Período Especial, la salud pública en Cuba y la “fiebre” de los cubanos. (1ra parte)



Por: Tatiana Fernández y Ricardo Santiago.
Para hablar de la salud pública en Cuba, después de 1959, primero hay que vestirse de negro, asumir este acto con mucha responsabilidad, seriedad y quitarle la careta a quienes repiten como pericos entrenados por el más allá de que Cuba es una potencia médica mundial.
Es probable que esta historia de “potencia médica” el castrismo la plagiara del buen funcionamiento del sistema de salud y la excelente red asistencial que había en Cuba, para todos los poderes adquisitivos, antes de que estos genízaros usurparan el poder en 1959 y que han destruido miserablemente, incluyendo hospitales enteros, con su ineficacia, abandono y desinterés.
Una prueba tangible: ¿Cuántos hospitales ha construido y cuantos ha destruido, solo en Ciudad de la Habana, esa maldita y enferma revolución en estos últimos 60 años?
Por otra parte la proletarización de los salarios, con las políticas “igualitaristas” de la melcocha castrista, provocó la desmotivación de los profesionales que trabajan en el sector de la salud y también que los cubanos tuviéramos que poner en práctica las llamadas “atenciones especiales” cada vez que asistíamos a alguna consulta médica y queríamos recibir una buena atención.
Para nadie es un secreto que los médicos, enfermeras y técnicos en Cuba son los especialistas peor pagados, más mal atendidos y más subvalorados, en relación con la enorme responsabilidad que tienen y en las condiciones en que se desempeñan, por esa infame tiranía que pretende hacernos creer, a nosotros y al mundo, que en nuestro país la salud es gratis y está al alcance de todos.
Así fue como las consultas “del doctor” se repletaron de cajas de viandas, bonos de gasolina, “suvenires” traídos del extranjero y una que otra gallinita “muy buena pa’ hacer un caldo doctor”.
Durante el Periodo Especial esta situación se agravó descomunalmente, antes de asistir a cualquier consulta médica había que pensar cuánto llevar pues los “regalos” al “doctor que me atiende” pasaron de pulovitos, aretes y perfumes a CUC sonantes y campantes.
Quienes llegábamos con las manos vacías, y no teníamos un amigo que nos “resolviera”, los turnos médicos se convertían en “matando y sanando” pues las buenas atenciones, incluyendo las recetas médicas, se reservaban para quienes podían pagar. Hubo un tiempo en que hasta los recetarios se “desaparecieron” y era una verdadera odisea pues daban dos prescripciones por receta médica y si uno de los dos medicamentos estaba “en falta” perdías la receta pues la farmacia te la “decomisaba”.
Los rayos X en el Periodo Especial se limitaron a la mínima expresión sin importar que, a ojos vistas, el paciente lo necesitaba. Las “placas” estaban racionadas a dos por Cuerpo de Guardia en cada turno de trabajo.
Si tenías que operarte, antes de entrar al salón de operaciones, había que conseguir por gestión personal, en el mercado negro fundamentalmente, el Rosephin 4ta generación para no adquirir infecciones y estafilococos de cualquier tipo. Los recién operados se trasladaban en unas camillas sucias muy bajitas, pegadas casi al suelo, o a “caballito” sobre algún familiar.
Lograr que te hicieran un ultrasonido era como sacarse la lotería, mucho menos hablar de un MRI.
Había hospitales donde conseguir una cama para ingresar a un enfermo era solo mediante una buena “palanca”, como el Ameijeiras, por ejemplo, otros, como el Cimeq, eran solo para “pinchos” de la dictadura y sus familiares directos única y exclusivamente.
Las anestesias muchas veces podían estar vencidas y eso no evitaba que las usaran. A más de un paciente se le retorcieron los ojos por estas irresponsabilidades y a otros hasta les costó la vida.
A los ingresos había que llevar todo tipo de artículos para la higiene, sábanas, almohadas, bombillas eléctricas y ventiladores pues los hospitales carecían y carecen hasta de lo más elemental para protegerse de la desvergüenza.
Los acompañantes de los enfermos vivían y viven un verdadero martirio, entre cuidar al convaleciente, limpiar, mantener higienizado el cuarto y velar porque no les roben las pertenencias las estancias en los centros asistenciales de Cuba son toda una tragedia.
En los hospitales cubanos la disciplina, ética y la urbanidad son pésimas, lo mismo entran “perros y gatos” que vendedores ambulantes de maní, palitos de tendedera, estropajos, ¡coge tu pizza caliente aquí! hasta cualquier equilibrista místico con las “autenticas” yerbas y pócimas para sanar el cuerpo y curar el mal de ojo.
Y hablando de mal de ojo: en Cuba los hospitales, sus entradas principales fundamentalmente, se han convertido en receptores directos de cuanto maleficio, brujería y encantamiento exista para remediar lo que los médicos, en su infinita sabiduría, no logran resolver porque “este caso que estamos tratando se le escapa a la lógica humana”.
Continuará…
Tatiana Fernández.
Ricardo Santiago.



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