No es gobierno, no es revolución ni son cubanos, es castrismo, traición y odio.



Quiero empezar aclarando, una vez más, que ni esa revolución, ni esa dictadura, ni ese “gobierno”, ni nada que tenga que ver con esa plaga apocalíptica que nos ha devastado la Patria, la razón, nuestra integridad nacional, el elástico de nuestros calzoncillos o el brochecito de nuestros “ajustadores”, es cubana, puede relacionarse con Cuba o con nosotros los seres cubanos porque, sencillamente, es castrista, es comunista, es degenerada y es, de verdad, una malformación congénita concebida por la mezcla entre un ADN cobarde, unos cromosomas estúpidos y un torrente sanguíneo transportando millones, miles de millones de toneladas de mediocridad, de intolerancia, de brutalidad, de oportunismo, de enfermedades, de mala vida y de muerte, de muchísima muerte.
Y digo todo esto porque me resulta chocante, muy chocante, absurdo, muy absurdo, inocentemente cómplice, cada vez que escucho a alguien decir dictadura cubana, revolución cubana, gobierno cubano o denominando, como cubano, todo aquello relacionado con la principal causa de que nuestro país hieda por los cuatro costados, a que la Patria se nos caiga a pedazos, a que nos asfixiemos bajo los escombros de una ineficiente economía y a que seamos un pueblo que, por su aspecto físico y moral, no generemos respeto, ni admiración, y sí mucha vergüenza ajena y una lástima del carajo.
Pueden llamarme “tiquismiquis” o lo que ustedes quieran, pero puede ser que con los años, o con esta manía que tengo de “divorciar” la Patria, a nuestro país y a todo lo que tenga que ver con nosotros, de ese maldito cáncer que es el castro-comunismo, provoque que me niegue, que me oponga frontalmente, a mezclar Patria con muerte, a relacionar veneno con jugo de naranja, a confundir la peste con los buenos olores, a fusionar mentira con verdad o a juntar a José Martí con un traidor tan repugnante como fidel castro.
Dice mi amiga la cínica que ella está muy de acuerdo conmigo, que la libertad de Cuba empieza por el verdadero conocimiento de nuestro entorno, de nuestra historia, de quiénes son nuestros enemigos reales y que mezclar castrismo con cubano es como darle crédito al mal o reconocimiento “nacional” a quienes, de forma descarada, son los responsables directos del peor desastre antropológico, económico, político, cultural, humano o de cualquier tipo, que haya soportado, cualquier país, desde que el mundo es mundo o desde que alguien dijera que con este “palo”, y por esta bandera, mis enemigos por aquí no pasarán, no pasarán…
Yo creo que sí, que esa es la mejor explicación, pero también pienso que será una batalla, casi infinita, educarnos todos los cubanos en las buenas palabras, en hacer “revoltillos” que no den asco, en los conceptos exactos y en saber nombrar a cada “cosa” por su nombre, a la hora que tengamos que reconstruir un país hermoso, una Patria radiante y un pueblo inteligente y lúcido, para no matar de pavor a las futuras generaciones de seres cubanos.
Pero, bien, mastico este masacote que tengo atorado porque creo que esta es, también, otra forma de destruir el castro-comunismo, de que seamos capaces de aislarlo de nuestra mente y, en esa misma medida, el mundo, o quienes nos observan, nos vean diferente, nos escuchen con respeto y nos aprecien como un pueblo que no reconoce a sus opresores, a sus verdugos y a sus asesinos.
La realidad es que Cuba, como país, se sostiene, y yo digo que lo hace desde el mismísimo 1 de Enero de 1959, por la enorme complicidad, por la descomunal pasividad, que hemos mostrado, la mayoría de nosotros, durante estos más de sesenta y tres larguísimos años, al apoyar, al calzar, al reconocer a un régimen, a una tiranía, a una dictadura, a un socialismo de tempestades, que ha desarrollado la terrible cualidad de saber alimentarse de nuestro jodido entusiasmo, de nuestra descuidada ingenuidad, de nuestra adrenalina confundida, de nuestra indiferencia patriótica y de nuestra cobardía real u oportunista.
El régimen castro-comunista, a ojos vistas, pataletea en su lecho de muerte, yace moribundo junto al General de la pamela lanzando sus últimos suspiros de pus, de ponzoña y de leche amarga. La prueba está en la cantidad de medidas y acciones disparatadas que toma para que los seres cubanos, por miedo, o por la razón que sea, no los desconectemos de las máquinas, a las que están “enganchados”, para continuar rejodiéndonos la existencia y para seguir chupándonos el poco aliento que nos queda.
Cubanos, abramos los ojos, es cierto que no tenemos pan, ni tenemos vino, pero llamemos las cosas por su nombre porque esa revolución, ese gobierno o ese socialismo, no son más que castrismo, puro castrismo, es decir, una maldita agonía.
Ricardo Santiago.



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