Recuerdos de Cuba No. 8. Prohibido olvidar. “El trabajo voluntario”.



Primero que todo hay que reconocer, deshonor a quien deshonor merece, que el trabajo voluntario lo inventaron los “jefes” comunistas. Solo a mentes tan perversas como esas podía ocurrírseles un atropello tan siniestro como es el de trabajar, romperse el lomo en muchos pedazos, a cambio de nada, es decir, de gratiñan.
Y dijo uno de esos “jefes”: “El trabajo ennoblece…”. Y en eso el muy sala’o llevaba parte de la razón porque no hay nada más noble en esta vida que trabajar para uno mismo, poder mantener a nuestras familias y dormir con la conciencia tranquila pues el producto de nuestro esfuerzo y sacrificio es recompensado acorde con nuestra capacidad y nuestro talento.
Pasa que la dictadura castrista se cagó literalmente en todos esos conceptos, quiero decir en la remuneración adecuada, justa y decente a los trabajadores. Para empezar una de las primeras medidas que tomaron esos pandilleros fue cambiar el papel moneda de Cuba y, en su defecto, emitieron una especie de bonos donde, para darle cierta credibilidad, plasmaron las caras de importantes próceres de nuestras guerras de independencia y así “colarnos” la maquiavélica idea de que pagaban ridículos “salarios” porque la revolución socialista subvencionaba, con mucho “sacrificio”, la vida de todos los cubanos.
Recuerdo una idea que nos inducían desde niños en la escuela y era que a los revolucionarios no les interesaba el dinero, que eso era cosa de los burgueses y los capitalistas y que gracias a Fidel nuestra patria estaba libre de esas lacras.
Al final, y está demostrado a todos los niveles, la moneda cubana no vale un carajo ni en Cuba ni en ninguna parte del mundo, una burla y una vergüenza total.
Pero bien, para no perder el hilo de esta historia, el trabajo voluntario.
Los cubanos con esa dictadura del proletariado hemos padecido todos los atropellos que la humanidad se pueda imaginar. Dicen las buenas lenguas que quien implantó en Cuba el trabajo voluntario, como una expresión del altruismo del hombre nuevo, nuevecito y revolucionario, fue el Che Guevara, un tipo que por donde quiera que pasó dejó una estela de muertos y de disparates económicos y administrativos.
Dice mi amiga la cínica que en realidad este fulano se fue de Cuba por la cantidad de meteduras de pata que tuvo y que la “conciencia” no lo dejaba dormir pues no le salían de la cabeza los gritos de los cubanos que fusiló por gusto en La Cabaña.
Así, trabajo voluntario pa’quí, trabajo voluntario pa’llá, a los cubanos nos exprimieron por todas partes, desde tempranas edades, en las escuelas nos comprometían nuestro tiempo libre porque había que “voluntariar” nuestro esfuerzo para de esa forma demostrar nuestro amor a la revolución y a Fidel.
En los centros laborales también se repetía el mismo abuso, los trabajadores eran citados por el sindicato, la administración o por cualquier entusiasta del régimen para dedicar un sábado o un domingo a la agricultura, la producción, el embellecimiento de la institución o, como decía un amigo mío, rascarle los “cojones” a Lenin.
El caso es que el tal trabajo voluntario no era tan inofensivo, ni tan voluntario, pues si uno no participaba lo ponían en la lista negra de los enemigos de la revolución que, en Cuba, con ese régimen, es como una sentencia de muerte.
En nuestros lugares de residencias, es decir, en nuestra cuadra, también había que hacer trabajo voluntario que consistía en limpiar, recogida de materias primas y pintar los contenes con lechada, actividad que era monitoreada por el Comité de Defensa de la Revolución.
El tipo de vigilancia de mi cuadra, un “jubilado” de uno de esos Sindicatos de Trabajadores que en Cuba no sirven pa’ un carajo, era, o es, pues no sé si está vivo aun, uno de los hijos de puta más grandes que yo he visto en mi vida. Un chivato, un informante, un envidioso, un oportunista y un cara de guante que no tenía escrúpulos para delatar a cuanta “hojita” se moviera en la rama de un árbol.
Pues resulta que lo que este fulano tenia de “malísimo” también lo tenia de bruto, dicen que el tipo era un campesino que cooperó con no sé qué columna castrista en la Sierra Maestra y que como pago le dieron un “puestecito” en cualquier dependencia de la tiranía.
Una noche, en una reunión del CDR, delante de todos los vecinos de la cuadra, el “chiva” dijo que tenía que comunicarnos una orientación muy importante que le había llegado de “arriba”. Según dicho documento se citaba a todos los revolucionarios para un trabajo voluntario que consistía en ir a pintar la Plaza de la Revolución.
Se hizo un silencio sepulcral pues nadie entendió que quiso decirnos el “compañero” chequendengue con eso de pintar la Plaza.
Mi vecino huesoepollo, que era un tronco de jodedor, empezó a cuestionar al chivato diciéndole que en la Plaza no había na’ que pintar, que allí na’ma que había calles y esas mierdas…
El revolucionario, delator, informante, castrista, en la medida en que se iba quedando sin argumentos, la cólera y la ira socialista se fueron apoderando de su persona hasta que estalló en un grito que sonó como un petardo de carnaval: “Pues si no hay nada que pintar, camarada, pintamos la raspadura, le pintamos la raspadura a Fidel y se acabó…”.
Ricardo Santiago.



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