Nicaragua se desangra, una vez más la izquierda impone su sadismo.



La proletaria “bondad” de los “gobiernos” de izquierda ha quedado demostrada una vez más en esta América nuestra donde el castrismo y la maldad se han aprovechado de la fragilidad de sus democracias para llevar al poder, a gritos de socialismo o muerte, sádicas dictaduras “revolucionarias”, disfrazadas de “libertad y progreso”, con connotados sinvergüenzas al frente.
Hoy es Nicaragua quien se desangra envuelta en una guerra civil de protestas populares y represión descontrolada por parte de las fuerzas afines al sandinismo del truhan Daniel Ortega, un hombre leal, muy leal, a los principios del socialismo de robarle a los ricos, a los pobres, a los más pobres y hasta a la madre que lo parió, para acumular él y sus acólitos asquerosas fortunas.
Una película repetida, más que repetida, gastada, en los países del “Alba”.
Para nadie es un secreto que este Ortega es un hombre fabricado por fidel castro, desde los tiempos de la guerra contra el General Somoza, en ese hermano y centroamericano país. Un fantoche con ínfulas de gobernante que lo único que ha hecho en Nicaragua es intentar perpetuarse en el poder, robar a ambas manos como todo buen tirano y sumir al pueblo nicaragüense en una crisis existencial que va más allá de toda decencia humana.
Porque al final al castrismo no le interesan la paz, el progreso y el bienestar de los países donde logra “colarse”. El propósito de esta endemoniada ideología es la constitución, a escala mundial, de un frente de “izquierda” para enfrentar a los Estados Unidos y convertirse en una fuerza de choque para minar, e intentar destruir, al capitalismo como el gran sistema económico que es. Un objetivo medular por el que están dispuestos a sacrificar países y pueblos enteros con el único propósito de crear el caos y la ingobernabilidad pues en realidad ninguno de estos desquiciados tiene una propuesta concreta para matar el hambre, la insalubridad, el desconsuelo y la rabia que provoca llegar a “viejos” y ver que hemos perdido la vida, nuestras vidas, en una causa perdida.
Y es eso lo que está pasando hoy en nuestra Nicaragua querida, el pueblo ha visto y sentido que todo por cuanto apostó se ha diluido en las arcas personales de esos malditos parásitos del socialismo del Siglo XXI y, hartos de tantas promesas incumplidas, leyes asfixiantes, represión a las libertades civiles, abusos presidenciales y atropellos violentos, se ha tirado a las calles, literalmente a las calles, para reclamar justicia y exigirle al sinvergüenza de Daniel Ortega y a su camarilla de ladrones y explotadores que dejen el poder y convoquen a nuevas elecciones.
¡Dios mío acabemos de entenderlo de una buena vez! Las ideas castristas cuando se instauran en un país siempre terminan provocando la misma represión y el mismo baño de sangre, es decir, las dictaduras del “proletariado” masacrando al proletariado sin ningún escrúpulo y solo para mantener la gran cogioca nacional que tienen armada y legalizada desde sus puestos presidenciales.
Hoy somos todos testigos de la violencia desmedida que azota al hermano pueblo nicaragüense, la comunidad internacional debe actuar para poner fin a estos ñángaras de las tinieblas que no tienen límites para asesinar y cometer todo tipo de crímenes contra los pueblos, el mundo entero, incluyendo a la Iglesia católica, las Instituciones democráticas y a todos los ciudadanos libres de pensamiento, debemos unir nuestras voces y exigirle a esta plaga de malnacidos dictadores que se entreguen a la justicia internacional para que sean juzgados por crímenes de lesa humanidad.
Al pueblo hermano de Nicaragua no podemos abandonarlo, no debemos dejarlo solo en su lucha, no podemos permitir que los “orteguianos” le den vuelta a la tortilla con argucias desesperadas y aplaquen el clamor de un pueblo harto de tanto socialismo y de tanta mierda.
Como una vez gritamos y exigimos una Nicaragua sin Somoza hoy debemos, más que nunca, imponer, exigir y no claudicar hasta que tengamos una Nicaragua sin Ortega y libre del castrismo.
Ricardo Santiago.



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