Si no nos metemos en política otros lo hacen y nos ponen el castrismo al cuello.



Los cubanos no debemos tenerle miedo a la política, para nada, pero sí tenemos que sentir pánico por quienes la hacen vendiendo un falso espíritu de unidad, libertad y democracia para Cuba escondiéndose tras los “cristales” de la retórica del buen samaritano.
En resumidas cuentas la política es un ente abstracto que ni muerde, ni araña y ni bosteza, somos los hombres quienes la convertimos en un Río Almendares o en una Bahía de La Habana cuando la viciamos con el churre de nuestras ambiciones personales, las manipulaciones, las mentiras, las trampas, los oportunismos, los arribismos y los descaros formando un empuja-empuja sudoroso y grajiento para salir “bien bonitos” en la foto o en la televisión.
Yo siempre he dicho que ese ha sido el gran problema de Cuba y los cubanos en cuanto a política se refiere. La dictadura castrista, desde el mismísimo 1 de Enero de 1959, le prohibió pensar al pueblo y nos obligó a seguir ciegamente, u obligadamente, las “políticas” dictadas por la tiranía de los cirqueros de Birán porque según esos falsos, hipócritas y requetepesaísimos payasos era la única forma de que fuéramos aceptados en “su” Cuba revolucionaria sin que nos convirtiéramos en escorias o gusanos y nos “encendiera” el lomo el látigo del mayoral.
Los cubanos perdimos y cedimos al castrismo el derecho a opinar, el derecho a decidir sobre el destino de la nación, el derecho a elegir programas económicos acorde con nuestros intereses, el derecho a creer en Dios y en el Espíritu Santo, el derecho a la libertad, el derecho a participar en las decisiones trascendentales que nos incumben como nación, el derecho a protestar, el derecho a criticar, el derecho a proponer y, sobre todo, y es a mi juicio lo más importante, el derecho a participar y ser protagonistas de la alta política de nuestro país.
En torno al núcleo gestor de la dictadura del Laguito los castristas construyeron un muro al que el pueblo cubano nunca tuvo acceso, ni siquiera para comerse algunos de los tantos mangos que se pudren en el suelo. Las “directrices” que supuestamente deben componernos la vida son “pensadas” por tres o cuatro castroidiotas, muy bien comidos y dormidos, que las “bajan” al paripé de congreso de la República, mal llamado asamblea nacional del poder popular, donde son aprobadas por unanimidad, increíblemente por unanimidad de “todos” los revolucionarios, sin que ni siquiera un mortal, un simple mortal, un avergonzado diputado con la cara un poquito menos dura, levante la otra mano para decir que esa mierda legislativa es un reverendísimo disparate.
Así crecimos los cubanos, opinando “bajito”, muy bajito, sobre los temas políticos que nos afectan diariamente a la hora de sentarnos a la mesa o de meternos en la ducha. Aprendimos a susurrar sobre el hambre, los apagones y los mosquitos mientras gritamos bien alto, más bien escandalizamos, que el bloqueo imperialista es criminal y asesino y que si menganito se quiere ir del país pues entonces es un apátrida, un desertor, un lumpen y tenemos que borrarlo para siempre del libro sagrado del comité.
A veces nos excedemos juzgando a las personas, pero pasa que el cubano, por casi 60 años, dejó de ser actor de los temas políticos que conciernen a su Patria y se convirtió en un espectador de balcón que aplaude las decisiones que “otros” toman aunque sean el mayor absurdo de la especie humana.
O alguien me va a convencer que los cubanos como nación estuvimos de acuerdo con participar en la guerra en Angola, en enviar a profesionales a otros países como vulgares esclavos, en donar el salario de un día de trabajo a las MTT, de que nos cambien el pescado por pollo, de apoyar todos los disparates “productivos” de fidel castro, de que nuestros “líderes” despotriquen y ofendan constantemente a los Estados Unidos, de que Cuba no respete los derechos humanos, de que la mierda nos llegue al cuello o de que queremos socialismo o muerte y no libertad y vida.
Por eso digo que no tengamos miedo a hablar ni meternos en política porque esta no se come a nadie, más bien somos nosotros quienes nos alimentamos de ella cuando tenemos conciencia exacta de las cosas que tienen que ser cambiadas para que no vengan algunos mequetrefes, como ya está sucediendo en las redes sociales, a decidir por nosotros y entonces caigamos otra vez en la locura de levanten la mano por unanimidad compañeros…
Ricardo Santiago.



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