El hambre en Cuba se ha convertido en el medidor más exacto para determinar el estatus social de los cubanos, una triste y desafecta realidad porque, si usted lo mira bien, es decir, si usted presta su poquito de atención, se dará cuenta que no es lo mismo ser un cubano que tiene que ir caminando a todas partes, un obrero sin una fábrica que funcione correctamente, un campesino sin libertad para vender a quien quiera sus cosechas, un estudiante sin ganas de estudiar y un cubano soñador con los viajes a la “Luna”, que un castro-espín, que un potentado de la cúpula castro-comunista, que un mandamás de los siete colores, que un artista comprometido con la revolución del picadillo y hasta que, incluso, un simple chivatón de apeame uno, de los de bien bajito, de esos que matan por unos muslitos de pollo, de pollito pito, de pollito caramelito.
El dinero va y viene, como decía mi santa madre, pero el hambre, lo que se dice los jugos gástricos jugando a los cogio’s en tu estómago, la mala vida de vuelta y media o el tiburón sin dientes de la lucha del proletariado en huelga tormentosa taladrándote las entrañas, esa, esa hambre ancestral y maldita, cuando te ataca no te suelta, cuando se apodera de ti te hace el ser más vulnerable del mundo y cuando dice, aquí estoy yo, no hay Dios, ni espíritu santo, que te devuelva la razón, que te haga pensar con decencia o que, simplemente, te haga actuar como un ser humano o como un ser cubano coherente, responsable, inteligente y patriota, qué ganas tengo de comerme un bistecito con papitas fritas…
Nosotros los cubanos hemos sufrido, durante toda nuestra historia como nación, hambres de varias nacionalidades, es decir, padecimos el hambre española, el hambre americana, el hambre rusa, el hambre un poquito china y, la peor de todas, la que más daño nos ha causado como país, como Patria y como pueblo, el hambre castrista, el hambre socialista, el hambre comunista y el hambre altruista, internacionalista y defensora, según nos decía fidel castro, de todos los condenados de la tierra.
Yo recuerdo que de niño, en mi casa, con mi madre, el hambre se disimulaba con el sacrificio de ella para darme el bistecito de la cuota, la mejor partecita del pollo, el pancito nuestro de cada día y el cómetelo tú mi hijito que yo comí hace rato, pero mamá, cuándo, si cariño, cuando tú estabas mataperreando por la esquina…
Después en las escuelas y en las becas de la revolución de los apagones, en los internados de la doctrina revolucionaria en vena, en los colegios donde nos ensenaban que la defensa de la patria socialista estaba por encima de todo, que fidel era lo máximo en esta tierra, algo así como el fantasma que recorre el mundo, nos agarró el hambre revolucionaria y nunca más nos soltó, nunca más nos permitió ser ciudadanos de primera categoría pues después, cuando íbamos al comedor, la leche con gofio estaba ahumada, los gorgojos con chícharros parecían combates medievales y la mermelada de toronja daba un asco que aquello no había quien se la comiera, es decir, el hambre que se pasaba era del carajo y la vela, el patriotismo se nos fue a la mierda y la supuesta verdad, esa que tanto querían nuestros maestros que aprendiéramos, se nos fue a bolina con el tremendo sonido, con el estentóreo ronronear de nuestras tripas, gritando que se vaya la escoria, la legítima escoria.
Es triste lo que mal vive hoy el ser cubano humilde, el cubano verdadero, el que tiene que meter sus pies en el surco fétido y llorón, en las aceras machucadas por los enormes huecos del Kilimanjaro o en las trincheras donde un día hicimos el amor y concebimos a nuestros hijos escuálidos, quiero decir, la mayoría de un pueblo que tiene que vivir en un país improductivo, en una tierra estéril, respirar un aire con los peores malos olores de este mundo y en las ciudades destruidas y aplastantes donde, quien lo piense bien, no es ni siquiera decente pernoctar.
Por eso digo que el hambre en Cuba trascendió las fronteras de lo racional y se convirtió en una remembranza nostálgica, en un fantasma de otros tiempos, en una burla al sentido común y se hizo espiritual, un hambre que va más allá de lo físico, un hambre de conciencia y un hambre mártir que no nos soltará mientras existan en nuestra tierra los cebollones generadores de la miseria, de la desgracia y del sufrimiento de todos los seres cubanos.
Ricardo Santiago.