Hace ratón y queso vengo advirtiendo que Cuba, nuestra isla hundida, ahogada y perdida en la excreción castro-comunista, desde hace más de sesenta años, está asentada sobre un polvorín “atómico” a punto de hacer pum, es decir, en un estado muy endeble donde es muy difícil, pero muy difícil, evitar que de un momento a otro reviente como un siquitraqui y la explosión se escuche en todos los rincones de la tierra, los pedazos vuelen como Matías Pérez y la inmundicia dictatorial se esparza por la atmósfera y nos caiga a todos los seres cubanos en la mismísima cabeza.
Digo esto, sin intención de asustar a nadie y mucho menos de crear pánico, porque resulta cada vez más evidente que la vida de vivir en nuestro país se ha convertido en una espiral ascendente de vicisitudes, de innobles propósitos, de escasez de lo elemental, de proliferación de las miserias físicas y espirituales, de un estado rarísimo de supervivencia donde solo triunfa el más fuerte o el más “acaparador”, de una pérdida de valores total y de una inapetencia por imponer la verdad que arrastran a casi todo un pueblo, a la mayoría, para ser más exactos, a llevar una vida contemplativa, pasiva y vacía, rumiando sus propias desgracias, sus amargas tristezas, su infecunda existencia y renegando del derecho que Dios nos dio, a todos los mortales, de tener una vida decente, responsable y buena.
Después está lo otro, lo más terrible, lo que más daño nos ha hecho a los seres cubanos como nación, como pueblo y como Patria…, aprendimos a conformarnos, a mirar para otra “parte”, aceptamos quedarnos callados, “sin derecho a protestar”, soportamos con la cabeza bien bajita la hedionda demagogia del castro-comunismo, sus “discursos”, su inepta manera de “dirigir” el país, sus envoltorios de “chupa-chupa”, el racionamiento infinito y a una revolución que lo único que hace es involucionarnos a todos, vendernos como proletarios internacionalistas, disfrazarnos de “ladrones” o policías y lanzarnos del “último piso” para “enseñarnos” que en el socialismo lo importante es “levantarse”, incorporarse, sacudirse y sacrificarse para defender al régimen, y a la dictadura del proletariado, aunque estemos desbaratados, descojonados, con una mano detrás, la otra delante, el “ombliguito” afuera, la barriguita pegada al espinazo, una peste a grajo de los mil demonios, la lengua seca de tanto hablar y nos encontremos al borde de un ataque de nervios porque llegó el pollo, el mísero pollo de la cuota nacional, y Pepe el carnicero gritó que vino con faltante.
Pero esa misma espiral ascendente de desgracias, de tragedias y de horrores en que se ha convertido la vida de los cubanos, por causa única y exclusivamente de la criminal, infecciosa, incapaz, mediocre y criminal revolución del picadillo, es, aunque muchos no lo crean, la que va a provocar un estallido social que empezará en una cola del detergente, de una “tienda recaudadora de divisas,” y nos terminará contagiando a todos en un país que ya no soporta más, que se está ahogando en su propia vergüenza y que si no se sacude pronto esa mierda llamada revolución socialista se hundirá para siempre en la pestilente letrina en que nos metimos, nosotros solitos, por puro gusto, el mismísimo 1 de Enero de 1959.
Dice mi amiga la cínica que ella no cree eso, que esa misma situación de desesperación, inseguridad y ahogo, el pueblo la lleva padeciendo desde hace la mar de años y que la dictadura castrista es una experta en el control social y en saber cuándo aplacar a “los revoltosos”, tirar las “pipas de cerveza” pa’ la calle, el ron a granel como río revuelto, ganancia de revolucionarios, “el pollo liberado” y a los artistas comprometidos, a los que se besuquean con el comandante, a desarrollar su “arte” porque a la revolución, compañeros, tenemos que defenderla como sea, borrachos, medio estúpidos, con las nalgas al aire o meneando la cinturita de aquí pa’llá y de allá pa’cá.
Yo digo que los tiempos cambian. La miseria, la indigencia y la agonía en Cuba ya son acumulativas, no existe un “cuartico de pollo” ni un cantante “comprometido” que pueda detener tamaña destrucción espiritual, que pueda evitar que un pueblo sudoroso se hastíe de sufrir y se lance a las calles a exigir el “jabón” que por derecho le pertenece.
Mi único temor, el que me tiene medio apendeja’o, es que cuando eso suceda, y que será inevitable, la estampida castro-comunista nos caiga tan cerquita, pero tan cerquita, que hasta la podamos tocar con las manos…
Ricardo Santiago.