Caballo, el viejo que fabricaba jarritos de latas de leche condensada vacías, para luego venderlos y así “ganarse” unos pesitos, un día lo sacaron a la fuerza de su destartalada “casa”, lo agarraron y lo condujeron a rastras entre tres policías de la PNR, dos hombres vestidos con batas blancas, me imagino eran médicos o algo, y lo metieron a empellones en un patrullero que salió a to’ meter por la avenida hacia abajo.
Después de ese día a Caballo nunca lo volvimos a ver.
La Presidenta del Comité de Defensa de la Revolución de la cuadra se encargó de decir a todos los vecinos que a Caballo se lo habían llevado porque se recibían muchas quejas debido a la “bulla” que hacía el “compañero” al martillar sobre el metal y que esto alteraba la tranquilidad ciudadana.
Pero la pura verdad es que esa no era la primera vez que a Caballo se lo llevaba la policía. Caballo era un hombre que gritaba constantemente que Fidel Castro era un hijo de puta y que esa revolución era una farsa para robarle a la gente el sudor de su trabajo.
Caballo vivía solo. Era un hombre triste, perdido, cargaba en sus ojos un pesar que muy pocos lograron entender a qué se debía y por eso en torno a su vida se tejieron un montón de historias, desde que había matado a un hombre por causa de una mujer, hasta que estaba loco y por eso andaba y vivía como un desahuciado sin remedio.
A los muchachos del barrio no nos dejaban acercarnos a su viejo portón porque, según los militantes, los “integrados”, el compañero de vigilancia y los revolucionarios de la cuadra: “Si ese viejo descara’o los agarra puede hacerles mucho daño”.
Yo era un niño y como es natural nunca entendí que esa era otra de las formas que tiene la revolución castrista de matar en vida a una persona que, por alguna razón, les resulta incómoda. Es la llamada condena a muerte, lenta y silenciosa, que han sufrido miles de cubanos por no doblegarse a los caprichos de un régimen monstruoso, criminal y abusador,
Porque en la vida real Caballo era un hombre bueno. En la “época del capitalismo”, con mucho trabajo, esfuerzo y sacrificio, logró prosperar y llegó a ser propietario de su propio negocio, una tienda que administraba con mucho celo y a la que dedicó toda su vida pues sabía era el sustento y la prosperidad de su familia. Sí, porque Caballo tenia esposa y dos hijos, hijos a los que logró enviar a la Universidad y a quienes convirtió en un hombre y en una mujer que, por esas extrañas vueltas que da el destino, se integraron a la revolución de Fidel Castro y le transformaron la alegría a Caballo en una tristeza y en un reconcomio mortal.
La desgracia a Caballo le llegó a finales de los 60s cuando la dictadura castrista decidió, a Pépe, la nacionalización de la pequeña propiedad en Cuba pues, según el propio Fidel Castro, estas pasarían a manos del pueblo.
Cuando Caballo llegó aquella fatídica mañana a abrir las puertas de su tienda se encontró con que unos policías la habían violentado y “tomado” posesión revolucionaria, en nombre del pueblo cubano, de todo cuanto había dentro, que nombraron a un miliciano como “administrador” quien le informó, muy circunspecto, que si quería podía incorporarse como un simple trabajador pues la revolución era demasiado benévola y no dejaba a nadie desamparado.
Yo digo que estas son las cosas de la vida que vuelven loco a un hombre, le cambian el juicio, los colores y la chicha por limona’.
A Caballo se le unió el cielo con la tierra, se le nublaron las entendederas al comprender que había perdido para siempre el sacrificio de toda su vida y en un acto de ciega desesperación le partió pa’rriba, como un espartano, a aquellos “portavoces” de una de las más grandes mariconadas del socialismo castro-comunista.
Dicen quienes lo vieron que parecía un león repartiendo zarpazos, que le daban con las culatas de los fusiles y le apuntaban con las pistolas para que se rindiera y Caballo que no entendía, gritaba que lo mataran.
Producto de un culatazo que le dieron en la cabeza Caballo perdió el sentido, fue así como único pudieron doblegarlo, lo llevaron a prisión y lo sometieron a continuos electroshocks en el Hospital Siquiátrico de Mazorra.
Después de eso, como es lógico, Caballo nunca volvió a ser el hombre que un día fue. La familia lo abandonó, la esposa lo dejó y sus hijos estaban demasiado “integrados” al proceso revolucionario como para reconocer que el “loco” que fabricaba jarritos era su padre, la sangre de su sangre.
Caballo murió en la más “desoladora” soledad y en el más triste abandonado.
Ricardo Santiago.
Fariseos e hipocritas maldito imperio de mierda y sus llorones
Yo solo veo maldad, daño, manipulación, falta de respeto, gran ignorancia y fetidez en esta pagina me huele mal esta pagina, no se si seras un «mal bañao» ni me interesa pero estas bien embarrao con la mierda de la desinformacion y cuidao no te embarres de sangre porque aqui tus mejores padrinos los dolares pagan a asesinos y matan estas llamando a destruir y dañar todo un pueblo que ha tenido muchos dolores y no precisamente los que tu llamas a eliminar es mucho lo que sabemos, no somos ingenuos como antes, tenemos afortunadamente la conciencia clara y gente tan extremista como tu no son mas que oportunistas llenos de ambicion personal y de veneno prestos a clavar su garra en sus propios hermanos la fissionomia clara de un traidor, bajo repulsivo, inepto, payaso, falta de guevitos y descreido.
Hubo miles de caballos, en diferentes formas, pero existieron, hasta que los carentes de escrúpulos decidieron