Yo siempre digo que todas las ideologías se aprovechan de las confusiones, de las situaciones embarazosas, de momentos de suspiros espirituales, de vacios estomacales, de enredos sociales, de debilidades masivas y de olvidos voluntarios para hacerse presentes, tomar cuerpo e inundar las mentes de las personas necesitadas de creer en algo o en alguien.
Claro está unas más que otras, algunas con las mejores intenciones y otras…, pa’ qué hablar de eso.
Yo, siempre, también he dicho que Cuba es uno de los mejores ejemplos que existen para ilustrar esta realidad, que no hay otro país en el mundo donde se pueda palpar, sin mucha necesidad de reventarse los sesos, que una mala idea, una malísima idea como es el castrismo, se apoderó del alma, del corazón y de la vida de la mayoría del pueblo cubano con algo tan sencillo, cruel y tramposo como fue, y es, la creación y adoración de un mito, de un mito estercolero.
¿Por qué fructificó en Cuba tamaño disparate?
Muy fácil de explicar y de entender, sencillamente porque Fidel Castro, en toda su retórica y las porquerías que usó para “afincarse” en el poder, ofreció esperanzas creíbles, o increíbles, para un pueblo dominado más por el entusiasmo patriotero que por el sentido común.
Porque, a mí que nadie me joda: ¿Cuál fue el proyecto político, social y económico real de Fidel Castro para superar todo cuanto se había logrado en Cuba?
Los cubanos preferimos, es más, nos inclinamos más por los gritos, los insultos, la venganza y la violencia del castrismo que por hacer verdadera justicia en un país que acababa de salir de una guerra civil iniciada por un acto terrorista que ensombreció la nación y le tendió un manto de sangre sin ninguna justificación.
La verdad más absoluta fue que el castrismo se aprovechó descaradamente de esa situación de violencia para crear y justificar el “discurso” de que hacían una revolución para devolver la paz, la tranquilidad y la democracia a Cuba cuando en realidad ellos eran los principales protagonistas de esa violencia, de ese horror y de las lágrimas de miles de compatriotas que, sin saberlo, comenzaban, a partir del 1 de Enero de 1959, a llorar sus muertos.
Y los cubanos caímos en esa trampa, les creímos, nos dejamos convencer y arrastrar hacia el lado más oscuro de la razón sin querer entender que éramos manipulados solo para apuntalar la imagen de un caudillo, de un nuevo tipo de caudillo, de un dictador que se decía ser del proletariado cuando en la vida real, en la concreta más absoluta, no era más que otro tirano de mierda.
Pero nos guste o no el castrismo se impuso en la conciencia de millones de nosotros, dominó por mucho tiempo nuestro proceder y nuestra forma de actuar en una sociedad matizada por la incoherencia, lo superfluo, lo banal, lo ridículo, lo delincuencial y lo absurdo.
A todos los niveles los cubanos desplegamos un sentido de supervivencia innato en las sociedades enfermas, malsanas y que son dirigidas por una ideología dada en controlar el pensamiento y programar a los seres humanos como máquinas repetidoras de una mentira muy bien articulada.
Porque en realidad el castrismo no es más que eso, una gran mentira muy bien estructurada que, repetida y recontra repetida la mar de años se ha convertido en una gran “verdad” utilizada por quienes quieren explotar a los pueblos y saquear sus riquezas nacionales.
Yo digo que el castrismo, a los cubanos, directamente nos enseñó a odiar, a delatar, a mentir, a robar, a traicionar, a fingir, a llorar, a mendigar, a vaguear, a prostituirnos, a violentar, a gritar, a irrespetar, a reprimir, a despreciar y a asesinar.
También nos mostró el hambre colectiva, el adoctrinamiento institucional, la improductividad laboral, el terrorismo ejercido por el Estado, la doble moral, el nepotismo, la mediocridad aplicada a los “dirigentes”, la destrucción sistemática de un país, el desabastecimiento, el racionamiento eterno y sin sentido, el calor infernal y la muerte sin reposo.
Y otra cosa, otra terrible lección nos enseñó el castrismo a los cubanos, nos demostró que si queríamos ser libres, seres humanos libres en toda la extensión de la palabra, teníamos que irnos al exilio porque en Cuba, mientras esté la familia Castro o sus acólitos asentados en el poder político, ningún cubano podrá abrazar la libertad según el más puro concepto martiano del término.
Ricardo Santiago.