambé la vieja Inés que fuma tabaco y toma café con chícharo…”
La política exterior de la dictadura castro-comunista es una de las falsedades más sofisticadas de esa revolución golpista y sanguinaria. La propaganda castrista ha vendido bien barata la imagen del pequeño país subdesarrollado y asfixiado por un “bloqueo económico” impuesto por la potencia más poderosa de la historia mundial. Muchos en este planeta, al ver lo barato de la “mercancía”, compraron el discursito y, tontos y perezosos, cerraron filas al lado del tirano y condenaron a los Estados Unidos por abusador y descara’o.
¡Que los compre quien no los conozca!
Pero lo barato sale caro y el único perjudicado con tantas “muestras de amistad internacional” fue el pueblo cubano que nunca logró encender la luz ni apagar el hambre.
Los miles de millones que costó y cuestan a los cubanos esa solidaridad internacional son incalculables. Fidel Castro compró el silencio y la complicidad de muchos mandatarios y personalidades del mundo que, “ingenuamente”, apoyaron todas sus aberraciones mirando para otro lado y no queriendo ver al asesino de, por ejemplo, tres jóvenes que intentaron secuestrar una lancha para huir del comunismo, o el fusilamiento cobarde y vil de cientos de miles de cubanos.
No hay peor ciego que el que no quiere ver…
Con los años me di cuenta que la inocencia con que sacudíamos las banderitas y soltábamos los “griticos alegres por el visitante” no eran más que la hipocresía traicionera y cobarde de Fidel Castro y su banda de teóricos anfitriones, que con cada recibimiento se clavaba una daga en la espalda y en los sueños de los cubanos porque, a decir verdad, en la práctica concreta, nunca vimos nada, absolutamente nada, como consecuencia de la firma de tantos convenios, tantos tratados y tanta mierda prometida.




Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Translate »