Por: Tatiana Fernández y Ricardo Santiago.
La gran crisis patria de los 90s que sacudió hasta el tuétano a nuestro país y que fue responsabilidad directa de fidel castro y sus economistas de la feria del agro, obligó a muchos cubanos, fundamentalmente de las provincias Orientales, a “emigrar” para La Habana en busca de algún respiro e intentar paliar así la horrible situación que enfrentaban en sus lugares de orígenes.
Un recurso, en principio utilizado, fueron las famosas permutas interprovinciales, los cambios de direcciones para casa de una “tía”, los matrimonios “usufructuarios” y el “tírame un cabo unos cuantos días hasta que logre legalizarme en esta puñetera ciudad”.
Las permutas en Cuba, tema al cual dedicaremos un artículo “especial” por ser la cosa más complicada que el cerebro humano pueda entender, fue una de las opciones que encontró el cubano para satisfacer sus necesidades de “espacio”, de ubicación geográfica y la manera de “echarse” también unos “pesitos” en el bolsillo.
Como en Cuba estaba prohibida la compra-venta de viviendas, aun siendo usted el propietario de su domicilio, la necesidad, que siempre la pintan calva, hizo que el cubano aprendiera a “mudarse” para tratar de dar solución a sus problemas de convivencia y, sobre todo, a convertir en “legal” muchas de las absurdas prohibiciones y regulaciones socialistas que nos imponía la dictadura castrista en su afán por controlarlo todo.
Los cubanos ante esta gigantesca burocracia, Leyes de Reforma Urbana, Institutos de la Vivienda, corrupción y extorsión por parte de los funcionarios del régimen y la incapacidad de la dictadura de los Castro para solucionar el déficit habitacional en Cuba, aprendimos a ampliarnos, a reducirnos, a estirarnos o a encogernos como elásticos de calzoncillos revolucionarios, un día pa’llá y tres más pa’llá sufriendo como locos la agonía del desbemba’o.
Para mudarse de las provincias a la capital era toda una odisea. Aquí entraban a jugar más normativas, regulaciones y permisos que en muchas ocasiones eran denegados, pero que con la ayuda de un “socio interesado”, bien ubicado en el engranaje estatal, este trueque de sala-cocina-comedor podía fluir y… calabaza, calabaza, cada uno pa’ su casa.
Como el sueño del oriental era y es emigrar para La Habana estas permutas no las autorizaban, ni autorizan, y muchas veces las personas se mudan sin el número infinito de permisos previstos provocando que no se puedan dar de alta en el carnet de identidad, en el Registro de Oficoda para la libreta de abastecimiento, matricular a los muchachos en las escuelas y hasta ser admitidos en la “famosa” red de asistencia sanitaria de la revolución del papel higiénico.
Al final de este cuento interminable, que es el socialismo “durmiente”, los cubanos, por la necesidad imperiosa de desplazarnos en busca de mejores “oportunidades” para llenarnos la barriga, y la de nuestros hijos, nos convertimos en ilegales “deportables”, dentro de nuestro propio país, según el término inventado por la tiranía castrista quien no acepta la “emigración” dentro de nuestras fronteras para evitar así las concentraciones poblacionales en las grandes ciudades y “salvarse” de las explosiones sociales que provocan los hacinamientos y la miseria multiplicada.
Cualquiera que no conozca la realidad de Cuba pensará que esa emigración hacia la capital soluciona los problemas de quienes vienen en busca de hacer lo necesario para salir del profundo martirio existencial que se vive en el “interior” de la Patria. Pero nada más alejado de la realidad. Los Castros hundieron al país en su totalidad, La Habana es una ciudad desvencijada, vencida por la pudrición, el abandono, el desempleo, el marginalismo, las ganas de hacer caca, la oscuridad y la locura.
La emigración nacional desesperada viene a sumarse junto a los capitalinos a esa gran depauperación de valores físicos y espirituales donde un alto porciento de ellos se hunden en la prostitución, la delincuencia y las ilegalidades de todo tipo como única solución para salir de la tamaña crisis que les endilgó esa miserable dictadura.
Las pésimas condiciones de vida que tienen que enfrentar estos hombres, mujeres y niños se suma a la terrible política de las deportaciones que regenta la dictadura trasladando, muchas veces a la fuerza, a estos compatriotas hacia sus provincias.
Muchos de ellos llegan atraídos por el “sueño habanero” con la ilusión de salvar sus vidas, pero solo encuentran un infierno envuelto en llamas del que solo pueden salvarse si aceptan el chantajista juego del castrismo de policías e informantes.
La dictadura castrista dijo basta y echó el holocausto oriental a andar arrasando con todo aquel que no tenga, en su carnet de identidad, una simple, estúpida y “legal” dirección de La Habana para “disfrutar” del “paraíso socialista”…
Tatiana Fernández.
Ricardo Santiago.