Yo me imagino que a cualquier ser cubano, de los que nacimos y nos criamos en aquel maldito infierno comunista, esa pregunta nos pone los nervios de punta, nos provoca un saltico en el estómago un tin desagradable, nos quita el sueño, nos da ganas de correr pa’l baño y nos pone a parir porque, para hablar del socialismo con propiedad, lo que se dice cantarle las cuarenta o quitarle la cáscara a ese régimen, hay que sentirlo de cerquita, a flor de piel, en los bolsillos de la camisa o del pantalón, en los constantes apagones sin Luna Llena o dentro de una maleta de la escuela al campo que, en realidad, cargaba más hambre que alimentos.
Para empezar yo digo que nadie, absolutamente nadie en este planeta, e incluso tres más pa’llá, merece vivir la mala, la malísima vida que tenemos los cubanos desde hace más de sesenta y seis larguísimos años y contando, donde las promesas de un futuro mejor se han vuelto una muela bizca y el porvenir no existe pues todo, absolutamente todo, se ahogó en medio de una fosa séptica reventada en una esquina de mi barrio.
Porque lo que nosotros vivimos, lo que tenemos que sufrir y padecer, de lo que nadie se escapa en esa Cuba usurpada por una familia criminal de apellido castro, es un verdadero genocidio, un exterminio masivo, una cárcel monumental extramuros e intramuros, una huelga de hambre masiva, un adoctrinamiento neuronal del cuerpo y del alma, un embrutecimiento y empobrecimiento de los seis sentidos, una enfermedad maligna que no tiene cura, unos zapaticos me aprietan y unas ganas tremendas de morirnos antes que seguir viviendo esa vida de mierda a la que nos obliga el socialismo.
Y nada de cuanto digo es mentira. El hombre cubano o la mujer cubana que han logrado llegar con vida a este último día de nuestra existencia, llevan la mirada más triste del mundo en sus ojos, se desgañitan preguntándole al universo qué han hecho para merecer tamañas injusticias, viven para morir de tristeza y le ruegan constantemente a Dios para que me salve, Diosito mio, ayúdame a salir de este maldito infierno.
Pero: ¿Nos merecemos los cubanos tamaña acuarela de miserias, de indigencia, de putrefacción, de ignominias y de represión que tenemos y que sufrimos como vida?
Dice mi amiga la cínica que usted se merece lo que usted se gana, que nadie escarmienta por cabeza ajena y que hay seres humanos, y cubanos, que aun teniendo la verdad ante sus ojos, siguen creyendo y porfiando que el mojón es carne y se dan soberanos atracones.
Yo digo que el “fenómeno” es mucho más complejo y complica’o. Para empezar el mayor por ciento de cubanos que aun mal vive en la isla, no tiene una visión muy clara de su realidad pues son bombardeados, desde que se levantan hasta que se acuestan, por aberrantes, manipulados, insidiosos y descojonantes mensajes distorsionando la realidad, mintiendo a diestra y siniestra, creando falsas expectativas y poniendo el mal donde está el bien y el bien mandándolo para donde fidel castro dio sus infinitos discursos.
Después viene lo otro, lo peor, lo más bochornoso, el cubano no sabe qué es ser libre, no sabe qué cosa es la libertad y se pierde entre buscar el pedacito de carne de puerco, el poquito de frijoles, la latica de arroz, el buchito de café, el cubito de agua y el apagoncito duro sácame del apuro.
Por eso digo que los seres cubanos no hicimos nada y lo hicimos todo para tener, para vivir, la vida miserable que tenemos. Al principio de los tiempos porque decidimos apoyar a un ladrón y a un asesino que, con promesas de café con leche para todos, de mi casa alegre y bonita pa’ la niña y pa’ la señora, de aquí del G-2 soy yo y del jugo de guayaba por tuberías en cada esquina, nos puso los grilletes hasta en la garganta, a los inconformes los mandó al cepo, a la tortura y a los tracatanes, a los flojos y displicentes de su fatídica verborrea, les metió una pluma por el mismísimo culo.
Y después, y ya con la soga al cuello, actuando como esclavos obedientes y felices, aceptamos que nos tiraran las migajas, las sobras y los huesitos chupados de una maldita revolución que le zumba el mango y mirando hacia otro lado nos abrazamos, para dormir como “angelitos”, a la foto del mismísimo diablo que nos tiene como nos tiene.
Sí, creo que sí, creo que nos merecemos, un “poquito”, la miserable vida que hoy tenemos.
Ricardo Santiago.