No existe nada más denigrante para un pueblo que defender algo tan infame como el castrismo.



Muchas personas en el mundo dicen, con sus razones, que los seres cubanos tenemos lo que nos merecemos porque somos nosotros los únicos responsables de que esa mierda de revolución continúe en el poder después de 60 larguísimos años.
Pasa que la verdad sobre Cuba, sobre la dictadura castrista, sobre fidel castro, sobre su incompetente hermano, sobre los “botines” de mariela y sobre el pueblo cubano, son de los temas más difíciles de comprender porque, en primer lugar, para “asimilar” ese absurdo y “masticarlo” un tilín, hay que nacer allí, vivir allí, comer allí, crecer allí, estudiar allí y “pugilatear” la vida allí.
En mi caso personal, para poner un ejemplo, mientras viví en Cuba, se mezclaron en mí cuatro ingredientes letales que impiden que cualquier individuo luche por su libertad en un país dominado por una feroz tiranía: El miedo, la inercia, la apatía y el conformismo.
No voy a entrar en justificaciones de víctima confundida ni en guaperías baratas de “revolucionarios” arrepentidos, lo más importante que puedo decir es que cualquier “humano” que acepte una carga tan pesada jamás se enfrentará a una criminal dictadura por el derecho siquiera a tomarse un vasito de leche.
En un país, donde cada individuo es su propio represor, quienes ostentan el “poder” tienen el noventa y nueve por ciento del control de la sociedad.
En Cuba es lo que básicamente ha sucedido. El cubano se transformó en policía de sí mismo y en gendarme consciente o inconsciente de una tiranía mal sana, criminal y destructiva que nos caló hasta los huesos y nos puso a pedir el último, por más de 60 años, en la cola del pan, de los derechos individuales, de las libertades sociales y hasta del derecho a la vida.
La vida en Cuba, para los seres cubanos, se convirtió en un purgante revolucionario, un supositorio del “26” que había que “ponerse” para acceder al salvoconducto que, según esa maldita revolución, nos otorgaba “derecho” a la vida.
Las doctrinas del Maestro fueron manipuladas por un “piquete” de oportunistas y sinvergüenzas que tergiversaron la más pura nobleza del espíritu humano y nos impusieron el oscurantismo de una ideología que promociona la improductividad, la vagancia, la delación, la vulgaridad, el oportunismo, el chovinismo, la envidia, la traición y la lucha dentro de la misma clase.
Las escuelas en Cuba, desde los primeros cursos de la instrucción académica, se convirtieron en centros de adoctrinamiento ideológico y de lavado de cerebros a favor de un hombre que, sin ninguna trascendencia histórica, sin una “hoja de servicio” a favor de la libertad de nuestra Patria, se transformó, por obra y gracia de una poderosa maquinaria propagandística, en el “farolito rojo” de un pueblo “atolondrado” al que movía, de aquí pa’llá y de allá pa’cá, al compas de los desagradables olores de las pipas de cerveza y de las muchas, pero muchísimas mentiras, que soltaba en sus repugnantes y kilométricos discursos.
La ley primera de esa falsa “revolución” sentenció que quien no fuera revolucionario era un enemigo del pueblo y por tanto había que erradicarlo, acallarlo, desaparecerlo y hostigarlo porque en Cuba, tierra socialista patria de fidel, la calle era solo para los revolucionarios.
Literalmente el castrismo convirtió a la nación cubana en un campo de concentración para el espíritu de la libertad. Cientos de miles de hombres y mujeres fueron asesinados, fusilados, encarcelados, desaparecidos o desterrados por el mero hecho de no aceptar a un partido único, una constitución prostituida, un sistema de leyes arbitrario, a un ególatra hablador de porquerías y a un régimen antidemocrático, tiránico y dictatorial.
Junto a ese estado de terror, chantaje, muerte emocional, física o ambas inclusive, la dictadura castro-comunista implementó, como estrategia de Estado, un plan de racionamiento alimentario, de escasez y desabastecimiento continuado, de necesidades elementales sin solución, de una burocracia insolvente y, lo peor de todo, de un enemigo fantasmagórico que nos acechaba constantemente a los cubanos y que era el único responsable de todas nuestras desgracias.
Con esos “truenos” dejamos de vivir para consagrarnos enteramente a la supervivencia. La aspiración a ser libres, o de luchar siquiera por los más elementales derechos sociales, dejó de existir porque nos pasamos la vida cavando trincheras de piedras y de “ideas”, aplastando mosquitos en los extenuantes apagones, construyendo hoteles que nunca vamos a visitar, marchando como comemierdas hacia un “ideal”, gritando que se vaya la escoria o corriendo, corriendo, corriendo que…, sacaron “perritos calientes” en el kiosco de la esquina.
Ricardo Santiago.



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