Porque somos así de “ligeritos”. Porque nos gusta “experimentar”. Porque pensamos que el verde “clarito” se ensucia más rápido. Porque nos “mareamos” y perdimos el sentido común. Porque el “Gravinol” no aparece ni en los centros espirituales y nos quedamos dando vueltas en el mismo lugar. Porque la mayoría somos daltónicos. Porque teníamos un ojo entretenido y el otro comiendo… Porque no sabemos cómo se forma un arcoíris. Porque nos alelamos con el “verde que te quiero verde”. Porque se nos perdió la mirada en el horizonte buscando el “otoño”. Porque nos pareció más “bonito” y más “machito”. Porque nos creímos chivos expiatorios y nos lanzamos a comer todo lo que fuera “verde”. Porque nos dejamos impresionar y porque nos gusta cruzar la calle cuando está puesta la luz verde.
También porque no sabemos el “significado” de los colores. Porque el día que lo explicó la maestra estábamos vigilando que no nos cayera un pedazo de techo en la cabeza. Porque al final nos dio lo mismo chicha que limona’ y ocho que ochenta y ocho. Porque en Cuba nadie sabe lo que es la “primavera”. Porque preferimos escuchar reguetón que Las Estaciones de Vivaldi. Porque aseguramos que el cambio climático es jueguito de muchachos. Porque no nos interesan ni el medio ambiente, ni que nos partan por el medio, ni el medio pa’ coger la guagua, ni el medio de la calle, ni el medio de todos los miedos y ni mi media “naranja”.
Y es que nosotros los seres cubanos somos muy fáciles de impresionar y cambiamos de palo pa’ rumba aunque salgamos perdiendo, después nos creemos unos bárbaros, los “lindos” de la película del sábado, la ricura con sabrosura de los carnavales, lo que más vale y brilla dentro de un escaparate, los cabrones de la vida, los más astutos que nadie, los que no le dejamos pasar ni una al imperialismo y los que aceptamos vivir 60 larguísimos años con nuestras caras pintorreteadas de “verde olivo” para hacernos los payasos más divertidos de la “fiesta”.
Yo digo que algo raro nos pasó aquel Enero de 1959 cuando, en un arrebato de imbecilidades colectivas, de flojeras neuronales, de embotamientos “sicosomáticos”, de insuficiencias mentales, de perdónanos Padre que no sabemos lo que hacemos y de estrambóticas excitaciones intestinales, los seres cubanos, en una inmensa mayoría, decidimos borrar de nuestra Patria el “color primaveral” para dejar que un torrente de aguas oscuras, infernales, con un tono muy subido de verde olivo, pestilente, cochambroso, tóxico, venenoso y devastador, nos inundara el país de un extremo a otro y nos arrebatara para siempre el cubanísimo arroz con leche para obligarnos a empujarnos el comunista chícharo con gorgojos.
Porque al final no fuimos buenos “negociantes”. Porque no lo vimos venir. Porque vimos al que hizo la ley pero no a quien hizo la trampa. Porque nadie nos alertó y nos dijo que ese cambio era una gigantesca estupidez. Porque lo que hicimos con la cabeza como nación lo desbaratamos con nuestra arrogancia como “proletarios”. Porque nos creímos esa mierda de que comer todos las mismas porquerías era la verdadera justicia social. Porque desde chiquiticos nos dijeron que los hombres no lloran y nos obligaron a tragar en seco. Porque el mango verde da tifus, los mosquitos calenturas y porque al Apóstol, al más grande de todos los cubanos, lo hicieron autor intelectual del mayor acto terrorista de nuestra historia nacional y nosotros, la mayoría, mayoría, mayoría, nos quedamos tan tranquilos y como si nada.
Pero además porque nos pusimos a escuchar cancioncitas protestas cuando nos prohibieron a los Beatles. Porque nos encasquetamos uniformes de milicianos y anduvimos Rampa arriba y Rampa abajo “acechando” a los enemigos pasados de revoluciones. Porque tengo una espinita clavada en la garganta coño que no me deja ni toser. Porque no nos importó que nos quitaran el aire acondicionado y nos impusieran el socialista aire “acondisoplado”. Porque aceptamos la idea de que en el infierno existe una “fabriquita” de hielo “frío” y porque, al final, fue tanta la bachata, el bonche y la jodedera que armamos cuando se fue Batista que, al día siguiente, cuando vinimos a despertar de tan disparatado “jubileo”, no advertimos que en realidad le habíamos abierto las puertas a un enorme caballo de Troya, digo, a un espeluznante burro de la Sierra Maestra, muy “simpatiquito” por fuera pero que en su interior albergaba el peor de los destinos para todo el pueblo cubano.
Ricardo Santiago.