Si en Cuba se perdió la vergüenza cómo no se va a perder la cubanía.



Hace unos días publiqué una idea, de la que estoy absolutamente convencido, y es que existe una gran diferencia, una descomunal “incompatibilidad de caracteres”, entre un cubano y un castrista aunque ambos “dos” hayamos nacido en Cuba.
Para empezar hay que reconocer, nos guste o no, que “cubanos somos todos”, que todo aquel que nació en Cuba, bajo las leyes del “carnet de identidad y registro de direcciones” de la “Empresa castro and son S.A.”, es cubano por “derechos”, deberes, obligaciones y porque la dictadura castro-comunista no autoriza a que quienes “quieran” rechacen la nacionalidad cubana, es decir, se nace cubano, se “come” con libreta de racionamiento castrista, y aunque usted viva en otro país, y tenga la nacionalidad de este, no importa, cuando visite la isla tiene que “morirse siendo cubano”.
Esa infernal medida no es más que una de las “escopetas” que tiene la revolución del picadillo para extorsionar, estafar, controlar y vigilar a los cubanos que viven en el exterior cuando visitan Cuba para ver a mi mamá o “para tomar cerveza”.
Una vez que se entra al territorio nacional se hace bajo las leyes del código penal castro-dólar-cuc aunque se tenga pasaporte norteamericano, español, canadiense o de la mismísima casa de las quimbambas. Dicho en buen cubano: “Si te haces el gracioso aqui te aplico el socialismo con todo el peso de la ley y no habrá rubio ni moreno que te puedan defender ni aunque lo hagan en inglés, sueco, swahili o esperanto.
fidel castro no sólo dividió, destrozó, enfrentó y humilló a la familia cubana con sus políticas y su ideología de odio, prepotencia, intolerancia, incomprensión, oportunismo y miedo, también descuartizó al pueblo cubano y lo “partió”, como enemigos irreconciliables, en revolucionarios y contrarrevolucionarios, dos categorías insoportablemente inconsistentes en un país donde las personas de sólo mirarse se decían “amigos” y creían que el mejor gobierno es el que les mantiene los refrigeradores llenos.
Porque al final, y en definitiva, el cubano era eso, un tipo afable, jovial, bueno, cariñoso, amigo de los amigos, hombre a to’, dicharachero, profundo, patriota, compartidor, respetuoso, cívico y con un alto sentido de la cubanía.
Pero la revolución de los potreros de Birán acabó con esos sentimientos nacionales, con esas extraordinarias cualidades nuestras que, con mucha sabiduría y amor, fueron destacadas y fomentadas por grandes almas como el Padre Varela y por ese cubanazo grandísimo que es nuestro José Martí.
Y llegó el “comandante”, el mierdero, mandó a parar y todo aquello que un día fuimos lo tiramos a la basura, lo mandamos de paseo con chusmerías, histerias revolucionarias, trincheras vacías, cantimploras, botas rusas, chivaterías, masividad socialista, mea donde tú quieras si eres comunista y, con los alaridos desordenados y groseros de viva fidel y viva la revolución, fuimos apagando nuestra cubanía, la de verdad, esa “octava” maravilla por la que tantos hombres y mujeres, cubanos muy decentes, ofrendaron sus vidas y sus sueños.
A mí me gusta y soy un fiel defensor de la cubanía. Los intelectuales, los teóricos, los inteligentes, los especialistas en la materia y los historiadores harán, con mucha sabiduría y prestancia, exquisitas y sofisticadas definiciones que todos deberíamos estudiar, entender y aprehender. Pero como he dicho otras veces, muchas, para mí la cubanía, más que un concepto científico, es el arroz blanco con unos buenos frijoles negros dormidos, la conga santiaguera, el agua tibia, un buen danzón bailado sobre un ladrillito, “pasa pa’ que tomes café compay”, el camina’o de la mujer de Antonio, el “buche” de ron, la lealtad, “si caminas como cocinas me como hasta la raspita”, el socito del barrio, la puerta abierta, el que se meta con este se mete conmigo, el sol, los aguaceros, los truenos y la risa, esa carcajada de oreja a oreja que un día tuvimos y que la maldad, la traición y las mentiras del castrismo nos apagaron para siempre.
Por eso para mí un cubano es todo aquel que defienda esa pureza, esa jovialidad, ese respeto, esa decencia y esa dignidad que siempre nos caracterizó por encima del estiércol castrista que tanto daño le ha causado al pueblo cubano y a la nación cubana.
Y es que el castro-comunismo denigró tanto el alma de la nación cubana que más que producir un hombre nuevo, nuevecito de paquete, nos repletó la Patria de sinvergüenzas, de jineteros políticos y de “opositores” que, en “marcha” apretada, apretadita, le llevan flores a camilo, perdón, a sus verdugos.
Ricardo Santiago.



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