Los seres cubanos cuando logramos irnos de aquel infierno nos hacemos ciudadanos de cualquier sitio. No importa de qué país. Es nuestro primer objetivo. Nuestra gran urgencia “nacional”. Nuestra primera gran meta. Actuamos desesperados por esa “segunda” nacionalidad porque sabemos que pa’tra, ni pa’ coger impulso.
La segunda “cosa” que pretendemos es apropiarnos de los acentos, matices y del idioma del lugar al que llegamos.
La tercera trabajar y hacernos de una vida con aspiraciones, sueños y algún que otro gustazo pues los horrores que vivimos y las miserias que acumulamos tras vivir en Cuba socialista, tierra de fidel, nos marcaron de por vida, nos calaron hasta las entrañas y nos dejaron con la necesidad de sentir el más simple de los sabores o el más común de los olores.
Por eso me encanta oír a cubanos utilizando modismos o hablando con acento argentino, español, colombiano, mexicano o, simplemente, confundiendo palabras sencillas del idioma castellano con otras del italiano, inglés, francés, chino-manila-fo, rumano o sueco, no importa si llevan un mes en ese país o toda una vida: ¡increíble, pero cierto!
Hoy quiero hablar de mi emigración, de mi exilio, aunque yo prefiero llamarlo destierro porque si en Cuba hubieran existido otras condiciones económicas, sociales y políticas, semejantes a las de un país con un gobierno democrático y decente, yo no me hubiera ido para ningún lugar.
Por eso me fui de Cuba. Básicamente por eso. Lo hice por mis hijos y por mí. Fue una decisión difícil pero cuando pusimos las buenas y las malas en una balanza, ni hablar, era comernos un sanguisi de jamón y queso o “empujarnos” la caña a tres trozos, así de simple.
Nos vinimos a Canadá, un país extremadamente frío en invierno y bochornosamente caluroso en verano. Gracias a Dios tenemos otras dos estaciones que “refrescan y calientan un poquito el ambiente”, pa’ compensar.
Recuerdo que salimos de La Habana con 32 grados centígrados de temperatura y Toronto nos recibió con -2. Un adelanto de las enormes diferencias que nos aguardaban.
La nieve es tremenda, la verdad. Blanca y fría, por supuesto. Triste o alegre, depende. Pero muy hermosa cuando hay sólo luz, cuando lo cubre todo y cuando nos recuerda que bien al norte la vida también existe y de qué manera.
Mi primera experiencia terrible fue en el Banco. La señora que me atendió por poco explota de rabia cuando le pregunté, con esa inocencia que tenemos los cubanos al llegar, cómo se usa una tarjeta de crédito. La pobre, ahora me pongo en su lugar y la entiendo, no comprendió que yo jamás en mi vida había visto una, de hecho pensó que me estaba burlando de ella y se puso bien “malita”, le expliqué que en Cuba “eso” no existía y que los cubanos hacíamos nuestras transacciones “comerciales”, es decir, comprar la mierda que nos venden por la libreta de racionamiento, “a golpes” de papel con números y caras de próceres de la Patria.
Anécdotas parecidas muchas, siempre la vergüenza de por medio, los papelazos iban y venían ante las cosas más simples y normales del mundo, ante el choque con una realidad que estaba, y lo sentíamos, a miles de años luz de la nuestra, más desarrollada, más limpia, más olorosa y, sobre todo, mucho más cómoda y más fácil para la vida.
Siempre me digo que si fidel castro hubiera ofrecido semejante confort a los cubanos, semejante prosperidad al pueblo, tamañas condiciones de vida, similar desarrollo económico a nuestro país, muchos nos hubiéramos hecho de la vista gorda ante su obsesión por la “eternidad”.
Después el trabajo, la pincha, el “curralo”, como usted quiera llamarlo. Aquí sí hay que trabajar y no se puede estar inventando, las leyes funcionan y hay un orden establecido, hay que hacerlo porque todo hay que pagarlo, la casa, la comida, los carros y las aspiraciones, todo. Es cierto que nos volvemos algo esclavos de nuestros compromisos pero también es cierto que, según la capacidad y dedicación que mostremos, logramos ascender en nuestras condiciones de vida y esperanzas.
Lo material también da felicidad y mucha, no nos dejemos engañar más por los comunistas.
El capitalismo es salvaje, pero la miseria en Cuba es peor. Pudiera argumentar con miles de ejemplos las ventajas de este sistema sobre aquel infierno, incluso con imágenes, pero baste decir que por esta tranquilidad que hoy siento y por la alegría que hoy tienen mis hijos, lo volvería a hacer una y mil veces. Por Eso Me Fui De Cuba.
Ricardo Santiago.