Yo digo que de tanto nadar, de tanto volar o de tanto andar sin andar andando, nosotros, los seres cubanos, siempre morimos en la misma orilla, guindamos el piojo por comer la misma catibía de siempre y nos vamos a ir del parque por cometer los mismos errores que, cierta vez, en un tiempo no muy lejano, nos llevaron a estar en el estado tan pecaminoso en el que hoy nos encontramos, a mal vivir una vida repleta de desgracias como la que hoy sufrimos y a tener que soportar la vergüenza de ser el país más miserable del mundo.
Dice mi amiga la cínica que parece que a nosotros nos gusta que nos tengan lástima o asco, que es como si estar en tal situación de pobreza extrema, tanto del cuerpo como del alma, nos hiciera sentir más revolucionarios, exaltara a niveles estratosféricos nuestro socialismo de postalitas y nos hiciera sentir más fidelistas que nunca porque por seguir tus huellas, perverso comandante, me cagué los pies, qué peste carajo.
Es que no terminamos de entender que esa maldita revolución de los humildes acabó con nuestra existencia como seres cubanos y que nos va a costar mucho, pero muchísimo trabajo, tratar de recomponernos, de salvarnos o de volver a ser los seres humanos que una vez fuimos porque, tal como se vislumbra en ese horizonte que no tiene dueño, el daño causado por tantos años de adoctrinamiento, por tanto tiempo de ser sometidos a una falsa educación para lavarnos y plancharnos el cerebro y por tantas, pero tantas veces de marchar hacia un ideal de mierda, perdimos el rumbo y fuimos a parar, derechitos como una vela, de uno en fondo para no perder la fila, compañeros, al amargo abismo donde yacen los pueblos que no quisieron aprender de sus tropiezos.
Por otra parte duele, lacera y parte el alma, ver cómo cometemos los mismos errores una y otra vez, caemos en el mismo pozo del chino con una tranquilidad pasmosa y nos ponemos la misma, la mismitica soga al cuello, como si la asfixia fuera un jueguito de muchachos o como si no nos bastara con el hambre que estamos pasando, con la indigencia física y espiritual que tenemos que afrontar, con la podredumbre de vida que nos rodea y con la poca fe existencial que podemos exhibir porque, en realidad, en la concreta del castrismo, los seres cubanos, la mayoría de nosotros, estamos casi todos muertos.
Muertos de algo o de todo, muertos de asco o de angustia, muertos de miedo o de desilusión, muertos de tristeza o de malos recuerdos, muertos de hambre o de inanición, muertos de cansancio o de aburrimiento, muertos de odio o de envidia, muertos de ser lo que nunca quisimos ser, muertos por ser tan imbéciles, muertos sin amor o muertos de miedo, muertos por ser tan comemierdas o tan crédulos, muertos de vagancia o de oportunismo, muertos por traición o por una puñalada trapera y muertos en vida para andar por la muerte como almas en pena, como almas sin vida, sin aliento y sin esperanzas.
En Cuba, dentro de Cuba, la “cosa” cada vez se pone peor, el desastre aumenta con cada ley, con cada ordenamiento, con cada reordenamiento o con cada “nuevo” proyecto, que sale de la boca, o del seso hueco, de los esbirros de la tiranía castro-comunista, como si el saco del empobrecimiento aguantara todo lo que le metan dentro, como si no fuera suficiente con la tragedia que han creado tamaños parásitos de la cubanía y como si no fuera demasiado, para cualquier lógica humana, tantos cubanos muriendo de enfermedades, de hambre, de vicios terribles, de abandono, de desilusión y de infortunio.
Pero dentro de Cuba el experimento les sigue funcionando, el sacrificio por gusto de un pueblo sigue siendo el plan quinquenal a cumplir mientras Cuba, la isla que perdimos por tontos y por cobardes, continúa desangrándose como una damisela encantadora herida de amor, herida.
En el exilio, en la expatriación, en el desarraigo, en la emigración cubana, en el destierro y en la excomunión, la misma “cosa” se complica aun más. Tal parece que nosotros los seres cubanos perdemos la memoria con el olor del jamón y el queso y repetimos los mismos errores, absolutamente las mismas equivocaciones, por las que un día tuvimos que largarnos de nuestra maldita Patria anegada en basureros, en sangre, en presos políticos y de conciencia, en odio entre hermanos, en oportunistas y vividores, en delincuentes y en muerte.
Continuará…
Ricardo Santiago.