Algunos me dirán que la libertad es una sola, que no existen libertades nacionales ni nada que se le parezca, que la libertad es un derecho y una condición universal de los seres humanos y cubanos, que se conquista con el filo del machete, que ser libres o morir, en fin, que ser libres es la esencia de nuestra especie y que para qué quiero tanta libertad si, al final, no sé qué carajo voy a hacer con ella.
Pero yo digo que sí, que existen muchos tipos de libertades y que cada ser humano, o cubano, las interpreta según el lugar donde esté parado, su filiación humanista, económica o política, sus conocimientos ancestrales del estado de la materia o sus intereses personales ante esta perra o dulce vida que nos ha tocado vivir.
El problema es que nadie, en este mundo donde todos tenemos la “libertad” de opinar, nos ponemos de acuerdo sobre la mejor forma, o manera, de librarnos de algo o de alguien. Algunos son partidarios empedernidos de utilizar la vía violenta para romper alguna que otra cadena, otros que si pacíficamente, caminando despacito y pidiendo lo que nos toca se llega a Roma, los de más allá que ejerciendo nuestro derecho al voto se pueden cambiar las cosas, los de aquel extremo dicen que dialogando de cerquita con nuestros captores podemos lograr lo inalcanzable y una parte importante de la humanidad afirma que lo mejor es dejárselo al tiempo y que este, por decantación física o espiritual, hará lo suyo y nos librará para siempre de “esta terrible armonía que pone viejo los corazones”.
El caso es que entre teorías conspirativas, aves del infortunio, pájaros de mal agüero, disertaciones oportunistas y alguna que otra claridad mental de importantes exponentes y defensores del derecho que tenemos todos los seres humanos a ser libres, una gran parte de esta humanidad continúa presa, esclava y cautiva de sus propios miedos, de su pérfida ignorancia y de opresores “amorosos” o dictatoriales que, imponiendo doctrinas dominatrices, subyugan a esposas, a hijos, a familiares, a amigos, a vecinos y hasta a naciones enteras.
Por eso soy defensor de la idea de que cada caso, es decir, cada ser humano o cubano, tiene diferentes particularidades en su apretón en medio del pecho y que la manera, la única manera, de acabar con este dolor tan terrible, es ajustándonos a lo que más nos conviene para acabar, de una vez por todas, con esa tamaña injusticia que nos pone de rodillas, a cumplir promesas irrealizables, y a pedir perdón por, incluso, cosas que no hemos hecho.
Para nadie es un secreto que nosotros, los seres cubanos, estemos donde estemos, llevamos más de sesenta y cinco larguísimos años sometidos a una brutal, demoníaca y criminal dictadura que comenzó, su largo peregrinar, con un adoctrinamiento sistemático, metódico y calculado, desde el mismísimo momento en que la mayoría de nosotros, de muchos de nosotros, nos tiramos a la calle, bajo los efectos de una excesiva adrenalina irreconocible, demasiado subida y muy trastornada, y de litros y litros de alcohol etiquetado, a apoyar incondicionalmente a un tirano depravado, a exigir paredón, paredón, paredón, contra los “vencidos”, a nacionalizar, expropiar y robarnos lo que nosotros nunca construimos, a condenar al ostracismo a quienes no estaban de acuerdo con los principios de una revolución de los apagones y a odiar y a despreciar a todos aquellos que se oponían a la implantación de un socialismo de alcantarillas en nuestra Patria querida, isla magnífica, tierra fértil y próspera, en todos los sentidos.
De ahí que piense, es más, que asegure, que nosotros los seres cubanos debemos encontrar nuestro propio camino para liberarnos para siempre de tan oprobiosa dictadura castro-comunista, que tenemos que tomar conciencia plena de que nadie va a venir a librarnos de tan larguísimos años de humillación, de migración y de “extranjería” y que la libertad, ese estado natural de los seres humanos, y cubanos, empieza por cada individuo y solo se alcanza cuando somos capaces de distanciarnos de los males que nos acongojan, de los basureros de las esquinas, de las fosas reventadas en el medio de la calle y de la fuente, digo, del origen real de todos nuestros males y de los únicos y verdaderos culpables causantes de mi hambre, de mi indigencia, de mis miserias y de que tengamos todos, de una u otra manera, el corazón partí’o…
Ricardo Santiago.