Nunca un cubano fue más miserable que cuando abrazó las ideas del castro-comunismo.



¡Y no es mentira, hay que ver cómo andan esos cubanos arrastrando la culpa, la ignorancia, la mediocridad, el oportunismo, la insensatez, la complicidad, la cobardía y el descaro por Cuba y por buena parte del mundo!
Pero la justicia, como dice la sabiduría popular, a veces tarda, se demora su poquito, o su mucho, pero llega, siempre llega y pone a cada uno en su sitio, ubica a cada culpable en su lugar y en el caso nuestro, en el caso de nuestro país, tendrá que tomarse su tiempo porque son muchos, muchísimos, los babosos, los responsables, los autores intelectuales y materiales del dolor, el genocidio, el desastre, el sufrimiento, la destrucción, el hundimiento y la pudrición moral y física causados a Cuba y al pueblo cubano.
A algunos, a unos cuantos de esos asesinos de nación, la muerte biológica los borra del mapa sin que tengan que pagar por sus crímenes, pero los que queden vivitos y coleando, los que no tengan el coraje de “matarse ellos mismos” cuando la Patria se sacuda de tamaña ignominia, pagarán por “los vivos y por los muertos” pues la complicidad, el contubernio y la conspiración para linchar o enriquecerse los hace doblemente culpables ante la justicia de un pueblo muy lastimado, y sobremanera vilipendiado, por años y años de tan injusto, horroroso e inhumano castigo.
Pero, bien, yo siempre he dicho que el castro-comunismo creó la más perfecta prisión, el más sádico presidio y la más descojonante mazmorra cuando convirtió a cada cubano, a cada ser que respira sobre esa bendita tierra, en carcelero, en guardián, en represor y en sensor de sus propias ideas.
Algunos logramos escaparnos, escabullirnos de cualquier manera, de los precintos donde, desde que nacemos en esa maltratada isla, nos condenan a vivir por la fuerza, por el adoctrinamiento, por el chantaje emocional y físico, por nuestra imbecilidad, cobardía y por la inconsciencia de creer que en esta vida, en este minúsculo pedazo de tiempo que nos concede Dios para respirar y para “desahogarnos”, no existe nada más allá de esa maldita revolución del picadillo.
Y así vamos, arrastrando nuestra sumisión nacional como miserables “caracoles cubanos”, como piezas de un rompecabezas que al unirlas conforman la perversidad, la desidia y el antipatriotismo de un pueblo que, tras más de sesenta años de estúpidas decisiones, ha devenido en una masa amorfa de falsas ideologías, de absurdos resultados y de miserables actitudes que nos han dañado tanto el cuerpo como la materia de pensar.
Porque, definitivamente, es la propensión a la sumisión nuestro mayor enemigo. Es la obediencia ciega a una doctrina, a ojos vista errada y desfalcadora, la que nos ha transformado en un pueblo mezquino, hambriento y pordiosero.
Un pueblo cegato que no ve “con buenos ojos”, es decir, con los deseos de funcionar en libertad, que tras cada paso que da esa monstruosa dictadura el embudo nacional, en que han convertido a Cubita la de todos los cubanos, se ensancha por una punta y se estrecha por la otra, se achica por donde tenemos que salir casi todos obligándonos a matarnos entre nosotros mismos como la premisa fundamental de toda ley de supervivencia.
Por eso digo, afirmo y reafirmo, con toda conciencia, que nunca un pueblo, en toda la historia de la humanidad, fue más miserable que el pueblo cubano, fue mas cómplice de la destrucción espiritual y física de su país que cuando decidió, por soberbia o por placer, apoyar, asumir o abrazar a una revolución, a un grupúsculo de delincuentes y a una ideología doctrinera como lo es ese perverso, funesto y depredador castro-comunismo.
Y ahí están los resultados, un país hundido hasta el cuello, qué digo hasta el cuello, hasta la peluca en la “mierda”, nadando en las porquerías de un régimen que solo nos ha traído hambre, miseria y muerte, que nos ha arrastrado por los peores caminos donde hemos sido utilizados para llevar la oscuridad de la desesperanza a otras tierras del mundo, la mezquindad de una dictadura a cuanto rincón “sin limpiar” existe en este planeta dejando tras de sí un cementerio de países, de economías nacionales y a delincuentes en el poder convertidos en hombres y mujeres extremadamente enriquecidos por la idiotez, la complicidad y la comemierdería de los pueblos incultos.
Hoy siento vergüenza ajena, o mejor dicho, un profundo asco y un desmesurado desprecio, cada vez que veo a alguien defender, con tanta insensatez, a esa maldita revolución que, si le exigiéramos resultados reales de prosperidad, de felicidad y de vida, tendrían que meterse la cabeza en el c… o el rabo entre las patas…
Ricardo Santiago.



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