Nota introductoria: Este artículo lo hemos escrito mi buena amiga Tatiana Fernández y yo. Realmente la idea es toda de ella y las palabras son de los dos, un ejercicio de liberación que me ha encantado porque no existen verdades más poderosas ni recuerdos más ciertos que los que han sido vividos y sufridos por una mujer.
El Periodo Especial y los matrimonios en Cuba.
Aun tenemos fresca en la memoria el día en que fidel castro anunció, como quien no quiere las cosas, que Cuba y los cubanos entrábamos en lo que el muy degenerado llamó, parece que para “suavizar” la tragedia que él mismo había creado o para burlarse de todos los cubanos, el Período Especial.
Al principio la mayoría de nosotros no entendimos qué carajo significaba aquello, hasta parecía algo bueno, pero rápidamente nos convencimos que de bueno na, na, ni, na, que esa mierda de especial no era otra cosa que la multiplicación de todas las carencias, infortunios y limitaciones que habíamos vivido pero elevado a las mil y quinientas y todavía “más peor”.
A decir verdad había un run run en la calle de que los Soviets, y los no tan Soviets, nos iban a cortar el agua y la luz, la mermelada y el quesito crema, que la “fiesta” de las latas de judías búlgaras con tocino, las laticas de leche en polvo a cuarenta centavos, el jamón “de agua” a seis pesos la libra, las compotas, los jugos de pera, la carne rusa, los ají rellenos y los medallones de pescado, “Fresquitos”, así se llamaban, se había terminado y que, en su defecto, “y cuando hubiera disponibilidad compañeros”, racionados por la libreta, por supuesto, nos darían pasta de oca, picadillo de soya y al que le guste bien y al que no también.
En ese discurso el hijo de puta más hipócrita de todos los tiempos dijo: «Una vez más les toca a los revolucionarios sacrificarse…». Y con esto lo dijo todo, el pueblo a joderse, menos ellos, claro está, pues este desalmado y su familia jamás estuvieron incluidos en cualquier sacrificio que tuviera que asumir el pueblo cubano.
Los miopes mentales lo ovacionaron, como siempre, aún sin tener una puñetera idea de cuánto nos venía encima, pero, como se dice en buen cubano: No hay peor ciego que el que no quiere ver.
Este período de destrucción masiva de la sociedad, de crisis de valores, de hambruna y de cuanta carencia y necesidad un mortal pueda padecer, no pasó inadvertido para la familia cubana en general y para los matrimonios en particular. Con el paso del tiempo se ha podido comprobar que el índice de divorcio en Cuba se disparó hasta la estratósfera durante este horrendo “Período Especial” y que las madres solteras y los “mi papá me quiere” se pusieron a la orden del día.
La inflación en Cuba se descontroló, los salarios alcanzaban solo para medio cubrir una semana de las cuatro que tenía el mes. Debido a esta locura innecesaria las mujeres se deprimieron, se alteraron y, de la cordialidad, el amor y el afecto, pasaron a la agresividad pues la frustración de no tener con qué, ni cómo, poner un plato de comida en la mesa para sus hijos les hacia explotar, literalmente hablando, por cualquier motivo.
Los hombres se “secaron” de tanto dar pedal como unos locos bajo un sol que rajaba las piedras. La vida se convirtió en una carrera olímpica de resistencia, las distancias en bicicleta podían ir lo mismo desde el Parque Central hasta Alamar que de La Víbora hasta el municipio Playa. A nadie le pasaba por la cabeza llevar agua pues las mochilas solo se veían en las películas y los pomitos plásticos en las manos de los turistas que empezaban a inundar La Habana.
Entre la agresividad a flor de piel de las mujeres y el cansancio ciclístico de los hombres, entre otros miles de factores, por supuesto, muchas parejas cubanas dejaron de amarse, de ocuparse y de preocuparse. De la ilusión pasaron a la desilusión, de la armonía a la discordia y de la paz a la guerra. La vida del cubano se convirtió en una sobrevivencia individual.
¿Hacer el amor?
No, no había fuerzas, no había ánimos, con tantas discusiones y tantos “sustos” se fueron perdiendo las necesidades de placer y las calenturas de la lujuria.
Para colmo cuando llegábamos a la casa no había electricidad, agua y entre el calor y los mosquitos preferimos volcar en nuestras parejas la frustración y la impotencia que entender y asumir que la tragedia que se vivía fue provocada única y exclusivamente por la dictadura castrista.
El matrimonio en Cuba es también otra víctima desafortunada, muy desafortunada, de la miseria de vida que nos obligó a vivir la tiranía de los Castro.
Tatiana Fernández.
Ricardo Santiago.
Ay, Ricardo, has abierto una herida muy profunda. En mi caso mi matrimonio se reafirmó, pues nos unimos más para «resolverles» la alimentación a mi hijo y a mi madre. Y mucha bicicleta que dimos los dos. Nos quedamos como estaban los prisioneros de un campo de concentración, así de flacos, cadavéricos. Fue horrible.