Yo siempre he dicho que los cubanos somos un pueblo con la adrenalina “patas arriba” porque nosotros, como nadie en este mundo, hemos tenido que soportar, sufrir y tragarnos, durante estos sesenta años de castro-comunismo al duro y sin guantes, miles de toneladas de arengas, de empujones emocionales, de griterías patrioteras, de exageraciones “genitales” y de nacionalismos brabucones que, sin duda alguna, estoy convencido, son la causa número uno del trastorno de sentido común que hoy padecemos.
Y es que hay que estar muy bien plantado, es decir, tener los pies muy bien sembrados en esa bendita tierra, para no tambalearnos y despetroncarnos con el vendaval de consignas, de lemas, de “pensamientos” y de los dice fidel, que nos zumban por todas partes, a todas horas, desde que somos chiquiticos y de mamey.
Solo nosotros sabemos la monstruosidad, el desorden, el dolor en medio del pecho, la angustia y la tristeza que significan un hombre hablando sandeces, muchas horas seguidas, “encadenado” a todos los medios de comunicación de un país. Una experiencia verdaderamente devastadora, insoportable, torturante y atrofiante.
Para empezar debo decir que nunca en mi vida escuché un discurso de fidel castro, no pude, ni siquiera en mi etapa de “hombre nuevo-nuevecito” porque, desde que tuve uso de razón, entendí que ese “orador” compulsivo, largo por gusto, chusmo y populista, no le hablaba al pueblo de Cuba sino que lo hacía para sí mismo.
fidel castro es el ejemplo más representativo, en toda la historia de la humanidad, del clásico fulano grandilocuente, egocéntrico y narcisista que habla para oírse, que disfruta su propia verborrea y que lo hace sin importarle el cansancio, el desprecio, el rechazo o el asco que provoca en quienes, por una razón u otra, tienen que “disparárselo” a cun-cun o de marcha atrás.
En la vida real los discursos del “gran líder” de la revolución del picadillo eran una verdadera tortura nacional, un tormento de estupideces cargadas de un profundo sadismo, un atentado a la inteligencia humana, muchísimas mentiras, abuso de poder e incongruencias dirigidas a sembrar el odio entre los cubanos y contra un enemigo ficticio que viene, que nos ataca, que nos tira la bomba atómica, que se mete por aquí y que sale por allá y que, al final, si por ese maldito hubiera sido, aun estaríamos los cubanos metidos en trincheras haciéndonos pipi y caca los unos sobre los otros.
¿Cuántos cubanos cayeron redonditos contra el asfalto, abrazados por el sol de Julio, al estar tantas horas de pie aplaudiendo esas peroratas?
Sí, porque esa es la otra, de las ocho horas de aquellas interminables y criminales chácharas, tres eran de aplausos, de “apasionados” y amaestrados aplausos con los cuales el pueblo “demostraba” su devoción y su aprobación a los “ideales” de la revolución y al marcha que te marcha hacia un “futuro” con más de “involución” que de progreso social y económico.
Nunca entendí en qué momento los cubanos empezamos a aplaudir tantas sandeces cuando lo único que hacíamos era alimentar el ego de un farsante que no escatimaba en insultos contra quienes no estaban con él, en soltar proclamas populistas para promocionar la improductividad de toda una nación y en crear un espíritu “nacionalista” que a la corta, a la del medio y a la larga, significaron nuestra propia desgracia.
Dice mi amiga la cínica que las generaciones de ahora se educan con “Internet” y la tecnología inteligente, pero los cubanos de los 60s, los 70s y los 80s, nos “formamos” a golpes de prédicas por el socialismo, de “carne de la rusa” y de para decir el lema compañeros, uno, dos y tres…
Yo estoy seguro, convencido y apostaría mi vida a ello, que la fascinación de los pueblos latinoamericanos por la figura de fidel castro se debe a que nunca tuvieron que esperar a que ese hijo de puta terminara de hablar mierdas para ver el capítulo de la novela del horario estelar, de ser así el socialismo del Siglo XXI habría sido otra cosa.
Por eso hoy los seres cubanos somos los únicos capaces de avizorar, en todo este continente, el mal que se avecina cuando vemos a cualquier comemierda de la “izquierda” subirse a una tribuna y vociferar, despotricar y gritar contra todo aquel que lo contradiga, “ofrecerles” a los pobres cuchara y tenedor y culpar al “imperialismo” de todas sus desgracias aunque este se encuentre a miles de kilómetros de distancia.
Ricardo Santiago.