Este tema es muy serio, desolador, increíble, aterrador y muy triste. Los cubanos vivimos, o mal vivimos, en un país que simula un enorme destrozo provocado por cientos de miles de bombas lanzadas desde el infinito, con muy malas intenciones, para causar el peor daño posible a las construcciones, abrir profundos baches en las calles, dejar los campos de cultivos improductivos, convertir en vestigios prehistóricos las industrias, lograr que desaparezcan los mejores recuerdos y amontonar cadáveres, unos sobre otros, como una pira fantasmagórica, hasta que la montaña de mal olor y muerte toque el cielo y los ángeles se retuerzan de dolor, de miedo y de asco, ante tamaña catástrofe fácilmente evitable.
Porque al final eso es lo único que traen el socialismo, la “mentalidad” de izquierda, las democracias “flojonas”, los partidos progresistas, el café con chícharos y toda esa porquería “moderna” que intenta subvertir el orden natural de la vida e implantar un modelo de “justicia social” que, al final, no sirve pa’ un carajo.
Y es que no existe mejor ejemplo, para demostrar la verdad sobre qué es en realidad el socialismo, que ver la desgracia, el abandono y la miseria, que se ha apoderado de las pequeñas ciudades de Cuba, convirtiéndolas en pueblos casi fantasmas, malditos, tristes, y donde sus habitantes no tienen otra perspectiva que largarse pa’ donde sople algo de viento con la poca, con la poquísima esperanza, de sobrevivir al desastre que les ha impuesto esa maldita revolución del picadillo.
El caso es que la dictadura castrista, y esto para nadie es un secreto, solo se preocupa por mantener en buen estado físico las construcciones que son de su interés, o bien porque les reportan el “money” constante y sonante para sus gigantescos bolsillos o mal para utilizarlas como propaganda bullanguera ante el mundo alardeando de que el socialismo de tempestades es un “paraíso fiscal” donde el muerto al hoyo, el vivo vive del bobo y las piltrafas de claria cobran vida y se tiran como “locas” al río tratando de travestirse en camaroncitos encantados.
Yo digo que parte el alma. Quienes tuvimos la oportunidad de presenciar con nuestros propios ojos cómo viven los cubanos en esas pequeñas ciudades, pueblitos, bateyes y caseríos, tanto de la capital, como del interior de Cuba, darán fe de mis palabras si es que el nudo en la garganta les permite hacerlo. Porque, de verdad, son crueles las condiciones de vida que tienen estos cientos de miles de seres cubanos, la malísima alimentación que padecen, el montón de enfermedades que les acechan constantemente por la falta de buena atención sanitaria, la violencia que se apodera de ellos por los elevados índices de consumo de alcohol, estupefacientes y, porque, al final, sin buenos mejunjes para alimentar la inteligencia, encuentran en la delincuencia y la maldad la única forma de mantenerse con algo de aire dentro de sus cuerpos.
Yo siempre me pregunto hasta dónde va a llegar el descaro del régimen castrista, de sus defensores y seguidores cuando mienten, cuando tergiversan, cuando ocultan y cuando culpan a otros del desastre que ellos mismos crearon en nuestro país y que, a estas alturas del partido comunista, cuando están perdiendo por goleada, persisten en mantener con la vulgar intensión de hacernos pasar a todos por comemierdas.
La ecuación social en Cuba es bien sencilla de entender, no hace falta ser un erudito del todo por uno para saber que, en la mayor de las Antillas, la población se duplicó en relación con la que existía en 1959 y que, a su vez, en la misma proporción, o más, la producción de valores, las importaciones, el desarrollo tecnológico, la industria, la agricultura y todo, absolutamente todo, se desplomó hasta muy ridículos y absurdos niveles.
Es decir, hoy Cuba, o mejor dicho, esa parte importante del pueblo cubano que de verdad tiene que “janearse” a pulmón esa mierda de socialismo, subsiste, sobrevive y “escapa”, por obra y gracia de los “milagros del hombre” pues ese régimen ha arrasado con la base material, los recursos y la producción en nuestro país generando la más grande depauperación, el más escandaloso atraso, la más despiadada involución que ha sufrido un país en toda la historia de la humanidad.
Por eso no falta razón cuando decimos que los castristas son unos desvergonzados y unos cara’etablas.
Justificar la miseria es siempre la salida de los miserables, combatirla y trabajar por erradicarla es menester de hombres y mujeres que, desde la libertad, la vergüenza y el decoro, se echan a la espalda la tristeza y avanzan arrancando con sus manos el temible marabú que “sembró” el castrismo entre nosotros.
Ricardo Santiago.