Padre nuestro que estas en el cielo, ilumínanos un tin a los cubanos.

Es que nosotros los cubanos, los seres cubanos, estamos muy falta de luz, estamos viviendo en una oscuridad física y espiritual que Usted no se imagina, nos damos de tropezones con todo lo que está en nuestro camino, nos vamos de boca contra el suelo hasta por gusto y ahí mismitico nos quedamos gustosos, nos desaparecemos en los huecos, en las tremendas rajaduras que nos ha hecho la vida, por ser tan obtusos, por no querer ver más de un palmo hacia adelante y por aceptar que nos pinten las entradas al paraíso del color que a otros les da su real gana.

Y cuando hablo de los cubanos, por supuesto, me refiero a nosotros como pueblo, como “raza”, como nación que confundió revolución social con tiranía, que aceptó a una dictadura como guía del alma y que nos pusimos vendas en los ojos para alargar la “noche” y no aceptar que con claridad, con mucha iluminación, las cosas se ven más y saben mejor.

Porque, Padre Nuestro, eso fue precisamente lo que mal hicimos, eso es lo que nos ha destrozado los caminos de andar andando y eso, es decir, ser tan revolucionarios y tan socialistas, como nunca fuimos, es lo que nos tiene gateando por los basureros de cada esquina de mi barrio, retorcidos por el asco y las enfermedades contagiosas, arrastrándonos por las guardarrayas como las alimañas del monte, enfangándonos hasta las neuronas de pensar por repetir tantas consignas vacuas y lamentándonos, una y otra vez, infinitas veces, por darle a Usted, mi Señor, la espalda, para adorar, incondicionalmente y hasta el absurdo, a la bestia de los demonios.

Dice mi amiga la cínica que nosotros los cubanos dejamos de amar a Dios por cobardía política y de la otra, que eso del embullo patriotero a los cantos de una revolución de los humildes es puro cuento para disfrazar nuestro miedo a la represión castro-comunista, que preferimos quitar al Sagrado Corazón de Jesús que custodiaba espiritualmente nuestros hogares para colgar a un fidel castro que, como un ojo inquisidor, como un micrófono espía o como una cámara oculta, vigilaba todos nuestros movimientos, censuraba cada palabra que decíamos y nos advertía, con total estricto cumplimiento so pena de muerte, que quien dijera algo o hiciera algo contra él, le sacaría los ojos o le partiría las patas, sin el menor remordimiento y todo en defensa de esa maldita revolución de los apagones más largos del mundo.

Por eso, Padre Nuestro que estás en el cielo, nosotros los seres cubanos, en un alto porcentaje de nosotros mismos, te dimos la espalda, te ignoramos, te rechazamos de a cuajo y te olvidamos, creyendo que nuestro nuevo “dios”, el que nos prometió la abundancia física y espiritual si lo seguíamos, quien nos aseguró que tendríamos las viñas repletas de comedores obreros con sus sanguisis de jamón y queso incluidos, resolvería nuestros problemas, nos haría iguales a todos los cubanos, nos repartiría la bonanza a partes iguales y que, y lo reconozco con dolor y mucha vergüenza, adorando a delincuentes y a criminales, un día de estos, tocaríamos el cielo con las manos y nos convertiríamos en un país mucho más desarrollado que los Estados Unidos.

Maldigo nuestra ignorancia política, Padrecito mío, me cago en nuestra blandenguería espiritual y me arrepiento, una y mil veces, de mi cobardía, de mis miedos, de mi ignorancia inducida, de mi ceguera revolucionaria y de mi profunda comemierdería, al darte el envés, al pretender que sin espiritualidad se puede vivir y alcanzar el progreso y al pensar, qué imbécil fui, que el socialismo es el verdadero camino para alcanzar la luz, para abrazar el camino a la redención eterna y para que el ser humano, o cubano, no tropiece, en cada centímetro de su vida, y no se vaya de bruces, se despetronque y se hunda, en la letrina de los proletarios uníos jamás serán vencidos.

Perdónanos, Padre, a nosotros los cubanos, danos tu misericordia divina y esparce sobre nuestro pueblo tu bendición, otórganos tu gracia y préstanos un poquito tus poderes para que podamos abrir los ojos, para que podamos ver sin contemplaciones y para que la luz divina, esa que una vez rechazamos por idiotas, nos marque el camino para salir de esa maldita revolución de los apagones, de los tiranos, de los oportunistas y asesinos, y nos acerque, de una buena vez, a los verdaderos caminos de la verdad, de la decencia, de la concordia, de la hermandad, de la abundancia y de la buena vida.

Te confieso, Padre Nuestro, que estamos hartos de tanto sufrimiento y de tantos descarados…

Ricardo Santiago.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Translate »