En Cuba, a principios de la década de los 90s, por culpa de la inoperancia económica de la dictadura castrista, la total y absurda dependencia del campo socialista, la terquedad y la mediocridad de Fidel Castro, los cubanos vivimos lo que la tiranía dio por llamar el “Período Especial”, pero que en realidad no fue más que la profundización de la eterna crisis económica soportada por el pueblo de Cuba desde el 1 de Enero de 1959.
Esta manera de intentar suavizar la profunda agonía en que nos había sumido el régimen, era para disfrazar las penurias que estábamos viviendo, es decir, la escasez, el racionamiento y el desabastecimiento tomaron en ese tiempo proporciones bíblicas pues los búlgaros nos negaron sus compotas, los rusos su carne en lata y sus botas y los checoeslovacos, para no extender la lista, se fueron con su Casa de la Cultura y sus excelentes discos de jazz a otra parte, literalmente se fueron con su música a…
Terrible pero cierto, el hambre se transformó en una mala palabra, en una de las más malas, las caras a los cubanos se nos alargaron y los cuerpos se nos “apellejaron” por la ausencia de esta grasita, las tripas nos sonaban mucho más alto que cualquier motor de locomotora, los desmayos se pusieron a la orden del día, la gente se caía redondita en medio de la calle, bostezábamos de aburrimiento estomacal y nos tragábamos la poca saliva que teníamos con la intención de engañar a nuestro reloj biológico que, el pobre, no paraba de sonar sus desesperadas “campanadas”.
En medio de toda esa horrible situación nos vimos en la necesidad de inventar las más disimiles recetas culinarias, o bien para que nos alcanzara la mierda que nos repartía la dictadura como parte de su política de racionamiento, o para engañar el paladar con la idea de que consumíamos un suculento bistec, un sabroso picadillo a la habanera, un delicioso arroz con pollo, un excelente café con leche o, sencillamente, un “sanguisi” de jamón nada.
¡Dios mío me asusta la extrema capacidad de aguante que tenemos los cubanos! Y digo esto porque, ahora mirando en el tiempo, no solo cómo fuimos capaces de comer todos esos “inventos”, sino cómo, y es lo más triste, fuimos capaces de dárselos a nuestros hijos.
En fin, que la poli-crisis generada por el castrismo invadió al país por los cuatro costados y no quedó un solo sector de los servicios públicos, de los destinados al pueblo, que no se viera afectado, desbaratado y esfumado, de la noche a la mañana, por falta de suministros, de insumos, de materias primas o de piezas de repuesto.
El transporte público desapareció en un 90 por ciento. La dictadura, como parte de “buscar” una solución a tan agónico problema, no sé qué cambalache hizo con los chinos de China y el caso es que el país se inundó de unas bicicletas de nombre Forever, con aspecto “tractorizante” y que pesaban más que el carajo.
Dichas bicicletas fueron repartidas (a pagar en cuotas) en los centros de trabajo, por escalafón, a vanguardias, destacados y revolucionarios de primera fila.
Todo “bien” hasta ahí. El problema es que los vanguardias y los revolucionarios también se estaban muriendo de hambre y, como cualquier mortal comprenderá, con el estómago vacío y sin energías no hay dios que pedalee ni diez centímetros hacia adelante.
El pueblo “ciclista” descubrió que las Forever eran muy apreciadas en los campos de Cuba y que los campesinos las cambiaban por viandas, puercos y animales de corral, por lo que era mejor transformar su metálica y pesada “osamenta” en alimentos y así nos cayera algo decente en nuestras escuálidas barrigas.
Yo tenía dos vecinos que trabajaban en el mismo lugar y que se habían ganado el derecho a comprar sendas bicicletas. Ambos se pusieron de acuerdo y decidieron ir al campo, cambiar una de ellas, ir fixty-fixty, y turnarse todos los días en el pedaleo de la “otra” para ir juntos al trabajo.
Preguntando y preguntando les dijeron que “en la punta de aquella lomita” vivía un guajiro que quería una bicicleta, así que, ni cortos ni perezosos, mis vecinos pedalearon, dale que te dale, hasta llegar a la casa del hombre que mediante el trueque les iba a salvar la vida por un tiempo.
Lo cargaron todo, un poco de vianda, unas cebollitas, un puerquito vivo y ambos, muy felices, se subieron en la bici que quedaba con la intención de “devorar” los tantísimosos kilómetros que los separaban de sus casas.
El caso es que cuando regresaban, aquella china bicicleta de la madre que la parió, rompió la catalina y mis vecinos, las vianditas, las cebollitas y el puerquito bajaron «loma abajo» a la velocidad de un Mig-15. Dicen algunos testigos, que aun continúan traumatizados por el espectáculo, que los dos hombres pasaron frente a la parada como un bólido desenfrenado, fundidos en una masa irreconocible de carne-boniato-cebolla, profiriendo gritos desesperados de auxilio y malas palabras, “olores extraños” y los chillidos de un puerco que pedía despavorido salvarse de tan cruel final.
Ricardo Santiago.
Para no entristecer con esas historias, yo quisiera como tú Ricardo Santiago tener ese lenguaje diáfano, musical, ensortijado y criollo que adorna tu decir…
Esa definición que han querido darle a una etapa extendida y sin fin, de «período especial» pienso que sólo se trata de burda justificación de los castristras, incapaces de asumir todos sus fracasos.
Esa etapa que aún se mantiene puso a prueba la paciencia, el estómago… de los cubanos y le ganó varios peldaños a la parvedad o mezquindad.
La fiebre del apagón, de los inventos culinarios como el arroz microyet, el bistec de colcha de piso, la parranda del agua con azúcar, sin obviar los útiles de aseo, los puerquitos o pollitos en los balcones.
Las obscenidades reclamaron su mejor tiempo y espacio… parecía imposible coordinar unas oraciones sin las palabrillas que surgían con esa espontaneidad singular para adornar, criticar o calificar.
Frustrante la anécdota de esos vecinos, pero que dan la imagen exacta de los desenlaces diarios de los cubanos: entre gritos y espantos; entre lágrimas y suspiros.
Como diría José José, pero NO para AMAR, sino una tragicomedia » sin fin, sin razón, ni medida…»