En Cuba las dudas son razonables, esquizofrénicas, paranoicas y asfixiantes. Los cubanos hemos vivido y vivimos desconfiando de todo y de todos, los unos de los otros, la niña de la señora, el perro del carnicero, el hombre de la guataca y el ciudadano del “comandante”.
Lo peor es que lo hacemos como la mejor manera de subsistir en un país donde se hacen imprescindible “las tres caras de Eva”, el cinturón bien apretado para disimular lo más mínimo, la risita para esconder la tristeza o los bostezos para tapar el hambre que nos esta matando.
El cubano ha tenido que entrenarse, desgraciadamente, como nadie, en el arte de la supervivencia física y espiritual porque las apariencias engañan, las paredes tienen oídos, “siempre hay un ojo que te ve” o disimula, disimula que por ahí viene quien tú sabes…
Después de 1959 en Cuba se vive con incertidumbre por todo: el salario que no alcanza hasta fin de mes, si te comes el pan por la mañana por la tarde te chupas el dedo, hoy se va la luz, el agua que no viene, ¿nos darán la visa?, ¿qué cocino? o ¿se muere o no se muere? La incertidumbre para el cubano es parte indisoluble de una vida que no merece vivir, que nunca votó por ella y que se la han empujado a empellones, a base de traiciones y de espantos.
El gobierno de los Castros es experto en dar y quitar al pueblo de Cuba como le viene en ganas. A su antojo. Hoy puede decir: “Libertad para la pequeña empresa privada o las ventas de inmuebles personales…” y mañana, o cuando le salga de las entrañas: “Arriba plan maceta pa’ to’el mundo que se acabó la fiesta…”. Todo en dependencia del apoyo que reciban o no del exterior y que les sirva para afianzar su permanencia en el poder: “chofe abre y cierra que este se cogió el culo con la puerta”.
Si la “ayuda” que les llega es mucha entonces reprimen, si es poca abren el banderín para que no se les forme un “sal pa’ fuera” o lo que es peor, el pueblo cansado y hastiado se les tire pa’ la calle a protestar (algo a lo que temen muchísimo) como pasa en todos los países democráticos del mundo cuando las cosas no van bien.
Esta inseguridad con la que vivimos los cubanos también se manifiesta en las relaciones interpersonales.
Los comunistas son pendencieros y obligan a los otros a esconderse. Los comunistas son cizañeros porque saben que es la única forma de tener el control sobre los demás, dividen, enfrentan, crean el pánico y lo distribuyen gratuitamente para tener a la población “hablando bajito”, susurrando y temerosa de poder ser delatada “hasta por tu propia madre”.
Fidel Castro nunca fue un tipo transparente. Nos engañó desde el principio con zanahorias colgantes y con el cuento de que el enemigo nos quería destruir y que lo teníamos entre nosotros mismos. Sus discursos llenos de odio contra quienes no estuvieran a su favor crearon en el cubano máscaras de todo tipo y colores, actitudes tan despreciables que terminaron por incidir y cambiar el alma de una nación que nunca fue de esa manera ni mereció tales daños a su cultura y a su forma de ser.
Pero la fuerza del mal trasciende fronteras. Contagia. Cala tan hondo en las personas que arrastramos esta maldición a donde quiera que vamos sin entender cuánto nos perjudica. Los cubanos en el exilio no logramos deshacernos de esos terribles pánicos, de esas “justificadas” dudas y vivimos exactamente haciéndonos la misma pregunta, mirando a nuestro alrededor y hablando bajito: ¿Quién es quién?
¡Dios líbranos de tanto mal…!