Me permito parafrasear las palabras del Apóstol porque creo que una de las razones fundamentales que nos hacen apoyar esa porquería de socialismo es la tremendísima incultura, en todos los aspectos de la vida, que tenemos la mayoría de los cubanos.
Es cierto, doloroso y triste, pero una verdad tremendamente irrefutable, ver cómo, a gran parte de nosotros, nos importa un bledo, nos da lo mismo, ni fu ni fa o nos hacemos los chivos con tontera, ante la tamaña catástrofe, ante la monstruosa realidad y ante el disparate existencial que la revolución del picadillo nos obliga a vivir, estemos en Cuba o no, por el solo hecho de ser cubanos, de un día haber sido pioneros por el comunismo…, por otro día “azotarnos la mocita con la mano en la cabecita” y por, y es lo más determinante, apoyar, o ser cómplices, de una perversa revolución que nos destruyó la Patria y nos esclavizó sin remedio a cada uno de nosotros.
Porque en realidad eso de ser “víctimas” de la barbarie castrista, enmascarada en un prosaico socialismo, no es un fenómeno de ahora, no nos cayó del cielo y no es el karma por ser unos perfectos comemierdas, no, esa aberración política, económica, social y cultural que hoy sufrimos, es la consecuencia de un festinado, absurdo, grosero e inoportuno “fervor revolucionario”, de un estúpido arranque “anti-imperialista” que nos dominó a muchos, de una fiebre “internacionalista” que nos pudrió el cerebro a la mayoría y de una vocación desmesurada por la idiotez “altruista” que nos chupó la conciencia, nos exprimió hasta la resequedad el sentido común, la honestidad, la cubanía, y nos convirtió en palitos barquilleros de un régimen dictatorial que, a patadas por las nalgas, a palo limpio y a “cortes de lengua” por inducción o por amenazas, nos quitó para siempre la categoría de ser cubanos para “darnos” la de miserables ciudadanos de cuarta o de quinta.
Y así y todo, arrastrando las pesadas cadenas físicas y mentales que, por más de sesenta y un años nos han obligado a llevar, nos creemos pueblo, nos creemos nación y nos llamamos país cuando no somos más que un rincón oscuro del mundo donde la injusticia, la desfachatez, el oportunismo, el sectarismo, una guitarrita sin cuerdas, la violencia, la imprudencia, el descaro, cinco “cundangos” al tiro y una dictadura asesina, campean por su respeto, se imponen a la fuerza, demostrando una realidad de la que muchos, muchísimos, queremos escapar, otros deciden enfrentar y la mayoría, la mayor parte de esa lastimosa comunidad de almas en pena, nos hemos dejado arrastrar transformándonos en objetos desechables, descartables y sustituibles, de quienes nos han secuestrado el cuerpo, el alma y la raquítica vida que, revolucionariamente, nos permiten mal vivir.
Dice mi amiga la cínica que el mal en Cuba, es decir, la aceptación de ser esclavos activos o pasivos, no tiene cura, que ese execrable mal ha calado tan hondo en la conciencia de lo que queda del pueblo cubano que ya la gente no logra distinguir entre un pedazo de pan pa’ llevárselo a la boca y calmar las tripas, un buche de alcohol pa’ “olvidar las penas” o una buena bocanada de aire puro que les permita respirar sin tener que darle las gracias a la revolución, al partido y a fidel.
Y es que los cubanos, de tanto gritar patria o muerte, venceremos, también perdimos, entre otras muchas cosas, la necesidad de tener un país decente, un país limpio, un país donde funcionen la tolerancia, la individualidad, el derecho, la imparcialidad de la justicia, los hombres sin “historial revolucionario”, las barrigas llenas, los corazones contentos y se respete la decisión de cada ser cubano de cómo quiere pensar, en qué quiere creer, cuándo y dónde quiere gritar, si prefiere “apuntar o banquear”, comer, dormir o, sencillamente, decidir por sí mismo, sin tener que comprometerse con nadie, a escoger lo que más le conviene para soñar sus sueños.
Yo digo que está bueno ya de justificar nuestras desgracias con el desconocimiento subordinado, con que nos han dañando “antropológicamente” desde los óvulos hasta los espermatozoides, con que son muchos años de adoctrinamiento, con que sabe a bistec pero es frazada de limpiar piso, con que el “bloqueo Imperialista” no nos deja acceder a créditos internacionales o con que caímos en la olla de amaury pérez por la golosina de la cebolla, es hora de que entendamos, de una vez por toda, que ningún pueblo puede crecer entre tanta miseria, tanta agonía y tanto desinterés, así de simple.
Ricardo Santiago.